Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 28 de marzo de 2003
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Política

Jorge Camil

Semejanzas y diferencias

Estados Unidos inició la semana pasada una segunda ofensiva militar contra el régimen de Saddam Hussein. La primera ocurrió en 1991, cuando el padre del actual presidente, George Herbert Walker Bush, al frente de una formidable coalición militar, arremetió contra el gobierno de Irak para detener la invasión de Kuwait. Hasta aquí las semejanzas: dos presidentes estadunidenses, afiliados al Partido Republicano, ambos apellidados Bush, que declararon la guerra al gobierno de Saddam Hussein. ƑPor qué, entonces, si los jugadores son prácticamente los mismos (los Bush son, después de todo, astillas del mismo palo), existen ahora tantas diferencias? Porque las circunstancias son totalmente distintas.

Durante la primera incursión militar, que ha pasado a la historia como la guerra del golfo Pérsico, Bush padre actuó con el pleno consentimiento de Naciones Unidas y la bendición unánime del Consejo de Seguridad. En esa ocasión el objetivo era perfectamente definido: detener la invasión militar de un país miembro de la comunidad internacional (una grave violación al derecho internacional público). La guerra relámpago iniciada por Hussein contra Kuwait en 1990, a pesar del medio siglo de distancia, revivió de inmediato en la mente de los aliados europeos las aspiraciones imperialistas del Tercer Reich.

En el caso de Bush hijo, sin embargo, la guerra tiene el turbio propósito de descubrir y destruir supuestas armas de destrucción masiva, que extrañamente no explotaron durante el despiadado bombardeo de Bagdad. Por eso la formidable coalición militar de 1991, sospechando las verdaderas intenciones, se convirtió en esta ocasión en una partida de cómplices sin más propósito que ganarse la buena voluntad de Estados Unidos. En la Guerra del golfo Pérsico Bush padre se abstuvo de derrocar a Hussein, no por falta de pantalones, como se ha afirmado insistentemente, sino (ahora afirma el ex primer ministro británico John Major) por respeto a una coalición que se unió al esfuerzo bélico con el exclusivo propósito de impedir la anexión de Kuwait. En cambio ahora uno de los principales objetivos de la actual campaña militar, anunciado abiertamente por Bush hijo antes del inicio de las hostilidades, es el propósito mesiánico de provocar, en violación flagrante de los principios de autodeterminación y soberanía de los pueblos, un cambio de régimen para "liberar al pueblo iraquí y propiciar el advenimiento de la democracia".

Pero más allá de la diferencia de propósitos, lo que separa a las dos campañas militares es el procedimiento. Enfadado por la falta de consenso internacional, Bush hijo cortó por lo sano y decidió actuar unilateralmente, ungido de los poderes metaconstitucionales conferidos por el pueblo y los medios tras los acontecimientos del 11 de septiembre. Esto no debe sorprendernos, porque, aun antes del ataque a las Torres Gemelas, la toma de decisiones unilaterales, por encima de las consecuencias, ha sido el modus operandi del actual presidente. Así decidió, haciendo caso omiso de los beneficios ecológicos, rechazar el Protocolo de Kyoto, por considerarlo un instrumento contrario a los intereses de Estados Unidos. Y, actuando también en forma unilateral, atacó la jurisdicción de la Corte Penal Internacional y anuló el tratado sobre armas nucleares con la antigua Unión Soviética.

Durante el espectacular ataque aéreo del viernes pasado, mientras presencié incrédulo la operación conmoción y pavor (una lluvia de mil 500 misiles Tomahawk sobre el centro de Bagdad), y escuché el parte de guerra de los periodistas incrustados en el tercer ejército mecanizado (una columna formidable de 10 mil tanques y carros de combate que avanzaba vertiginosamente hacia la toma de Bagdad), no pude menos que reconocer que George W. Bush había adoptado finalmente la peligrosa doctrina del "interés nacional" propuesta por Condoleezza Rice, su asesora para asuntos de seguridad nacional. Un año antes de la elección presidencial, Rice publicó un ensayo que pretendía justificar el uso irrestricto del poder económico y militar de la superpotencia para diseñar una nueva política exterior que promoviera los intereses nacionales de Estados Unidos, por encima de consideraciones relacionadas con "intereses humanitarios" o el "interés de la comunidad internacional". En un derroche de soberbia, Rice pretendió curarse en salud asegurando al lector que el "interés nacional" de Estados Unidos es consistente con "valores internacionales como la libertad, la economía de mercado y la paz".

Volviendo a las semejanzas y diferencias, resulta obvio que mientras Bush padre presenció la caída de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, Bush hijo ha desestabilizado la paz y las instituciones multilaterales, con riesgo de iniciar una nueva conflagración mundial

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