Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 18 de abril de 2003
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Espectáculos
Una manta con una leyenda antibélica marcó la pauta de la procesión del Jueves Santo

Con un llamado a la paz dio inicio la pasión de Cristo en Iztapalapa

Es una forma de manifestarnos sin agredir ni ser agredidos, dicen los organizadores

Casi 100 mil personas asistieron al recorrido por los ocho barrios de la demarcación

JAIME WHALEY

Una manta con una leyenda antibélica marcó la pauta de la por otro lado monótona aunque siempre vistosa procesión del Jueves Santo en Iztapalapa. ''Iztapalapa por la paz'', se leía en la gran manta que era llevada, levemente inclinada, por siete nazarenos, y que abrió la marcha que recrea la legendaria visita de las siete casas, recorrido que en este caso toca los ocho barrios de la demarcación.

''Es una forma de manifestarnos pacificamente sin agredir ni ser agredidos'', explicó Tito Dominguez, quien por 16 años ha estado en el comité organizador de la representación de la pasión de Cristo, sobre la inclusión de la manta que arrancó leves signos de aprobación -pues aplaudir está casi vedado en estos días de contrición- cuando la colocaron al frente de la procesión que por poco más de cinco horas, a partir de las tres de la tarde, congregó a una multitud estimada en casi 100 mil silentes almas, entre participantes y mirones.

Los tres toquidos de las fanfarrias, avisos para el vecindario de que la procesión se acerca, son los sonidos que rompen la penuria del caminar de los nazarenos, muchos de ellos niños, con los pies llagados y quemados por el infernal pavimento, aunque para esto hay alivio pues ya desde mucho antes del comienzo del marchar Richard de los Angeles y uno de sus representantes reparten muestras gratuitas de su producto Sanapiel, regenerador tisular que lo mismo sirve para mejorar y aliviar la cicatrización de la cesárea que la de pústulas vacunales, la tiña y verrugas, gracias a que el producto está constituido por aceites esenciales de áloe vera, citronela y medicago sativa. Ni hablar, con esto a la mano vengan más caminatas y penitencias.

Problemas equinos

Ya Jesús, este año personificado por Javier Romero Pérez, empleado de la Procuraduría del Consumidor, donde es verificador de precios, sale de la casa de don Juan Cano Martínez, lugar donde los principales actores de la pasión se maquillan, se colocan sus pelucas ellos y ellas sus capas, que son como verdaderas ollas exprés a lo largo del recorrido de casi 8 kilómetros. Don Juan, el decano de estas representaciones -lleva casi seis décadas de participar-, recibió un reconocimiento a su labor voluntaria: una placa de cristal en la que se agradece a este ex operario de una máquina petrolizadora -con la que por 40 años asfaltó muchas arterias capitalinas- su participación que incluye brindar comida, nopalitos y mole a un centenar de gorrones entre prensa, vecinos y a la treintena de filarmónicos de la banda de Santa María Nativitas, conducida por Cruz Meraz, pues aquí cabe eso de músico comido toca mejor.

Problemas menores de logística pusieron en riesgo la participación del contingente de la Policía Montada, que aporta desde hace años 60 cuadrúpedos para la marcha, cuando algún funcionario menor dijo que solamente prestarían 20 cuacos para los centuriones y los demás romanos que agarraran los de la tropa. La decisión descontroló a todos, pues los ensayos se hacen desde principios de año con los voluntarios yendo a los establos, allá por la cabeza de Juárez, semanalmente para adaptarse a su corcel. La queja, dicen, llegó hasta los altos mandos de la Secretaría de Seguridad Pública y de allá vino la orden de, como siempre, brindar todas las facilidades, y así los 60 jinetes cabalgaron sin problema alguno.

Estoica, Griselda Guillén, en quien resalta un par de bellos ojos claros, sigue la procesión. Es la Virgen María que apenas se da tiempo de sonreir cuando en la calle Toltecas una señora reclama airada: ''Ay, chingado chamaco, si te estoy diciendo que no pises eso'', en tanto que el asustado niño, con ojos suplicantes de no a la guerra, se limpia ya los residuos de un fresco pastelito depositado por un caballo.

En el templo de la Cuevita, Miguel Angel Cruz, el vicerrector, pasa apuros cuando solicita a la congregación que repitan con él una larga letanía que, de hecho, nadie alcanzó a memorizar, y es que en este oasis, a un lado de la calzada Ermita, lo único que se alcanza a comprender es que la asoleada no ha sido en vano.

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