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México D.F. Jueves 15 de mayo de 2003

Sergio Zermeño

UNAM en letras de oro

Dos de cada tres diputados de las diversas fracciones parlamentarias aprobaron inscribir el nombre de la UNAM con letras de oro en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados. Razones: a lo largo de sus 452 años ha sido factor determinante para el quehacer académico y cultural de la nación, ha cobijado los movimientos sociales que han transformado la vida de México, ha fomentado la democracia gracias a la libre discusión de ideas y la tolerancia, uno de cada 10 estudiantes de licenciatura y uno de cada seis de posgrado del país están inscritos en la institución.

Todos esos argumentos son muy válidos, qué duda cabe, pero constituyen atributos de su historia y el asunto es que para que ese oro pegado en las paredes se justifique la UNAM tiene que seguir siendo central y nacional hacia el futuro.

Demográficamente su peso se relativiza como es natural y deseable, pues ya no será capaz de absorber más que a una parte minoritaria de los 2 millones de estudiantes que accederán a nivel superior en los próximos cinco años. Al lado de esto, hay universidades que tienen instalaciones de docencia en mayor número de estados de la república de las que tiene la máxima casa de estudios.

Lo que realmente va a seguir justificando el papel primordial de nuestra institución es el hecho de que en ella se encuentran -y deberán seguir ahí- los mejores académicos en humanidades, ciencias y técnicas. Hoy 53 por ciento de los integrantes del nivel más elevado del Sistema Nacional de Investigadores pertenecen a esa institución, y de ahí ha salido un altísimo porcentaje de los cuadros académicos de las universidades públicas y privadas de todo el país. No necesitamos, en consecuencia, tantos años ni tantas reuniones como las convocadas por la CECU para concretar la reforma de la universidad; sabemos perfectamente lo que hay que hacer para mantener y elevar la excelencia de nuestra institución, que se resume en pocos puntos:

Primero: aceptar que la fortaleza de la UNAM está pasando poco a poco de sus licenciaturas a sus posgrados y que son éstos los que le permitirán seguir siendo nacional, pues los estudiantes de licenciatura de toda la república y de todas las instituciones educativas, privadas y públicas deberán aspirar a cursar en la UNAM sus maestrías y sus doctorados mediante un examen de admisión que dé las mismas posibilidades a los aspirantes de adentro que de afuera de la institución.

Segundo: exigir a sus equipos docentes y de investigación empeñar sus esfuerzos primordialmente en beneficio de la institución (como exige el orgullo de cualquier gran universidad), lo que significa acabar con la táctica autodestructiva inaugurada desde el soberonato de permitir y hasta fomentar que equipos enteros de docentes e investigadores fueran trasladados, "prestados", manteniendo su salario base, para la fundación o fortalecimiento de institutos y centros de posgrado (de la SEP u otros) que terminarían compitiendo con la propia UNAM y hasta desprestigiándola.

Tercero: acabar con la centralización y la pesada pirámide administrativa y de control político de la UNAM, lo que significa hacer desaparecer las direcciones generales y las coordinaciones de ciencias y de humanidades, guardias pretorianas heredadas por los rectorados tlatoanescos, y establecer cinco o siete vicerrectorados (fisico-matemáticas y ciencias de la tierra; biología y química; medicina y ciencias de la salud; humanidades y ciencias de la conducta; ciencias sociales y políticas; biotecnología y ciencias agropecuarias; bachilleratos). Que cada uno resuelva los problemas de su articulación territorial, pero lo importante es dar verdadera fuerza a los consejos de cada una de esas áreas, lo que constituye el único camino para que las decisiones y orientaciones de la universidad vuelvan a manos de la academia, de los grandes maestros y de sus equipos, con basamento en esos consejos, comités y laboratorios, donde las deliberaciones tengan como eje los referentes académicos, científicos y humanísticos, no la saturación de intereses políticos que hoy caracterizan al bochornoso Consejo Universitario de la UNAM.

Que nadie lea en estas propuestas de descentralización y de reforma ningún peligro de debilitamiento o de atomización de la necesaria cohesión que el cuerpo de la UNAM debe mantener para asegurar la continuidad de la educación pública y gratuita de nuestro país.

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