Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 22 de marzo de 2003
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Mundo
Immanuel Wallerstein*

Bush apuesta su resto

Estados Unidos está en graves problemas. El presidente del país se ha embarcado en un juego sumamente riesgoso y lo ha hecho desde una posición esencialmente débil. Hace más o menos un año decidió que Estados Unidos haría la guerra contra Irak. Con ello pretendía demostrar la abrumadora superioridad militar de su nación y lograr dos objetivos primarios: 1) intimidar a todos los potenciales impulsores de la proliferación de armas nucleares para que abandonaran sus proyectos, y 2) aplastar toda pretensión europea de desempeñar un papel político autónomo en el sistema mundo.

Hasta ahora George W. Bush ha tenido un excelso fracaso. Corea del Norte e Irán (y quizá otros aún inadvertidos) han acelerado sus proyectos de expansión nuclear. Francia y Alemania han mostrado lo que significa ser autónomo. Y Washington no logró que ninguno de los países del Tercer Mundo en el Consejo de Seguridad de la ONU respaldara una segunda resolución sobre Irak.

Así pues, como un jugador empedernido, Bush tendrá que echar el resto. Emprenderá una guerra en un tiempo muy corto y apostará a que puede lograr una victoria rápida y aplastante. La apuesta es muy simple: cree que si Estados Unidos logra semejante resultado militar, las potencias nucleares en ciernes y los europeos se arrepentirán de sus extravíos y aceptarán en lo futuro los dictados de Washington.

Hay dos posibles desenlaces militares: el que Bush desea (y espera), y uno diferente. ¿Qué probabilidad existe de que Bush logre la rápida capitulación de los ira-quíes? El Pentágono dice que cuenta con el armamento necesario y que vencerá con rapidez. Una larga lista de generales en retiro, tanto estadunidenses como británicos, han expresado escepticismo. Mi suposición (y para mí no es más que eso) es que el desenlace de victoria rápida y total no es muy probable. Me parece que al combinarse la determinación desesperada del liderazgo iraquí con una exaltación del nacionalismo iraquí y con la anunciada negativa de los kurdos de combatir a Saddam Hussein (no porque no lo odien sino porque tienen profunda desconfianza de las intenciones estadunidenses hacia ellos) resultará extremadamente difícil para Estados Unidos llegar al fin de la guerra en cuestión de semanas. Probablemente llevará meses y, una vez que pasen muchos meses, ¿quién puede predecir hacia dónde soplarán los vientos, en primer lugar en la opinión pública británica y estadunidense?

Supongamos, sin embargo, que Estados Unidos gana con rapidez. Yo diría que si eso ocurre Bush apenas saldría tablas, sin ganar ni perder. ¿Por qué digo eso? Porque una victoria dejaría la situación geopolítica más o menos como se encuentra hoy. En primer lugar está la cuestión de lo que ocurrirá en Irak el día posterior a la victoria. Lo menos que podemos decir es que nadie sabe, y no es seguro que el mismo Washington tenga una visión clara de lo que desea. Lo que sabemos es que están en juego múltiples intereses, muy diversos y totalmente incoordinados. Es un escenario que presagia anárquica confusión. Para que Estados Unidos desempeñe un papel importante en las decisiones de posguerra se requerirá una prolongada intervención militar y un montón de dinero (un auténtico montón). Cualquiera que eche un ojo a la situación económica y a la política interna de Estados Unidos sabrá que para el gobierno de Bush será una ardua tarea dejar tropas allá por mucho tiempo y aún más difícil obtener el dinero que necesitará para llevar adelante el juego político.

Asimismo, todos los demás problemas que confrontan al mundo quedarán intactos. En primer lugar, sería aún menos probable que ahora lograr algún progreso hacia la creación de un Estado palestino. El gobierno israelí tomaría una victoria estadunidense como reivindicación de su línea dura, y simplemente la endurecería aún más. En el mundo árabe crecería la indignación, si tal cosa es posible. Irán sin duda no cejaría en su determinación de contar con armamento nuclear y probablemente, ya con Saddam Hussein quitado de en medio, empezaría a abrigar pretensiones sobre la región. Corea del Norte intensificaría sus provocaciones y Corea del Sur se sentiría cada vez más incómoda con su aliado estadunidense y sus impulsos belicistas. Y Francia probablemente comenzaría a pertrecharse con vistas a una confrontación a largo plazo. Así que, como digo, una rápida victoria estadunidense en Irak nos dejará con el mismo status quo geopolítico, que no es lo que los halcones estadunidenses desean.

Supongamos ahora que la victoria no es rápida. ¿Qué ocurriría entonces? En tal caso la operación sería un desastre político para Washington. Se soltaría el pandemonio y Estados Unidos tendría tan poca in-fluencia en su desarrollo futuro como, di-gamos, Italia, es decir, prácticamente ninguna. ¿Por qué digo esto? Pensemos en lo que ocurriría en primer lugar en Irak mismo. La resistencia iraquí convertiría a Saddam Hussein en héroe y él sabría sin duda explotar ese sentimiento. Los iraníes y los turcos enviarían tropas al norte kurdo y probablemente acabarían combatiendo entre sí. Los kurdos podrían alinearse con los iraníes por un tiempo. Si eso ocurriera, los grupos chiítas del sur de Irak tomarían distancia de los esfuerzos militares estadunidenses; entonces los saudiárabes podrían ofrecerse como mediadores y serían repudiados por ambas partes.

En otras partes de la región, el grupo Hezbollah probablemente atacaría a los israelíes, que en represalia tratarían tal vez de ocupar el sur de Líbano. ¿Entrarían los sirios en esa guerra para tratar de salvar a Hezbollah y, en términos más generales, su papel en Líbano? Es muy posible, y si eso ocurriera, ¿los israelíes bombardearían Damasco (tal vez con armas nucleares)? ¿Y los egipcios se quedarían tan campantes? Y sí, claro, por allí andaría también ese fulano, Osama Bin Laden, haciendo lo que acostumbra.

¿Y Europa? Probablemente habría una revuelta importante en el Partido Laborista británico, que podría conducir a una escisión. Tony Blair podría retirarse con sus seguidores para formar una coalición de emergencia con los tories. Aún sería primer ministro, pero habría mayor presión por unas nuevas elecciones, en las cuales el gobernante británico podría sufrir una derrota aplastante. Y luego está ese asuntito de la advertencia que Blair recibió de sus consejeros legales de que, si los británicos van a Irak sin el respaldo explícito de la ONU, podría ser llevado a juicio ante la Corte Penal Internacional. Las perspectivas electorales de José María Aznar en España se han vuelto similarmente dudosas, dada la extensa oposición en su propio partido a la postura española sobre la guerra. Silvio Berlusconi y los gobernantes de la Europa central y oriental comenzarían a sentir frío en los pies.

Entre tanto, en América Latina tendríamos que decir adiós al Area de Libre Co-mercio de las Américas. En cambio, Lula presionaría por reactivar el Mercado Co-mún del Sur como estructura monetaria y comercial, y quizá lograría hasta atraer a Chile. Vicente Fox se vería en graves dificultades en México. En el sureste de Asia, las dos mayores naciones musulmanas (Indonesia y Malasia), que por ahora tienen gobiernos esencialmente amistosos hacia Washington, podrían tratar de emular a Europa en crear una zona de acción autónoma. El gobierno filipino se vería sujeto a intensa presión para que expulse de su territorio a los militares estadunidenses. Y es probable que China le diga a Japón que reduzca sus lazos políticos con Washington si pretende seguir teniendo un futuro económico en la región.

A principios de 2004, ¿dónde dejará todo esto al régimen de Bush? Lo dejará enfrentando un movimiento antibélico en rápida expansión dentro de Estados Unidos, que podría transformar al Partido Demócrata en una verdadera oposición a sus políticas globales. No es fácil, pero sí posible. Si así ocurriera, quizá los demócratas ganarían las elecciones.

Si todo esto ocurriera, Bush habría logrado en verdad un cambio de régimen... en Gran Bretaña, España y Estados Unidos. Y el mundo ya no verá a Washington como una superpotencia militar invencible. En resumen, si gana se enfrentará a un status quo político que ni de lejos será el que desearía. Y si pierde, perderá en serio: yo no diría que las perspectivas son muy halagüeñas. Los historiadores dirán que no había necesidad de que Estados Unidos, después del 11 de septiembre de 2001, se colocara en esta situación imposible.
 
 

© Immanuel Wallerstein

Traducción: Jorge Anaya


* Director del Centro Fernand de la Universidad de Bringhamtom

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