Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 24 de enero de 2003
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Política

En Villa de Alvarez el daño se concentró en tres manzanas

Luto y frustración, tras la tragedia

Para los pobladores la ayuda no llega; sólo ven a militares removiendo cascajo

VERONICA GONZALEZ Y ALONSO URRUTIA CORRESPONSAL Y ENVIADO

Villa de Alvarez, Col., 23 de enero. El ensordecedor ruido de la maquinaria del Ejército, que ha llegado a recoger las toneladas de escombros que dejó el temblor, irrumpe en la solemnidad del velorio de Elvira Virgen. Apenas hace posible escuchar la súplica de su hermana, María del Socorro, a los militares para que le den unas horas más antes de terminar de derrumbar su vivienda, que peligrosamente amenaza el cruce de la calle Guillermo Prieto y Aldama.

Una día nada más para ver si puede rescatar por lo menos las escrituras que avalen que esas ruinas fueron de su hermana. Ocupada en elevar plegarias por el eterno descanso de Elvira, no ha podido darse un tiempo para desafiar la gravedad y el destino y poder ver si con su marido puede sacar algo de la vivienda de dos pisos que se vino abajo.

coquimatlan4''Mire que a mi hermana todavía la tengo tendida...'', explica, y consigue la anuencia del capitán del 29 batallón de infantería de la 20 Zona Militar con el inapelable argumento de que a las tres de la tarde es el sepelio.

A pesar de que su casa sufrió el más espectacular derrumbe del barrio de San Isidro, es apenas una de las decenas de casas devastadas en apenas tres manzanas. El colapso de la casa de junto le costó la vida a su hermana, que alcanzó a salir de la vivienda, pero -''ya estaba de Dios''- aun en la calle la alcanzó la marquesina y la desnucó, según narra sin matices su pariente.

Con las huellas en la cara que le dejó el inútil intento por salvar a su padre, Daniel González, de 99 años, Tomás González, de 63, ya sólo contempla el agitado trajinar de la gente en un ir y venir por desenterrar lo que aún pueda servir para algo.

Recuerda que aún lo sacó vivo, ''pero pues la edad se lo llevó y ya no lo soportó; le cayó una viga y murió en el hospital'', relata.

Hay quienes de plano el temblor sólo les dejó la frustración de perderlo todo, otros sienten algo de consuelo, porque al menos les dejó muebles y aparatos electrodomésticos útiles, mismos que los aferran al barrio día y noche, a pesar del peligro de las réplicas. No quieren perder en un robo lo que les respetó el temblor.

Mientras, la televisión no deja de recordarles la desgracia en la que está Colima, y los voceadores les venden los periódicos en los que se refleja su desventura y latecoman4 síntesis de sus males. La gente comienza a impacientarse. Sienten que la ayuda no llega como debiera, pues sólo se ven militares removiendo cascajo.

Entre los centenares de personas que deambulan por la calle acarreando escombros y pertenencias aún útiles, la gente del municipio y de Protección Civil ronda por la zona. Despachan cartelones de "clausurado" por doquier. Es la alerta para evitar que la gente reocupe las casas dañadas y el vaticinio de que serán demolidas.

La fuerza del temblor no despeja las interrogantes de por qué el daño se concentró en tres manzanas.

Postrada sobre la banqueta, Bertha Rodríguez no sale de su asombro por la devastación de una parte del barrio, pero también por el enorme agujero que le dejó en su vivienda y que le da la certidumbre de que no fue sólo el temblor lo que provocó el desastre.

Ahora, con la casa en ruinas, recuerda una vieja anécdota que le contó su hermano hace años, cuando llegaron al barrio. "Un día me dijo que se le había ido un puerco por un agujero y que por ir a buscarlo descubrió que en el subsuelo había cuevas. Entonces él me juró que cabía parado por los hoyos de allá abajo".

Junto con sus vecinas, que supieron entonces del suceso, tiene la certeza de que eso no fue un mito y que hoy es una de las razones por las que se acrecentaron los daños. Hace tres décadas, el suelo donde se asentó esta parte del barrio fue una mina de arena para construir ladrillos.

''ƑCómo iba a soportar, si abajo esta todo agujereado?'', tercia María Pamplona de González antes de que el llanto la desborde.

José Carlos Vargas, maestro de profesión, da testimonio, cuadras adelante, de lo profundo de las grietas que se han abierto en el suelo. "Viera que anoche había una fuga de agua y nada más se oía al fondo como se iba el agua". En segundos reporta cinco hoyos en media cuadra y advierte que si les van a ayudar, que mejor los reubiquen.

''O si de plano nos van a dejar aquí que le rellenen bien, que le hagan un buen estudio al suelo, porque si esta vez nos salvamos, otra vez no.''

El desafío de la tierra

Unas cuadras más allá, Adelfino Godínez Padilla asegura que el temblor le precipitó sus dolores físicos y le partió el corazón. Años de sacrificios para pagar el suelo. "Que si abonaba los 20 o los 30 pesos, lo que podía a costa de no comer para venir a terminar así".

Eso sí, no oculta que sabía bien dónde se vino a vivir. Puede jurar que le echó "45 camionadas de piedra para rellenarle bien", que le puso "unos castillos de tres metros, para apalancarla bien", que le había puesto varillas bien reforzadas y "gasté mucho material para que aguantara bien los dos pisos".

Treinta años después la tierra le cobró el desafío. Y aunque su casa "no se derrumbó, sí se ladeó mucho", para él es irrecuperable. "Mire usted -dice ya sin detenerse a las preguntas-, yo no sé leer, pero con ser ignorante no lo soy tanto. El ingeniero está pendejo, pues dice que con una reforzada la casa queda bien''.

Adela Arias, la panadera del barrio, le acongoja no sólo la pérdida de la vivienda -"que ya de por sí era la más grande de aquí y que ya no podemos habitarla"-, sino también el horno y su panadería que tenía en la planta baja.

-ƑUsted cree que me lo puedan reponer todo? -pregunta entre la angustia y la desesperanza.

Casi enfrente, Francisco Alvarez, "maestro de obra", es el único de la familia que se ha quedado a resguardar sus pertenencias en una vivienda que ya ha sido sentenciada por los peritos. La leyenda "clausurada" anticipa la inminente demolición.

Con la experiencia que le dan los años en la albañilería, dice que el perito tiene razón. No hay remedio para su vivienda, que construyó hace más de dos décadas. En él, más bien hay un dejo de resignación, pues ya de plano ha optado por no sacar nada, sólo vigilar que no entren y se lleven sus cosas.

No ha movido nada, ni siquiera el cuadro de la milagrosa Virgen de Talpa, que sólo pende de bruces aferrada a un clavo.

-ƑY sí es muy milagrosa?

-šPor lo menos, de esta sí nos salvó!

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