Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 3 de marzo de 2003
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Política

Jorge Santibáñez Romellón*

Pobreza urbana, Hábitat y la guerra interna

Ahora que casi cotidianamente nos cuestionamos acerca de las posibilidades de que ocurra una guerra en Medio Oriente, sería quizá más importante reflexionar sobre las guerras que tenemos que librar con nosotros mismos o, por decirlo de alguna manera, acerca de nuestras guerras internas. Una es lo que llamamos pobreza urbana.

Durante mucho tiempo en México se pensó que el escenario de pobreza extrema se daba esencialmente en el medio rural; de hecho eso provocaba fuertes desplazamientos poblacionales de las zonas rurales hacia las urbanas, precisamente para huir de ella. En consecuencia, las metodologías de medición de la pobreza estaban más enfocadas al medio rural y en menor medida al urbano. Por ejemplo, bajo estas metodologías ciudades como Tijuana simple y sencillamente no tenían pobres. Sin ser científico social o especialista en el tema de pobreza, basta asomarse a la ventanilla del avión al momento en que se aproxima al aeropuerto de esa ciudad para constatar que en Tijuana, como en cualquier otra zona urbana de México, la pobreza es evidente.

Las tasas de crecimiento de algunas ciudades, en particular las fronterizas, no ayudan a abordar este problema. Tijuana, por ejemplo, crece cerca de 5.5 por ciento anual, la mitad de sus calles no está pavimentada y un porcentaje importante de su población no tiene acceso a servicios básicos aunque, probablemente, el porcentaje de la población que tiene electrodomésticos o un vehículo sea comparable al de ciudades en países desarrollados y las tasas de desempleo sean prácticamente nulas.

El escenario es relativamente simple y con pocas posibilidades de solución sencilla. Se atrae inversión generadora de empleos, que implica la atracción de mano de obra de la que no se dispone en la localidad, es decir, migrantes que llegan a estas localidades, donde encontrarán empleo, pero no condiciones básicas de vida más digna.

Las expresiones o consecuencias de la pobreza en el medio rural deterioran el medio ambiente y provocan que sus habitantes las abandonen para dirigirse hacia zonas urbanas o a Estados Unidos. La pobreza en las zonas urbanas tiene formas de expresión aún más dolorosas. Esta pobreza se expresa en condiciones de inseguridad pública, enfermedades, consumo de drogas ilícitas y en fenómenos sociales con impactos más negativos a corto y mediano plazos.

Por estas razones un programa de combate a la pobreza urbana tiene que atacar de fondo las características específicas de este tipo de zonas, utilizando como plataforma esas mismas características, es decir, no mediante modelos teóricos, demasiado generales, sino a partir de las condiciones a través de las cuales aparece esta pobreza. Debe además respetar culturas regionales, tener una perspectiva integral e integradora, involucrando a actores locales de desarrollo, con nuevas fuentes y formas de gestión y financiamiento, ya que no se trata de estirar más la cobija, la cual es ya insuficiente.

Este programa debe romper con esquemas paternalistas que si fracasaron en el medio rural en el urbano no tienen ninguna posibilidad de éxito; debe adaptarse a las condiciones demográficas de esas localidades e insertarse en una estrategia con visión de mediano y largo plazos, que incorpore a todos los actores de desarrollo y todos los indicadores de bienestar, precisamente para no llegar a modelos como el de las ciudades fronterizas, donde se tiene pleno empleo, pero la pobreza urbana, y en consecuencia los fenómenos sociales asociados, son crecientes.

El lanzamiento del programa Hábitat del gobierno federal responde en buena medida a la lógica mencionada en el párrafo anterior, de tal forma que para que una localidad sea beneficiaria de este programa debe tener un programa de desarrollo y establecer "territorios de actuación", y los proyectos deberán ser apoyados bajo una óptica de gestión conjunta entre los diferentes actores del desarrollo, ser congruentes con los planes vigentes y combinar los recursos de todos estos actores, así como de los beneficiarios.

Esperemos que la sombra de utilización política, en contra o a favor, no sea la característica relevante del programa, como ha sido el caso en programas anteriores de combate a la pobreza. Esperemos que por esta vez los actores políticos locales se sumen a las estrategias de desarrollo y no respondan solamente a sus intereses o a los de sus partidos, y que nos demos cuenta de que el enemigo está en casa y se llama pobreza, no gobierno o tal o cual partido político.

* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte
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