Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 15 de octubre de 2002
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Editorial
CARTER, FACTOR DE SENSATEZ

El ex presidente estadunidense James Earl Carter, a quien la semana pasada le fue concedido el Premio Nobel de la Paz, puede convertirse en un importante elemento de sensatez, moderación y ética ante el desbocado guerrerismo, la irracionalidad y la hipocresía que caracterizan la política exterior del vecino país en la circunstancia actual.

El mismo día en que se anunció el otorgamiento de la presea, el ex mandatario aprovechó la oportunidad para deslindarse de los afanes del actual ocupante de la Casa Blanca por invadir Irak: "si yo estuviera en el Senado -dijo- habría votado no" a la solicitud de George W. Bush de recibir plenos poderes para destruir el país árabe.

Ayer, Carter realizó un nuevo señalamiento crítico que debe comentarse: el ex presidente acusó a Bush de abandonar los esfuerzos de paz en Medio Oriente que, según el análisis del ex mandatario demócrata, conformaron una política de Estado desde su periodo en la Casa Blanca, entre 1976 y 1981, hasta el fin de la presidencia de Bill Clinton, en enero del año pasado.

Ahora, en tiempos del segundo Bush, los estadunidenses "estamos en la cama, se podría decir, con los israelíes, y ni siquiera hablamos con los líderes de los palestinos", señaló Carter, para resumir la doble vara con que el gobierno de su país mide ese conflicto.

Tales señalamientos provienen de una voz dotada de doble autoridad moral: Carter estuvo en la cúspide del poder político en la nación vecina y, desde allí, condujo el primer proceso de paz exitoso entre árabes e israelíes, que se tradujo en los acuerdos de Campo David entre Egipto e Israel.

La acusación no sólo representa una severa descalificación a la actual política de Washington como supuesto intermediario entre el régimen de Ariel Sharon y lo que queda de la Autoridad Nacional Palestina, sino que contribuye a explicar una de las razones del odio a Estados Unidos que crece día con día en las sociedades árabes e islámicas: la Casa Blanca simuló colaborar por la paz entre israelíes y palestinos mientras trabajaba con Sharon para neutralizar y acorralar la presidencia de Yasser Arafat y mantenía sus flujos multimillonarios de ayuda bélica a Tel Aviv.

Con semejante traición, Washington se colocó como corresponsable de la más reciente tragedia que se ha abatido sobre la sociedad palestina. Washington exige a Arafat que controle a los terroristas islámicos y calla cuando Sharon perpetra actos de terrorismo de Estado contra las poblaciones inermes de Gaza y Cisjordania; de la misma manera, Bush denuncia los nunca documentados intentos de Irak por hacerse de armas de destrucción masiva, pero guarda silencio ante las bombas nucleares en poder de Israel y Pakistán, dos de sus principales aliados en la región.

Los gobernantes estadunidenses se rasgan las vestiduras por los atropellos de Saddam Hussein a los derechos humanos, pero no conceden importancia a la barbarie que impera como remedo de justicia en Turquía, Arabia Saudita, Kuwait y otras de las satrapías con las que mantiene estrechas y cordiales alianzas.

Cabe esperar que el Premio Nobel de la Paz otorgado a Carter refuerce su discurso contrario a la guerra y que sus palabras tengan buena acogida en una sociedad que es empujada al desastre de la guerra por su actual mandatario.
 

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