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Magdalena Gómez
El acuerdo incómodo
Ayer en la ceremonia de la firma del Acuerdo Nacional
para el Campo se mostró a la sociedad una foto de la realidad del
gobierno del cambio que poco tiene que ver con tal adjetivo. Los priístas
podrán describir, con cierta sorna, la escenografía oficial,
recordando tantas y tantas otras similares en su largo pasado de ejercicio
de gobierno. Nada nuevo encontrarán en el proceso de elaboración
del acuerdo, en su contenido, en la lógica política de las
organizaciones que finalmente lo suscribieron como en el discurso del presidente
Vicente Fox: ¿Nueva forma de hacer política?, ¿un
gobierno que cumple su palabra? Que le pregunten a los pueblos indígenas.
Finalmente ninguna de las organizaciones campesinas defiende
de manera contundente el acuerdo y a la hora de la firma se dividieron,
las que no firmaron requerirán de un amplio trabajo de información
y de fortalecimiento interno, que les permita resistir los impactos de
corto plazo, sobre todo si se empiezan a distribuir algunos recursos y,
como es de suponer, se privilegia a quienes lo hicieron. Será difícil
mantener la unidad en las movilizaciones y en las demandas, pues necesariamente
irán en sentidos distintos. Pronto se verán las implicaciones
de estas decisiones, cuando se pase a la prueba de los hechos y se vea
que existen diversas valoraciones sobre el mismo acuerdo y diversos grados
de compromiso. Habrá sectores del gobierno que lo consideren en
el nivel de concesión máxima, por más que sus firmantes
campesinos insistan en que es un primer compromiso y un avance. Por otra
parte, del Congreso no parecen haber obtenido respaldo consolidado, en
especial del Senado que se mantiene hasta 2006; los gobernadores en la
práctica decidirán si están conformes en focalizar
para el campo los recursos adicionales por ingresos petroleros.
Con su decisión, en uno y otro sentido, también
el movimiento campesino se toma su foto de familia. Lamentablemente no
se logró superar la historia que cada organización y sus
líderes trae detrás. En el álbum podemos encontrar
a algunas de ellas en 1992, firmando otro acuerdo para dar espaldarazo
a Salinas de Gortari en la contrarreforma al artículo 27 constitucional
por más que algunos digan, como Alvaro López, de la UNTA,
que entonces lo hicieron bajo protesta y que se enojó mucho el Presidente
con ellos.
Lo cierto es que será difícil lograr pronto
otra movilización como la del 31 de enero pasado, que abrió
la posibilidad de la unidad estratégica y con otros sectores sobre
el proyecto de nación. Sin embargo, la demanda de renegociación
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte se conectaba
con las de otras fuerzas que también buscan promover un modelo alternativo
para enfrentar al neoliberalismo. También está en juego esa
dimensión, la capacidad del conjunto del movimiento social para
unificar agendas.
Por lo pronto quedan ahí marcadas diferencias que
no parecen ser tan coyunturales. En el mejor de los casos con el acuerdo,
si se cumple, se administrará la crisis del campo y se habrá
aplazado una vez más la posibilidad de ir tejiendo propuestas de
fondo que alimenten la reforma del Estado.
Porque no queda claro que una etapa trivial y minimalista
sea el abono para los verdaderos cambios, más allá de quien
sea o deje de ser diputado o diputada en esta coyuntura. Ya hemos visto
que la consistencia en las demandas exige pagar costos y me temo que los
aliados gubernamentales de los firmantes del acuerdo incómodo pueden
tener mucha voluntad, en el mejor de los casos, pero no parecen tener fuerza
cotidiana en el funcionamiento del aparato gubernamental que mueve las
finanzas. Por ahí se dice que es mejor un mal acuerdo que un buen
pleito, pero esa es la lógica de los "huizacheros"; para transformar
al país en serio y a fondo, se habrán de impulsar pleitos
buenos y muy largos y desechar malos e incómodos acuerdos. En esa
ruta van las organizaciones que se hicieron a un lado de esta fiesta.
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