Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 29 de octubre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política

José Blanco

Lula y el mundo real

La izquierda política de América Latina y una proporción significativa de los brasileños parecen tener una expectativa desaforada en la próxima gestión de Lula. No hay duda de que estamos frente a uno de los experimentos políticos más atractivos en muchos años, pero los riesgos y las restricciones internas y externas que tendrá su gobierno son inmensos.

Ojalá Lula haya extraído las enseñanzas amargas que ha dejado el último ciclo populista de América Latina, cuyo inicio puede fecharse en 1985 con la elección de Alan García en Perú. El arco que traza ese ciclo remata, por hoy, en Hugo Chávez.

El centro del discurso dominante entre las izquierdas y las corrientes populistas, a mediados de los años 80, era el carácter impagable de la deuda latinoamericana. El discurso lo encabezaba Fidel Castro y lo hizo suyo plenamente Alan García. Recuerdo bien cómo el gobierno cubano -que me había invitado a la reunión sobre la deuda latinoamericana en La Habana, del 30 de julio al 3 de agosto de 1985- me impidió dar un punto de vista discordante del consenso contra el pago de la deuda que se creó en esa reunión, que incluía al propio Lula.

García llevó a los peruanos a rechazar la dominación externa y creyó, como tantos latinoamericanos han creído y creen, que con un programa nacional populista podían resolverse los problemas sociales ancestrales, en este caso de Perú, y parar al imperio. El programa terminó en un desastre social y económico y en la corrupción gubernamental, y dejó el terreno abonado para el arribo de un gobierno aún peor, el de Fujimori.

Frente a la crisis peruana, García comenzó su gobierno congelando los ahorros denominados en dólares; durante sus dos primeros años y algo más se negó a pagar la deuda externa y con esos fondos subvencionó alimentos y realizó aumentos de salarios, lo cual creó una (falsa) imagen de bienestar en el país. Muy pronto vino la cuenta: Perú fue declarado inelegible como acreedor ante organismos internacionales. La economía se derrumbó, los servicios públicos se deterioraron rápidamente, surgieron los apagones permanentes y aparecieron los coches bombas, los secuestros y las voladuras de torres por la guerrilla; intentó estatizar la banca, los seguros y las financieras, pulverizó dos monedas (los soles y los intis) y terminó creando un impuesto de uno por ciento a la expedición de cheques bancarios. Delirios lunáticos que terminaron en catástrofes sociales. Chávez tiene sumida a Venezuela en una de sus peores crisis económicas y los venezolanos viven hoy una incertidumbre cuyo futuro tiene nombre: catástrofe social.

Si Lula no ha aprendido de este ciclo nacional populista antimperialista, Brasil será una tragedia. Aunque las cosas aquí tienen contrapesos. Una paupérrima economía africana tiene lazos débiles con la economía globalizada. Brasil los tiene amplísimos y muy profundos. Hay ahí una doble cara: de una parte, las instituciones y fuerzas internacionales que vean con repulsión al gobierno de Lula no orillarán a Brasil a una crisis, porque sería haraquiri: a todos -desarrollados y subdesarrollados- afectaría seriamente. Pero la imbricación de Brasil al mundo le impone fuertes restricciones; sólo las provenientes de compromisos financieros son de gran magnitud, y las que provienen de instituciones de global governance y de rating agencies, no se diga. Y su trabazón con el mundo va mucho más allá. Hacer caso omiso sería suicidio. Surge de allí la necesidad imperiosa de una estrategia de política exterior y de alianzas internacionales que permitan dilatar el espacio de operación en la economía globalizada, sin lo cual no es posible ampliar el margen de maniobra en el sector interno de la economía y afrontar la pobreza y la desigualdad. Por ahí puede ir creándose la brecha que eluda por igual al neoliberalismo y al populismo.

Lo inverso también es cierto: sin una política social efectiva (no apoyada en mecanismos populistas) difícilmente Lula podría tener una actuación internacional como la señalada. La dificultad de esa política interna y externa, sin embargo, se ve agrandada por el hecho de que encabezará un gobierno fuertemente dividido. El Congreso será un pantano y es cosa de verse si la coalición sindical y empresarial que ha ido armando alcanzará un peso específico determinante en las decisiones del Congreso.

Lula necesita convencer a los empresarios (a los paulistas en particular) y a los partidos políticos de la necesidad de destinar cuantiosos recursos fiscales a la política social (educación, capacitación y salud, y una dosis ineludible de asistencialismo), y a los primeros de armar una política de integración industrial que multiplique el empleo. Todo ello sin recurrir al déficit fiscal, dado el alto endeudamiento de la economía brasileña (más de 200 mil millones de dólares). El arte de la política, el conocimiento y la imaginación son, como siempre, el camino del estadista.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año