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México D.F. Miércoles 14 de mayo de 2003

Luis Linares Zapata

Petróleo: soberbia obsesión de Estados Unidos

La diplomacia mexicana ha caído en una zona de ineficiencia que ocasiona graves problemas en múltiples aspectos de la vida organizada del país, sobre todo en el productivo, pero también en vitales áreas políticas. Y mucho de ello es fruto de una marcada incapacidad para imaginar, articular y conducir las respuestas a las decisiones, al discurso, a los movimientos que emanan desde el exterior, en especial aquellos provenientes de Estados Unidos, el punto de referencia, el horizonte insuperado para buena parte de la sociedad y para la casi totalidad del gobierno de este país.

A partir de la decisión de contrariar la postura americana en el Consejo de Seguridad de la ONU, que pretendía legalizar y legitimar la invasión de Irak, el Ejecutivo federal y el presidente Fox en lo personal navegan a la deriva y no encuentran los puntos de partida que soporten el accionar de las relaciones externas para intentar, si esto es indispensable, la pensada reconciliación.

Obligados a neutralizar los costos emanados de tal postura, el oficialismo no ata los hilos necesarios para defender con éxito los intereses nacionales. Fox, sus consejeros, secretarios y demás aliados buscan agobiados los signos, los contactos, las palabras, el consejo, los gestos y hasta los intermediarios (Bush padre) para acortar la distancia que se les impone desde la Casa Blanca.

No se dan cuenta de que en el camino han ido manoseando asuntos de relevancia, tanto para México como para Estados Unidos. Así, mientras Creel pone en guardia al zar de la seguridad americana al anticipar que condicionará los trabajos para una frontera confiable a varias concesiones o acuerdos, precisamente sobre migración, Derbez le da un jalón de orejas, lo contradice y eleva esa misma lucha antiterrorista hasta convertirla en la prioridad misma. Prioridad sacada de la manga, pues nadie en México puede pensar que tal política lo es. A continuación el presidente Fox y su secretario de Economía descubren las "secretas" negociaciones para un TLC plus, con todos sus componentes de moneda común y libre flujo de personas, que nadie ha planteado antes y menos han llevado o llevarán a cabo. No contento con tal lanzamiento que dura al aire unos cuantos días, Derbez reanuda, con quien aparece también como su contraparte (Robert Zoellick, representante comercial de la Casa Blanca), unas pláticas que el mismo mexicano califica de irritantes, pero superables sólo para ser contradicho, pues las disputas han empeorado. Se anuncia entonces, desde Los Pinos, la vuelta de mirada al sur (Argentina y Brasil). Fox espera, sin embargo, la reunión francesa (Evian) para echarle un lazo a Bush y contentarlo, si es que le puede ver o contactar para tan promiscuo como torpe propósito cuando acuda a una reunión bastante distinta de la del G-8.

Pero la cereza del pastel acaba de ser aireada. Los diputados estadunidenses quieren condicionar el acuerdo de migración con la apertura de Pemex a la inversión americana. Por cierto, una idea a la que Fox, es prudente recordarlo, no es ajeno, aunque ahora se vea forzado por las circunstancias a negarlo de manera tajante. Y no sólo él ha jugado con variantes de la idea expuesta sin pudores por los legisladores en Washington, sino muchos de sus asesores, legisladores del PAN, gerentes en funciones de secretarios, sus amigos de la IP y hasta uno que otro interesado del PRI que les ayuda en sus trámites de entrega. Todos ellos han trasijado con posiciones o recomendaciones similares, aunque estos movimientos se desarrollen en lo oscurito.

Lo que hicieron los legisladores estadunidenses al formular la apaleada resolución fue trasmitir su sentimiento íntimo, y ello ha sido un error monumental para el avance de sus intereses. Primero porque descobijaron sus intenciones imperiales sobre el petróleo mexicano. Segundo porque están ocasionando una reacción contraria en México que pondrá contra la pared a todo aquel que hubiera querido coincidir con ellos. Las ambiciones de amplios sectores de poder estadunidense, en particular las de los republicanos influyentes en la Casa Blanca, han quedado a descampado con este desplante de soberbia. No se entiende cómo, si todavía tienen atoradas sus pretensiones de administrar en solitario el petróleo iraquí, pretenden arrimarse al botín mexicano que atesora mucho menores reservas. A eso bien puede llamársele obsesión o agandalle incontrolado, nada de qué asombrarse cuando se habla de los vecinos.

En este áspero contexto, la diplomacia mexicana deberá tomar postura en el seno del Consejo de Seguridad. Ahora sí tendrá que votar sobre la iniciativa de Estados Unidos y de Gran Bretaña para levantar el embargo a Irak y dejarlos "administrar" a sus anchas el petróleo de ese ocupado país. Las oposiciones en este punto serán más sensibles para Bush y sus halcones que las que lo derrotaron en la pretendida modificación a la ya famosa 1441. Se trata de apoyar o no la descarada apropiación que pretende hacer Estados Unidos y a la que se oponen todas las demás potencias, al menos hasta que se les incluya en el reparto de la riqueza entrevista.

Estados Unidos requiere con urgencia la aprobación de la ONU para legitimar la ocupación, reconstruir el devastado país, llevar a cabo la construcción del andamiaje constitucional que solicitan, imponer un gobierno a modo y hacer los negocios buscados con la intervención. De no recibir el voto aprobatorio, no tendrá la base legal y las poderosas fuerzas internas de esa nación empezarán a tomar un rumbo incierto. Nada fácil tarea le espera a un desconcertado presidente mexicano al que su canciller y el representante en el Consejo pueden muy bien empinar.

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