Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de octubre de 2002
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Política

Carlos Fazio

Coyuntura y "clase política"

México vive una crisis de representación profunda y de largo alcance. Los sucesos que dominan la coyuntura: la dupla Pemexgate-Amigos de Fox, como encarnación de una añeja y estructural telaraña de impunidad corruptora de tipo cleptocrático-mafioso -que vincula a los dos partidos mayoritarios (PAN-PRI) con los órganos electorales y estatales de impartición y procuración de justicia como parte de un mismo haz-, así como el aprovechamiento propagandístico por la familia presidencial (Vicente Fox-Marta Sahagún), con tintes partidistas, de los estragos del huracán Isidore ("filantropía con rating estilo Teletón" lo llamó Jenaro Villamil), entretienen a las masas en un espectáculo mediático (la política cual circo romano) y les impiden ver que en su fase actual la liberación del capital, como hecho político y sin manos invisibles, forma parte de una recomposición profunda del poder, cuyo correlato para las "grandes mayorías nacionales" se traduce en mayor sobrexplotación del trabajo, redistribución negativa del ingreso en tanto consumidores individuales y su perpetuación como deudores nacionales.

A finales de los años 60, Johannes Agnoli había advertido sobre el surgimiento de un "partido virtual de la unidad" -gestado a partir de la declinación de los "partidos populares" fordistas-, dentro del cual las disputas y los conflictos sobre el orden y desarrollo de la sociedad desaparecerían a favor de un mero "conflicto de dominación entre cuadros de funcionarios políticos en competencia recíproca" (Joachim Hirsch, Adiós a la política). Como dice Hirsch, ese partido virtual de la unidad se ha vuelto bastante real.

En México se presenta hoy como una "clase política" de fuerzas que encarna los intereses del Estado, en gran medida uniforme en aspecto y conciencia (léase Vicente Fox, Francisco Labastida, Santiago Creel, Roberto Madrazo, Diego Fernández de Cevallos, Manuel Bartlett, Francisco Gil Díaz, Beatriz Paredes, Carlos Medina Plascencia, Enrique Jackson, Felipe Calderón, Elba Elba Gordillo, Luis Felipe Bravo Mena, Emilio Gamboa y un largo etcétera), orientada de manera primordial a obtener prebendas materiales y a "hacer carrera" (Jorge Castañeda, Eduardo Bours, Carlos Rojas, Rogelio Montemayor, Adolfo Aguilar Zinser, Lino Corrodi, Carlos Romero Deschamps, Carlota Robinson, Dulce María Sauri, Ricardo Aldana, Fauzi Hamdan, Carlos Cabal Peniche, Fernández Canales Clariond).

Se trata de una "clase política" que trasciende los partidos y la actividad gubernamental (gabinete presidencial, parlamento, Poder Judicial) en función de sus intereses privados y de clase. Para los miembros de esa "clase política", elitista y racista, hace tiempo que la política dejó de ser una profesión en el sentido de Max Weber (Hirsch) y se ha transformado en una chamba. Es decir, en un vehículo para hacer carrera y, en el peor de los casos, una posibilidad para acceder al enriquecimiento privado (repásese la lista de nombres citada arriba). Es obvio que esa elite de funcionarios políticos -oportunista y corrupta- representa intereses específicos, pero ya no son los de las bases partidarias y la "ciudadanía" en general -sobre las que ejerce un papel de control político-, sino los intereses de la cúpula neoligárquica.

Esa "clase política", que actúa en estrecha colusión con las empresas -configurando un sistema poliárquico que, por lo general, y salvo en momentos de reacomodos o de una neo oligarquización del poder como la actual, opera al margen de cualquier tipo de control o rendición de cuentas a la sociedad-, extrae su legitimación todavía de la fabricación de un mundo virtual del discurso mediático -que cínicamente acude al nacionalismo, a la unidad de la patria, a la solidaridad ramplona del "vamos México" o al combate propagandístico del crimen organizado o la captura de peces gordos-, ocupada como está con la administración de las fuerzas compulsivas de los hechos y las circunstancias (Hirsch).

Con una sociedad cada vez más fragmentada y en ebullición, esa "clase política" autonomizada ha devenido en una escenificación mediática, en estrecha combinación interesada y comercializada con la industria cultural y de comunicación de masas. Esos políticos y esos partidos han mediatizado la política, y trafican en el mercado electoral con "mercancías políticas fetiche" (Hirsch).

En cierto sentido, la pugna Pemexgate-Amigos de Fox (distintas bandas gangsteriles coludidas con grandes empresas, en espera de los nuevos negociados al amparo del Estado neoligárquico en ciernes: privatización de la energía, Plan Puebla-Panamá, megaobras de infraestructura, etcétera) representa la competencia entre aparatos de partido con productos diferenciados, que organizan y promueven sus luchas en función del rating, pero cuya forma de presentación y realización oculta mal la confabulación fundamental entre contrincantes.

En el fondo se trata de la imposición de una nueva hegemonía, cuya lógica consiste en vincular la política de la restructuración neoliberal (empaquetada como reality show) y la del Estado neoligárquico. Como siempre, los "daños colaterales" los pagará el pueblo pobre mayoritario, las "víctimas sociales".

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