Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 4 de diciembre de 2002
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Cultura

Vilma Fuentes

Alejandro Dumas entra al Panteón

in duda la persona y la obra de Alejandro Dumas merecen el despliegue excepcional que ha sido la semana de ceremonias, a la vez solemnes y alegres, con motivo de su entrada al Panteón el pasado 30 de noviembre, y que concluyen con la exposición del ataúd en el que reposan sus restos mortales durante dos días.

No conozco -por medio de relatos, documentales o personalmente- otras ceremonias de ingreso al Panteón más conmovedoras que las de Mirabeau, Jean Moulin y, ahora, la del gran Alejandro.

La de Mirabeau, con cuyos funerales se funda el Panteón, el 3 de abril de 1791, por la decisión de la Asamblea que transforma la iglesia de Sainte-Geneviéve en lugar consagrado a la sepultura de los grandes hombres, es relatada por Alejandro Dumas en su novela La condesa de Charny.

El acento dramático del escritor no está desprovisto de humor negro cuando narra cómo la Convención, después de matar al rey, a la reina, a los girondinos... ''de matarse ella misma, no teniendo vivo nada más que matar, se puso a matar a los muertos. Fue entonces cuando con una alegría salvaje declara que se había equivocado en su juicio sobre Mirabeau'' y decreta su expulsión al cementerio de los ajusticiados.

El ingreso de Jean Moulin, héroe de la Resistencia, inolvidable gracias a su solemnidad y al grandioso discurso, a la vez épico y fúnebre, de Malraux, pronunciado con su voz arrastrada, con ecos de ultratumba.

Un momento conmovedor tuvo lugar en el cementerio de Villers-Cotterêt, cuando fueron exhumados sus restos. El comentario unánime de los asistentes fue su sorpresa ante la conservación del ataúd claro que guardó sus restos desde su muerte, el 5 de diciembre de 1870: parecía que el tiempo no hubiese pasado por ahí.

Más asombroso aún: a medida que su nuevo féretro seguía el recorrido que, de paso por su castillo de Montecristo, lo llevaba a París, Dumas aparecía de más en más vivo, ajeno a la muerte, libre de sus ataduras.

En homenaje al dramaturgo, que tanto homenajeó a los comediantes, la escenificación comenzó en la tarde, en el jardín de Luxemburgo. El ataúd, cubierto por un lienzo azul, donde fue inscrito el lema ''Todos para uno. Uno para todos'', avanzó transportado por cuatro mosqueteros. Después de la representación de un duelo en el jardín, los alumnos del Conservatorio de Teatro representaron al aire libre, sobre una escena ambulante, diversos fragmentos de sus dramas más célébres. El público aplaudía con el mismo entusiasmo que esos dramas suscitaron al estrenarse en vida del escritor. Acaso la misma ovación al escuchar la frase del amante al marido para salvar el honor de la adúltera que el amante apuñala: ''Ella me resistía, yo la asesiné''. Réplica transformada en la época por la actriz, después de un error que adelantó la caída del telón, ante la protesta del público, aparece de nuevo en escena para decir: ''Yo le resistía, él me asesinó''.

Los discursos del historiador y académico Alain Decaux y del presidente francés Jacques Chirac, cosa tan rara en estas solemnidades, fueron también conmovedores. Decaux tuteó a Dumas como a un viejo amigo, conocido desde la infancia. Momento de gran emoción fue cuando evocó los últimos días del gran Alejandro, en Dieppe, y preguntó a su hijo, con su infinita modestia, si algo de él sobreviviría. Cierto, si el índice general de la bibliografía contiene más de mil títulos, la universal popularidad de Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, El collar de la reina y otras novelas, ha ocultado la obra monumental y variada de este pródigo escritor, fuerza de la naturaleza, como señaló Víctor Hugo, ese novelista que enseña más de la Historia que los historiadores, como dijo Michelet, ese signo de admiración, como exclamó Lamartine. Jacques Chirac, conmovido él mismo, recordó sus lecturas de Dumas, su cariño por Porthos, el mestizaje, la fidelidad del escritor a su padre, general republicano, y a su idea de la República -que lo llevó incluso a fletar un barco con su dinero para apoyar a Garibaldi-, antes de concluir aludiendo al último libro de Dumas, inacabado, su Diccionario de cocina.

Después de la lectura de una carta de Hugo a Dumas hijo sobre su padre, el ataúd entró al Panteón.

Alejandro Dumas descansa ahora al lado de dos personajes de sus novelas, Rousseau y Voltaire, de su amigo Víctor Hugo, y de su admirador Emile Zola.

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