Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 3 de marzo de 2003
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Política
El predio fue abandonado por los indígenas, debido a la presión del Ejército Mexicano

Los estadunidenses adquirieron el Esmeralda después del conflicto armado

La familia Wersch-Jones, por temor, decidió dejar el rancho, dice un vigilante del inmueble

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Rancho Esmeralda, Chis. 2 de marzo. Mientras espero en el acceso al nuevo centro de población Nuevo Jerusalén, un indígena se aproxima y dice: "Tiene usted la autorización para pasar al rancho, para que vea cómo está. Lo que sabemos por la gringa es que se cansaron de vivir en ese lugar por temor, y dicen que van a meter una demanda al gobierno. Ellos solos, por temor, abandonaron, llevando todas sus cosas".

Hace una pausa y agrega: "La tierra tiene mucha demanda aquí para sembrar maíz y frijol, y conservar lo que son árboles altos".

Será el único campesino que hable realmente. Otro, un hombre mayor y hermético, me acompaña por el poblado, un caserío de tablas y techo plano de lámina. Aquí viven unas 300 personas, parte del municipio autónomo Primero de Enero. La escuela luce un mural colorido, como en tantas otras comunidades rebeldes de la zona: un arco iris, el sol y la luna, el día y la noche, flores, niños, milpas, helicópteros militares apuntando, insurgentes de rostro cubierto, Marcos y Emiliano Zapata, y en el extremo, como rasgo distintivo, la escala de Toniná, cuyo original se puede ver desde aquí, en el sitio arqueológico vecino.

Primera constatación: el camino al rancho Esmeralda atraviesa, por el centro, la comunidad zapatista.

A un kilómetro y medio de la carretera Ocosingo-Toniná y del cuartel de la 39 Zona Militar, pero a sólo 300 metros de las últimas casas de Nuevo Jerusalén, el rancho está completamente abandonado. El portón no tiene candado, sólo pasador.

"Aquí vas a esperar", dice el hombre, se baja del carro y va a reunirse sobre el camino con otros tres indígenas. Vuelve y me dice: "Que puedes entrar tú sólo, y puedes ver". Después desaparece. Los hombres restantes se aproximan, y me interceptan. Durante unos minutos, a tirabuzón, logro sacarles monosílabos y frases entrecortadas, suficientes para confirmar que "con anterioridad" (hace meses), vieron en estas instalaciones a turistas que hacían prácticas de tipo militar. Luego se niega a dar más detalles.

Al preguntar el reportero si llegó a este lugar la caravana de jeeps Izusu (que armó revuelo a su paso por la selva, a fines de noviembre y principios de diciembre), otro hombre, sin desmontar de su bicicleta, dice que no. Y luego, que sí.

Aclara: "Vinieron las gentes, pero no sus carros. A la comunidad venían como simples turistas, con choferes de...

Su tercer compañero lo interrumpe en tzeltal. Discuten un par de minutos. Luego dice: "Vino a recogerlos un carro de esos de turistas. Supimos que los llevararon a la Ganadera de Ocosingo, donde dejaron estacionados sus carros esos que usted dice. Luego ya los vimos pasar, rápido, para adentro de la selva".

El secretario de Gobierno, Emilio Zebadúa González, hizo ayer declaraciones, aunque eufemísticas, en un sentido similar. Según cable de la agencia Notimex, fechado en Tuxtla Gutiérrez, el funcionario "recordó" (aunque nadie lo había dicho antes) que el origen del conflicto entre los propietarios y los zapatistas data de noviembre pasado, cuando ingresó al rancho un grupo de turistas, la mayoría israelí, "de una empresa ecoturística".

De acuerdo con Zebadúa, el grupo inquietó a muchas comunidades zapatistas y no zapatistas en Ocosingo, la selva y en particular los alrededores de Toniná. Estos visitantes, dijo, "se establecieron en un predio cercano, acamparon, realizaron algunos eventos que molestaron y afectaron las relaciones entre los zapatistas y los propietarios del rancho Esmeralda".

Desde entonces, continuó el funcionario, la situación se ha deteriorado, ya que la comunidad estableció restricciones al paso de turistas y gente extraña a la región por el camino que daba al rancho Esmeralda.

La Esmeralda escondida

Más allá de la reja y las cercas de arbustos que delimitan el predio Esmeralda no se ve más presencia que un bien formado regimiento de macadamias (árboles nogales que el matrimonio Wersch-Jones aprendió a cultivar en República Dominicana, en cuyas montañas radicaron un tiempo como parte de los Peace Corps, antes de mudarse a Ocosingo). Hay nopales, plantas de ornato, limoneros y un gran ágave azul. Después, los altos tejados de dos aguas de las cabañas turísticas.

Los indígenas siguen sin decidirse a permitirme el paso. Así, continúa la entrecortada conversación, lo cual me permite averiguar que este rancho "fue tierra recuperada" después del levantamiento zapatista, igual que Nuevo Jerusalén y otros predios privados de la región. Pero luego llegó el Ejército Mexicano a Toniná, y rodeó las tierras que se llamaban de otro modo, no Esmeralda. Los indígenas se retiraron por la presión militar. El predio quedó abandonado, y vigilado por los soldados. Posteriormente llegaron Glenn Wersch y Ellen Jones, y crearon el guest ranch Esmeralda, que llegaría a ser considerado entre los mejores de su tipo, según las prestigiosas guías para viajeros de National Geographic y Lonely Planet.

Los indígenas, quizás hartos de tanta pregunta mañosa, me permiten ingresar al rancho: "Puedes ver lo que quieras". Y se retiran.

Más que rancho parece jardín, de lo bien cuidado. Cuenta con un vivero, una hortaliza, grupos de plantas ornamentales en torno a las construcciones. No hay presencia humana ni animal, si bien un anuncio ofrece paseos a caballo y se sabe que había perros guardianes (watchdogs) y gatos. El conjunto consiste en una decena de cabañas de madera y tejados estilo alpino, pero con mosquitero, una palapa de palma para las regaderas, un decoroso grupo de letrinas, un restorán llamado La Palapa, un taller de carpintería, una cocina, dos casas de ladrillo (al parecer dormitorios para empleados) y, más al fondo, una casa de cemento estilo americano, color mamey claro. Destacan las originales formas curvas, incluso cilíndricas, de sus esquinas, del zaguán y la herrería en las ventanas. Esta debe ser la casa de los propietarios. En todo caso es la menos rústica del conjunto.

Algo que reconocen al menos dos antiguos huéspedes del rancho, consultados por La Jornada, es el buen gusto y la buena atención. Uno, estadunidense radicado en Chiapas, me confió, con cierto desagrado, que los trabajadores se dedicaban a actividades absurdas, como cortar con una máquina el pasto durante horas.

Fuera de lo mencionado, ahora no hay nada. Ni muebles, ni herramientas, ni basura. Sólo la cocina luce abandonada de última hora. A través de las ventanas se pueden ver una vajilla colgada, algunas tazas sobre una mesa en la que hay cubiertos, una "novela" de vaqueros y un ejemplar de la revista alemana Der Spiegel, en la cual se lee un gran titular: "Der Bush Krieg" (la guerra de Bush).

Las paredes hablan

En un cobertizo, quizá taller, aparece apoyado contra un muro el siguiente letrero, pintado con letras azules: "La Escuelita Cero en Conducta". (Como diría Monsiváis, whatever that means). Hay una puerta cerrada con candado, "sólo para personal", dice. En otro muro aparecen dos cuartillas pegadas con diúrex ya viejo, medio seco, tituladas "Trabajo del rancho en general".

Sigue la enumeración de actividades, que comienzan por abrir el portón en la mañana, y terminan por cerrarlo en la noche. Allí se detalla que los empleados deberán limpiar los cuartos, barrer pasillos, servir los alimentos, recoger los platos, limpiar las letrinas, alimentar a los perros y los gatos, atender a los huéspedes en lo que pidan, preparar bebidas y cocteles, cambiar mantelería si se ensucia, y un etcétera que suma 39 cláusulas.

La cuadragésima y última cláusula indica: "Cuando no hay nada que hacer o no hay huéspedes, chapear y limpiar la yerba alrededor de los edificios, limpiar yerba de la hortaliza y mantener limpios los círculos de los árboles de macadamia".

Pese a que las habitaciones están vacías, como si les hubiera pasado el comején, los muros hablan. Dentro de las cabañas, un letrero junto a la puerta advierte a los huéspedes "no dejar cosas de valor, especialmente efectivo (especially cash)".

También pegada con diúrex viejo, pero cubierta con plástico, aparece la impresión de un e-mail enviado a los Wersch (y a una veintena de remitentes más) por un hotelero chiapaneco. Dice: "22 de septiembre de 2002. Hola a todos. Como les tengo mucha confianza, me atrevo a pedirles un favor. Tengo unos amigos de Afganistán que decidieron venir a México y España. Necesitan un lugar donde estar. Ellos traen casas de campaña. Abusando de su confianza, les di su dirección, sabiendo que no se van a negar a este buen acto de solidaridad. Vienen en dos carros, un Mercedes blanco, y uno verde. Anexo foto para que los reconozcan".

Enseguida, la fotografía de dos camiones de carga, Mercedes en efecto, llevando cada uno a bordo al menos 100 refugiados con todo y costales, como sardinas en lata. Visten a la usanza árabe. Y sí, podría retratar el éxodo de unos afganos. Aunque obviamente se trata de una broma entre hoteleros, no sé si entendí la parte que es chiste.

Al abandonar Nuevo Jerusalén, ya ningún campesino quiso hablar. Estaban más interesados en un inminente partido de futbol, para el que dos equipos ya calentaban. Nadie hubo que me explicara si ese rancho vacío está ocupado o qué.

A las puertas del importante cuartel militar de Toniná, sólo hay una pickup gris cobalto. En la defensa trasera lleva un vistoso sticker que dice "Bush-Chenney", con la bandera de barras y estrellas como fondo. Las placas del vehículo son de Querétaro. En la portezuela una leyenda indica que el vehículo pertenece a una hacienda queretana, propiedad de un señor de apellido Sánchez. Hasta Toniná llegó. Con los soldados.

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