Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 1 de diciembre de 2002
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Editorial
UNA FABULA, PERO SINIESTRA

En una fábula de La Fontaine un lobo encontraba un cordero bebiendo agua en el mismo río donde él bebía, pero aguas arriba de su deseada presa. Dispuesto a comérselo, le reprochó que le enturbiaba el agua y, ante la evidente falsedad del caso, terminó diciendo que si el culpable de semejante ofensa no era el corderito, habría sido su abuelo... y se lo comió.

Esta fábula parece repetirse en el caso de Irak, donde una funcionaria británica de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) declaró que consideraba posible que los ciudadanos iraquíes escondan en sus casas armas de destrucción masiva o elementos fundamentales para producirlas, repitiendo así la campaña de intoxicación lanzada en los medios británicos por los servicios del gobierno de Anthony Blair, que secunda totalmente los planes de guerra del gobierno de Washington. Cualquiera que piense un segundo puede darse cuenta de las contradicciones y de los absurdos presentes en tal afirmación.

En primer lugar, la funcionaria considera que lo que dice es posible porque, para ella "en Irak todo es posible", o sea, basa su opinión no sobre informaciones sino sobre prejuicios. En segundo lugar, al mismo tiempo que el Reino Unido y Estados Unidos declaran que Irak vive bajo una tiranía aborrecida por su pueblo, sostienen sin embargo la posibilidad de que ciudadanos privados puedan esconder en sus casas enormes cohetes con cabeza nuclear, cohetes Scud de largo alcance con capacidad de lanzar gases mortíferos o elementos vitales (químicos o laboratorios biológicos, por ejemplo) para preparar armas letales.

Aparte del patriotismo y la lealtad de las masas al régimen que tales suposiciones presumen, los servicios de inteligencia y los aviones espías ingleses y estadunidenses deberían haber detectado ya que las grandes armas no se pueden transportar en morralitos por la calle ni en los bultos que cargan los camellos. Es evidente entonces que la intención de esta siniestra fábula es convencer a un amplio sector del público anglosajón, que tiene paladar muy grueso y se traga muchas cosas, de que, aunque los inspectores no encuentren nada en los lugares donde tratarán de encontrar armas de destrucción masiva o huellas de su fabricación, ello no significa que no existan sino que están escondidas en los baños o bajo las camas en las casas de los civiles, las cuales deberían ser allanadas una por una porque el enemigo no es sólo Saddam Hussein sino también, y sobre todo, el pueblo iraquí. Contra éste hay que hacer la guerra, con cualquier pretexto, porque hay que despojarlo de su petróleo, de su soberanía, de su país mismo, como demuestran los proyectos de división del país en tres estados y de apropiación de los pozos petroleros.

Si no hay armas químicas o atómicas en las fábricas o los cuarteles, siempre hay la "posibilidad" de que los iraquíes, que serían falsos y astutos por naturaleza, las escondan en sus patios, en los gallineros. Pero si no hay armas ni siquiera allí, siempre queda la ofensa porque hace 50 años Irak nacionalizó el petróleo que estaba en manos, principalmente, de los ingleses.
 

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