Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 3 de marzo de 2003
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Economía

León Bendesky

Retroceso

Aún nos resistimos a aceptar que puede haber regresiones en la sociedad que nos confrontan no sólo con las circunstancias de nuestras vidas efímeras, sino con el sentido mismo de la historia. A pesar de las evidencias al contrario, prevalece en muchas visiones cierta noción del progreso que conviene cuestionar, sobre todo en la forma en que se expresan actualmente en el campo de la política.

La idea de progreso afirma que la humanidad avanza a partir de una situación inicial más primitiva, o incluso bárbara, y que sigue avanzando y seguirá haciéndolo. Eso parece imprimir cierta confianza en que lo que nos rodea tiene algún sentido que nos empuja hacia delante, como el tiempo que se ve como una flecha que vuela en una sola dirección.

Pero hoy tenemos muchas razones para pensar que lo que pasa se aproxima más a la idea de que la historia es como una rueda que, aunque gira de manera implacable, puede detenerse, acelerarse o retroceder. Tomemos como referencia solamente lo que hemos vivido en el periodo reciente de poco más de una década y pongamos en esa perspectiva lo que tenemos enfrente: algo tan inminente como una nueva guerra en Irak.

Esta será la segunda guerra que emprende Estados Unidos bajo el liderazgo de la familia Bush contra ese país. Ahora el objetivo declarado es la instauración de un régimen distinto en Bagdad, que promueva mayor libertad y contenga la fuerza del terrorismo. Los fines no son objetables en principio. Todo hace pensar que, en efecto, será posible acabar con Saddam Hussein; el costo de hacerlo y lograr lo demás es altamente incierto. Esto tiene que ver con los antecedentes ocurridos en la última docena de años. En 1991 se logró desalojar al ejército iraquí de Kuwait y restablecer cierta estabilidad en la región de Medio Oriente, sobre todo en el conjunto de países árabes, que hoy se consideran moderados. Pero quedaron los enfrentamientos cada vez más fuertes entre Israel y Palestina, en un conflicto que se profundiza de modo irracional sin salida a la vista. Luego de todos estos años aquella guerra parece haber contribuido a crear más fricciones y un entorno de creciente inseguridad global; no debe olvidarse que ahí quedaron también los talibanes y el mismo Bin Laden. El progreso suele ser, pues, inasible.

Parte de la disputa política que se advierte en la ONU tiene que ver con la experiencia de aquella guerra, que empezaba a mostrar el efecto de la desintegración de la URSS y el renovado poder estadunidense. Se asocia, también, con la profunda herida europea que significa todavía la barbarie en la ex Yugoslavia, con el sentido que consciente o inconscientemente tienen las aún frescas matanzas de serbios y croatas. Esa responsabilidad impone una marca ominosa sobre toda la diplomacia de elegantes salones de la Unión Europea, con sus necesarias escalas en Washington. Estos años tienen un saldo negativo para todas las partes que se enfrentan.

No sólo a escala global el progreso es muy debatible, en casa nos pasa lo mismo: la rueda se estanca y retrocede. Hoy no se puede estar satisfecho con eso que aún llamamos la transición democrática en México. La regresión que se ha registrado en muchos terrenos en los últimos veinte años sigue marcando la vida del país y en algunos casos se agrava. Esta democracia de la que ahora nos preciamos tanto de boca para afuera, requiere de pruebas más definitivas. La democracia no existe sin pruebas. Estas son escasas en las acciones del Ejecutivo y las enormes confusiones en que incurre el propio Presidente y su gabinete, a las que se añaden las de su esposa. No hay pruebas suficientes en el sistema de justicia, a pesar de algunos avances reconocibles y las hay menos en el Legislativo, que va a la zaga de las necesidades que tiene un país que aspira a superar su condición de desigualdad cada vez más onerosa y de alcanzar una modernidad menos hueca y con resultados efectivos en la manera en que vivimos.

La democracia electoral está cada vez más secuestrada por el mismo gobierno, por los propios partidos y hasta por la misma autoridad que la regula y la vigila, en lo que puede ser una paradoja de su carácter ciudadano. El sistema político en su conjunto se está convirtiendo en un renovado coto de poder y de uso de los recursos para distintos grupos, que es muy costoso para la sociedad y al final poco efectivo política y económicamente. La democracia electoral está derivando igualmente en un regreso de fuerzas y las ideologías más conservadoras, que imponen una visión vieja que va de la mano del control que quieren imponer y que siempre les ha beneficiado. El laicismo es hoy, de nuevo, una demanda esencial del orden social y de la libertad individual, como lo fue hace siglo y medio. Las guías de moda para la vida familiar que surgen de una asociación privada, que de no estar en donde está y ser de quien es no tendría la capacidad de proyección que tiene, y que incluso pone a la Secretaría de Educación Pública contra las cuerdas no es, precisamente, un signo de progreso. La democracia con libertad puede acarrear mayor progreso, aunque, por supuesto, no lo garantiza, pero de seguro no va en esa dirección imponer a los demás los prejuicios propios y proponerles a los jóvenes la abstinencia sexual en lugar del disfrute, la educación para la salud y el respeto de los otros con sus gustos y preferencias.

Para Martín Puchet, solidariamente.

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