LOS TROPIEZOS DE BUSH
El
pasado fin de semana hubo tres hechos que obstaculizan de manera significativa
los esfuerzos del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, por llevar
al mundo a una nueva guerra en el golfo Pérsico: la negativa del
parlamento turco de permitir que su país sea utilizado como trampolín
para la agresión bélica estadunidense contra el vecino Irak;
la presteza con que éste manifestó una clara actitud de cooperación
en materia de desarme con los inspectores internacionales que dirige Hans
Blix, así como el absoluto rechazo formulado por la Liga Arabe -reunida
el sábado en Charm el-Cheij, Egipto- a una incursión bélica
contra cualquiera de sus miembros.
Ayer, el gobierno de Ankara manifestó su intención
de no volver a presentar al Legislativo -al menos por ahora- la propuesta
de autorización para más de 60 mil soldados y cerca de 200
aeronaves estadunidenses en territorio turco. De esa manera, y habida cuenta
de la negativa de Arabia Saudita a prestarse como punto de partida para
los ataques contra Irak, Washington se queda sin bases terrestres para
lanzar la ofensiva contra ese país -con excepción de Kuwait-,
lo que implica un grave revés a los designios bélicos de
Bush.
En el ámbito político y diplomático,
el mandatario estadunidense también tendrá que cambiar de
estrategia, ya que "el desarme de Irak" es, a todas luces, un proceso en
curso. Las autoridades de Bagdad no sólo están desmantelando
sus misiles Al Samoud -los cuales, según los inspectores
internacionales, tienen un rango superior a las limitaciones impuestas
al armamento iraquí por el Consejo de Seguridad de la ONU-, sino
que el domingo informaron al equipo de inspectores de diversos remanentes
de armas químicas y biológicas y manifestaron su disposición
a destruirlas. Ante esos hechos, la justificación de una guerra
orientada a desarmar a Saddam Hussein pierde toda verosimilitud, como la
perdió, en su momento, el alegato estadunidense sobre supuestos
vínculos entre Bagdad y Al Qaeda.
Bush mismo parece haberse dado cuenta de ello y ahora
empieza a hablar de la imperiosa necesidad de derrocar al gobernante iraquí.
Pero el canciller francés, Dominique de Villepin, salió ayer
mismo al paso de esa maquinación, al recordar que la resolución
1441 del Consejo de Seguridad, que exige el desarme iraquí, no dice
nada acerca de un cambio de régimen en Bagdad.
Por lo que hace a México y Chile, los dos países
latinoamericanos que ocupan sitios no permanentes en el Consejo de Seguridad,
parecen transitar caminos divergentes. Mientras que el gobierno de Vicente
Fox persiste en dar preocupantes e inadmisibles señales de alineamiento
con Washington, el de Ricardo Lagos ofrece expresiones cada vez más
claras de su rechazo a la solución militar: ayer, el embajador chileno
ante la ONU, Juan Gabriel Valdés, si bien quiso mostrarse equidistante
de las posturas estadunidense y francesa, se adhirió al propósito
de "encontrar otra posición que permita avanzar en el desarme pacífico"
de Irak y señaló que "una guerra no es un paso como cualquier
otro", en alusión al injustificable costo humano que tendría
un conflicto bélico.
En los días recientes, en suma, el gobierno de
Estados Unidos se ha topado con nuevos e importantes obstáculos
políticos y estratégicos para la guerra injusta que desea
emprender. Cada uno de esos tropiezos debe verse como un ensanchamiento
de las perspectivas de paz y como un factor que fortalece la precaria estabilidad
mundial.