Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 29 de abril de 2003
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Teresa del Conde

Enrique Echeverría en Bellas Artes

Hace días se inauguró en el Palacio de Bellas Artes la más completa de las exposiciones concernientes a Enrique Echeverría, pintor nacido en 1923 y fallecido a los 49 años de una afección renal (1972). Se cumplen ahora 80 años de su natalicio: generacionalmente es, entonces, casi coetáneo de Juan Soriano y aproximadamente unos 10 años mayor que Vicente Rojo y José Luis Cuevas.

El primer homenaje que se rindió a Echeverría tuvo lugar en lo que fue por un tiempo su centro de trabajo: la Compañía de Luz. Entonces vi por primera vez varias obras suyas de diferentes periodos, situación que se repitió en la exposición póstuma que le rindió el INBA en el Palacio de Bellas Artes, a instancias de don Fernando Gamboa, poco después. Fue ésta una exhibición muy incompleta. Una tercera muestra tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno, cuyo acervo contiene varias obras suyas, la más notable de las cuales es a mi parecer Los futbolistas, tema que también trató Nicholas de Stäel a fines de los años 40. Hay afinidades formales y compositivas entre varias pinturas de Stäel y lo que realizó Echeverría aproximadamente entre 1960 y 1964-65. Esta es su mejor época, según mi criterio.

Según sus propias palabras, recogidas por Emmanuel Carballo en 1959, Echeverría se hizo pintor ''debido a un impulso intuitivo, producto de la atracción" que le sobrevino a los 19 años. Era entonces ''realista", simplemente copiaba lo que veía y lo que más le interesaba era dominar la técnica. Por eso decidió adiestrarse en el taller del pintor español Arturo Souto, del que aprovechó todo lo que pudo. Prudentemente se abstuvo de exponer durante 10 años, antes de presentar su primera muestra individual, discreta, en la galería Prisse, donde se reunía con Cuevas, Bartolí, Alberto Gironella, Héctor Xavier, Vlady y la mujer de éste, Isabel, quien regenteaba aquella galería de breve vida. Después viajó a Europa y, aunque no tengo datos precisos sobre su periplo, creo que fue cuando que se topó con la pintura de De Stäel, quien en 1955, debido a una depresión, causada al parecer por una diatriba con el crítico estadunidense Douglas Cooper, se tiró de la ventana de su estudio en Antibes, encontrando así finalmente una solución drástica a su problemática, pues falleció al instante.

De Stäel es el último de los pintores afiliados a lo que se conoció entonces como Escuela de París y ahora su obra es objeto de un redescubrimiento por la gente de museos, algo que me parece sintomático, después de haberse encontrado opacada por varios años a pesar de que existen libros y sobre todo reproducciones de sus obras en forma de póster en librerías especializadas de todo el mundo.

Echeverría llegó a optar por la abstracción en composiciones coloridas (que se encuentran exhibidas) junto con aquellas de paleta sobria que debido a la economía de recursos formales se emparentan con las de De Stäel, pero difieren de ellas sobre todo en el manejo del color. Ambos ''abstraen" sin cancelar del todo la representación.

Jorge Juan Crespo de la Serna y -por supuesto- Juan García Ponce le dedicaron sendos artículos respectivamente en 1954 y en 1960. Margarita Nelken lo consideró, equivocadamente, pintor expresionista probablemente debido a que, pese a las buenas intenciones de esta tenaz y entrañable reseñista de exposiciones, sufría afecciones de la vista al grado de que durante los últimos años de su vida ya no veía casi nada, pese a lo cual hacía la consabida gira de exposiciones por galerías y museos, cosa que me parece admirable, aunque no imitable, porque a la pintura (al dibujo, al grabado, a todo) hay que verla con el mayor detenimiento si es que uno se propone decir algo que medianamente pueda establecer el binomio obra-espectador.

Echeverría afirmó que se sentía deudor de la pintura española: Velázquez, El Greco, Goya, Gutiérrez Solana y Picasso, pero que también admiraba la rebeldía de Orozco, su ''caos organizado" y en algunos de sus dibujos esa admiración se deja ver, como igualmente yo encuentro un implícito agrado de parte suya por la forma en que Giorgio Morandi, sin haber salido casi jamás de su ciudad natal, realizó sus naturalezas muertas y paisajes centrando la atención sólo en relaciones formales. Hay tintas de Echeverría en esta exposición -que comentaré con detalle en otra ocasión- que revelan análisis cuidadoso de obras y grabados realizados por esa especie de sacristán boloñés.

Mucho es lo que ha hecho Esther Sierra, su viuda, por mantener vigente la obra de quien fue padre de sus hijos a pesar de que él siempre mantuvo llama encendida ante su amor de juventud: la bailarina y coreógrafa Gloria Contreras, a quien retrató varias veces. Uno de estos retratos, en tonos muy claros, es deudor de la época picassiana del ''retorno al orden". En una fotografía memorable Echeverría aparece sentado en los peldaños de una escalera art decó, con Kiyoshi Takahashi, Vlady, Lilia Carrillo, Gironella, Valdemar Sjölander, Rojo y Manuel Felguérez.

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