Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 29 de octubre de 2002
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Espectáculos

TIEMPO DE BLUES

Raúl De la Rosa

El salón Los Angeles

Primera llamada


ƑQUE TAN CIERTO es el lema pintado a la entrada de uno de los salones de baile mas antiguos (los otros son el Colonia, 1922, y el California Dancing Club) de esta capital: "Quien no conoce Los Angeles no conoce México"? Hacía tiempo que no asistía a ese salón, en la calle de Lerdo de la colonia Guerrero, y que no incursionaba por ese México oculto, donde los martes y domingos tiene lugar el rito del baile, del dancing, en el que las parejas se asumen como poseedoras de una añeja tradición, que les da sentido de pertenencia, identidad que fuera del salón se pierde en esta Babilonia; son empleados, taxistas, obreros, pequeños comerciantes y jubilados.

ENTRAR EN ESE espacio, donde el tiempo se detuvo hace algunas décadas, me trajo a la memoria una experiencia similar que tuve hace algunos años en Luisiana. Fue un viaje extraño y sorprendente a la vez; con encuentros imborrables, como el del rey de la música zydeco: Clifton Chenier. Llegamos hasta su casa en Baton Rouge, Luisiana, donde nos recibió, y después de una corta plática nos invitó a un baile que iba a tener lugar esa noche en un enorme granero, a un lado de una carretera. Mi compañera de viaje y el que escribe nos preparamos para ir, si no a bailar, sí a escuchar a Clifton Chenier y su Red Hot Louisiana Band.

Segunda llamada


ESTACIONAR EL AUTO en el terreno baldío junto al granero, ir a la taquilla fue rutina, pero entrar al local, adaptado como salón de baile, fue impactante, éramos unos intrusos, los únicos no afroamericanos. Extraña sensación fue que todos nos veían como preguntándose: Ƒy estos qué hacen aquí? Fingiendo una falsa naturalidad nos dirigimos adonde la banda tocaba, al llegar al pie del pequeño escenario nos vio el hijo de Clifton, C.J. Chenier, y empezó a tocar La cucaracha en el saxofón, y nos dijo: Welcome Mexicou; en ese momento las parejas de bailarines clavaron sus miradas en nosotros, que tan sólo sonreímos.

DESCRIBIR LA CONCURRENCIA sería imposible. Las parejas vestían como si hubieran salido de una película; algunos hombres llevaban sombreros de ala ancha bien requintados, enormes sacos de solapa grande y zapatos de dos tonos; ellas iban -la mayoría- con vestidos bien ajustados a la cadera para resaltar el volumen de sus macizas y rítmicas caderas. Aunque el estilo de cada uno era particular, parecían integrar una coreografía.

LAS COPAS HICIERON el resto: darnos valor para bailar en medio de ese sentir colectivo, en el que ambos sentíamos una gran emoción por vivir una irrepetible experiencia, sumidos en el vaivén de la música zydeco, rodeados por decenas de parejas que se antojaban irreales, con el mismísimo Clifton Chenier en el acordeón y su hermano Cleveland en el chaleco de metal corrugado, que raspaba con dedales en las dos manos y al final la despedida en camerinos del rey del zydeco, de su banda y la foto de rigor, como mudo testigo.

Tercera llamada


QUINCE AÑOS DESPUES, en otro lugar, con otros bailarines (hieráticos en el danzón) y una pequeña y azorada pareja, irrumpimos en ese enorme galerón por donde han pasado desde hace 65 años, dos meses y 27 días, todas las orquestas y músicos importantes. Ahí han retumbado los compases y notas de los sones cubanos, del swing, del blues y de su majestad: el danzón.

AHI ESTABAMOS, LA pequeña ondina y el que narra (en el mismo lugar en que Benny Moré compuso: "...pero que bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas"), sentados bebiendo refresco que, a falta de alcohol, nos dio energía para colocarnos al centro, en medio del ritmo sabroso de un danzón. Ese mismo día cumplía años el pilar sonriente de esa institución: doña Armida Applebaum, nuera del primer Miguel, quien construyó el salón; esposa del segundo Miguel, quien continuó con la tradición, y madre del tercer Miguel, quien extendió al Angel más allá de sus fronteras naturales con la apertura de otros salones (el México y el 21).

EN ESTA OCASION no estaba Gallinazo, personaje memorable, que dejó por algún tiempo de asistir al salón, y cuando regresó doña Armida le preguntó: ƑQué pasó contigo? "Pus ya ve como me pongo cuando agonizo", contestó.

TERMINO CON LA frase: "Quien no conoce Los Angeles no conoce México" o al menos a una parte importante de los habitantes de esta enorme y excitante urbe que cada semana se renuevan en su antiquísimo ritual del baile, de la seducción, la forma más sutil de hacer el amor o, al menos, esa es la intención, Ƒqué no?

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