Emir Sader*

Por un mundo unipolar

El movimiento que salió el 15 de febrero a las calles del mundo entero nació con el grito de los zapatistas en 1994 llamando a la resistencia internacional contra el neoliberalismo. En Seattle, cinco años después, comenzaron a congregarse los más diversos movimientos para luchar contra una de las banderas preferidas del nuevo orden mundial anunciado por Bush padre al final de la primera guerra del Golfo: el "libre comercio".

Se multiplicaron las manifestaciones y se diversificaron los escenarios -de Praga a Seúl, de Barcelona a Buenos Aires, de Génova a Washington- hasta desembocar en las dos emisiones del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Apenas se había realizado el primero, en enero de 2001, cuando cometieron los atentados de septiembre en Estados Unidos, y el Financial Times decretó, prematuramente: "Adiós Porto Alegre". Quería decir con eso que el mundo quedaría a partir de entonces condenado al dilema Bush-Bin Laden, o quien sustituyese a este último como representante del eje del mal. La propuesta de otro mundo es posible, que abría espacio para la superación de la dicotomía globalización neoliberal-nacionalismos fundamentalistas, quedaría eliminada, según el diario.

El segundo Foro Social Mundial, en enero de 2002, incorporó el tema de la guerra. Sin soluciones pacíficas, justas y duraderas a los conflictos mundiales, otro mundo, humano y solidario, no sería posible. Fue el mismo sentimiento que comenzó a manifestarse en el mundo contra la política de Bush de militarización de los conflictos y de criminalización de los adversarios de Estados Unidos.

La nueva doctrina estadunidense de seguridad y los irreversibles preparativos para una nueva guerra contra Irak llevaron a que la fuerza acumulada por el movmiento llegase al nivel del 15 de febrero, suficiente para que un cronista del New York Times comenzara su artículo diciendo que hay "dos superpotencias en el mundo: Estados Unidos y la opinión pública mundial". Manifestaciónes que llevaron a Jack Straw, ministro de Exteriores de Gran Bretaña, a admitir que será "muy difícil" lanzar una guerra si la población se opone de manera terminante.

La nueva política estadunidense es el catalizador de los movimientos que salieron a las calles y se constituyeron en opinión pública mundial contra la guerra. Está compuesta por una nueva generación de jóvenes, que ya no son hijos de la caída del Muro de Berlín, sino de la lucha por otro mundo posible, es decir, contra el neoliberalismo y su filosofía de que "todo se vende y todo se compra", pero ahora también de la lucha contra la guerra y por la paz. Y ésta es, automáticamente, una lucha contra la hegemonía imperial estadunidense.

Al asumirse como imperio del bien, pero practicar una política de guerra, el gobierno de Bush dio un norte político al movimiento. De luchar contra la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el movimiento evolucionó hacia una lucha que incorpora también la cabeza política y estratégica del bloque de poder en el mundo de hoy: el gobierno de Estados Unidos.

Este es el paso decisivo que se está dando actualmente en el mundo, con presión sobre los gobernantes para construir un frente de resistencia a la política belicista estadunidense. Una política en la cual Brasil asume sus responsabilidades y lleva a América Latina a sumarse a Alemania, Francia, Bélgica, Rusia y China, en un momento que puede desembocar en la más importante transformación política mundial desde el fin del mundo bipolar: la construcción de un mundo multipolar, condición para la resolución pacífica de los conflictos mundiales.