Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 11 de noviembre de 2002
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Política

León Bendesky

Política y presupuesto

La visión que prevalece del país es del mismo tamaño que el presupuesto para administrarla: pequeña, insuficiente, austera. Y de nada sirve política ni económicamente repetir los lugares comunes de quienes acusan a los que hoy se quejan de las carencias del presupuesto de ser los mismos que ayer no aprobaron la reforma fiscal, o quienes imputan al gobierno mantener a la sociedad empantanada por la falta de gasto público y mejor asignación de los recursos, o de los pragmáticos de corto alcance que retan a los que quieren más recursos a señalar a quien habrán de quitárselos.

El presupuesto no es sólo un documento técnico necesario para administrar la economía, un mero asunto de ingresos, de gastos y de un saldo que hoy por fuerza tiene que ser el menor posible. Es mucho más que eso, es una propuesta política de las formas de vincular al gobierno con los gobernados y también de relacionar a los distintos grupos de la sociedad, en este caso, en una situación de gran desigualdad e inequidad.

Es, pues, una propuesta de país, una concepción de la sociedad en la que se vive y no puede, por lo tanto, estar sometida continuamente a lo inmediato, al año en curso, a la premura de las cuentas fiscales y del financiamiento siempre escaso y de una pésima distribución de los recursos disponibles.

Ya son dos décadas en las que el país ha estado atrapado en los tentáculos de las grandes restricciones fiscales que se plasman en presupuestos austeros que sacrifican lo esencial para cubrir lo que se ha convertido en necesario, ya sea la deuda externa, la interna -incluidos el Fobaproa y el IPAB- o la atención a los pobres, que crecen año con año.

La estrechez fiscal no proviene sólo de las trabas económicas, sino de los compromisos políticos que el Estado ha ido fraguando con los grupos que más poder tienen. La sujeción a las restricciones fiscales es una de las fuentes principales del largo periodo de estancamiento económico y social que se registra.

La economía mexicana no crece; ya sea por una razón u otra su dinamismo es de corto aliento y proclive a las crisis. El programa económico para 2003 estima un crecimiento de 3 por ciento, aunque las condiciones generales dentro y fuera del país no parecen soportarlo.

Incluso, de ser así, el promedio en la primera mitad de este gobierno sería de apenas 1.4 por ciento. La meta de inflación es también 3 por ciento, aunque este año se rebasó el objetivo de 4.5 por ciento y, al parecer, sólo la contención productiva puede sustentarla y no así la productividad, que es la única base para crecer sin presiones excesivas de los precios.

El trabajo técnico para construir el presupuesto está hoy sometido a los criterios más estrechos posibles. Cubrirse en el hecho de que las restricciones han sido heredadas es una salida fácil para un gobierno que ofreció un cambio decisivo y que se queja de que el Congreso no lo deja gobernar. Y si hay elementos de verdad en ello, los hay también en el hecho de que las propuestas del Ejecutivo para la reforma fiscal o del sector de la energía son muy debatibles en cuanto a sus formas y a los resultados esperables. En ausencia de un trabajo político entre los poderes, que debe ser la base de la democracia de la que tanto nos jactamos, la conducción de la sociedad acaba en una serie de amenazas y chantajes que van creando un escenario de fatalidad inaceptable.

Todo se sacrifica para poder cubrir lo que se ha vuelto necesario para el presupuesto, en unos casos el gasto es totalmente improductivo, como pagar la deuda a los bancos, y en otros es insuficiente porque con ello ni se atenúa la pobreza ni mucho menos se crean las condiciones para superarla.

Se sacrifica la infraestructura física que podría hacer más productiva la economía en su conjunto; se sacrifican la educación, la salud y la vivienda, que se mantienen en niveles muy bajos de calidad y cuya cobertura debe ampliarse mucho; se sacrifica el uso más pleno de los recursos humanos, productivos y naturales con los que se podría generar más riqueza, y se sacrifica a la sociedad, que por generaciones ha visto apocadas sus oportunidades.

El país está hecho de un vasto conjunto de condiciones y todas ellas son relevantes en la conformación de su existencia. Ningún componente de la vida social puede ser desestimado y por eso es oportuno citar las recientes palabras del diputado Luis Pazos con respecto al presupuesto para la cultura, cuando advirtió que el CNCA tendrá que buscar dinero entre empresarios y la sociedad para sus proyectos y dejar de financiar cintas de "dudosa moralidad" como El crimen del padre Amaro. Y contundente afirmó que "el dinero del gobierno debe ser para la cultura en general, no para caprichos ni experimentos, porque estamos muy bajos en cultura, ética y moral". El diputado debe hablar por sí mismo y no confundir su papel de legislador con el de promotor de una noción también dudosa de la moral.

Ante la estrechez fiscal el presupuesto no debe usarse como instrumento para alentar causas particulares que estén ligadas a los intereses económicos o éticos. Mientras no se enfrente con decisión política y buena gestión pública la crisis fiscal del Estado no podremos liberarnos de las restricciones financieras y de la miopía social que provocan.

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