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México D.F. Miércoles 21 de mayo de 2003

Arnoldo Kraus

Horror y globalización

Globalización es, para los legos, una nueva palabrita. Un término que antes se utilizaba poco y ahora se repite constantemente. Es una nueva y pinche palabrita que oímos casi a diario y que debemos masticar para entender un poco lo que dicen los periódicos, otro tanto para interpretar lo que pregonan Bush y Bin Laden, y un mucho para digerir los atentados terroristas y para no aislarse de este mundo. Globalización: Ƒde qué? ƑDel horror y de la miseria de las mayorías? ƑDe lo que pregonan los países ricos: beneficios tecnológicos y ciencia para todos? ƑDel mito de la comunicación? o Ƒde un mundo donde la rapidez de los sucesos es la constante?

La globalización presupone beneficios para todos y acercamiento. Predica un mundo mejor, más justo. Un mundo habitado por más personas que se semejen entre sí, con diferencias cada vez menores y donde imperen palabra y razón. Un mundo y un tiempo que sepulten las ideas de Richard Adams, quien en 1975 aseveraba que en forma paralela al desarrollo tecnológico se suscitaban dos procesos: el ecológico, por el cual la tecnología convertía los recursos naturales en productos útiles, pero también en desechos y entropía, y el sociocultural, por el cual la hegemonía y el poder de un grupo humano excluyen, durante su construcción, a otros grupos.

Adams adelantó -y repitió- lo que tantos han y habían avizorado: la construcción "de lo humano" conlleva, paradójicamente, la destrucción de lo que parece humano, pero no es "tan humano". En estos tiempos, incluir implica excluir.

El mapa de 2003 es el mundo de los excluidos. De los sin tierra, de los inmigrantes, de los guerrilleros, de los zapatistas, de los sidosos encarcelados en sidatarios, de los niños y niñas de la calle y de los etcétera. Su geografía está plagada de sucesos en los que la exclusión predomina y de noticias en las que abundan las diferencias, cada vez más profundas, entre los grupos humanos y entre las naciones. Las dismetrías y los desencuentros -Ƒpor qué no afirmarlo?- son insuperables. Predominan el no lenguaje y la sinrazón. Cada mañana una noticia: Chechenia, Riad, Irak, Casablanca, Israel-Palestina y el desierto estadunidense, panteón frecuente de migrantes mexicanos y centroamericanos.

La geografía de 2003 es fiel retrato de un cáncer anaplásico: el desorden, la agresividad, las metástasis, las invasiones y el poder de crecimiento son incontrolables. Repasemos Irak.

El Irak de Hussein ya no existe. Queda el de Bush, el de Blair y el de Aznar. Queda un nuevo Irak cuyo "destino final" es impredecible, pero cuyo presente es evidente: caos, odio, incertidumbre y cierta entropía humana ciega a "las razones" de Bush. Ya ni siquiera importan el destino de Hussein ni el hecho de que las armas biológicas no hayan sido encontradas. Preocupa mucho más el futuro de ese país y el ascenso, consecuencia de la invasión a Irak, del terrorismo. Casablanca, Riad y lo que siga. Bush carece de límites. El terrorismo también.

Pese a los deseos samaritanos de los que han pregonado la globalización y pese a las recientes declaraciones de los ministros de Economía del G-8 constituido por los siete países más industrializados -Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, Reino Unido, Italia y Canadá- y Rusia, quienes han emitido un mensaje de confianza sobre la recuperación económica, la realidad es otra.

La globalización transita por las acciones terroristas, la miseria, el horror, el terror y los fundamentalismos y no por la economía o la ciencia. Pasa por las decisiones del poder, llámese Bush o Bin Laden, y no por quienes como Hobbes, Kant o Bobbio han considerado que la paz es valor supremo.

La geografía actual implica la muerte de miles de inocentes, por miseria, por guerras o por terrorismo. Expone además que el odio y la muerte sí son lenguaje común y leitmotiv -el honor y la inmortalidad por perecer en un acto terrorista- para muchos grupos humanos, mientras que los beneficios de los otros lenguajes -ciencia, "cultura", salud, mass media- no sólo son idiomas poco fructíferos, sino abrevadero y semillas para la discordia, para los grupos fundamentalistas que consideran que la modernidad y los valores occidentales amenazan su paz.

Norberto Bobbio acierta cuando afirma: "si deseas la paz, elimina las causas principales de la guerra: la opresión por la que un pueblo subyugado no tiene más alternativa que la guerra o la esclavitud y la miseria que puede desencadenar la lucha por la supervivencia".

Sí, Bobbio tiene razón, pero modificar el mapa de la conciencia humana no es posible. Con Bobbio, seamos escépticos, habitantes del siglo xxi, niños de la calle, globalizados, lectores del periódico y, sobre todo, humanos: la realidad pasa por los Bush, los Bin Laden y el terror como lenguaje de la globalización.

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