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México D.F. Viernes 6 de junio de 2003

Gilberto López y Rivas

De terrorismo y terroristas

Los repudiables atentados del 11 de septiembre proporcionaron al grupo gobernante de Estados Unidos las condiciones para legitimar a un presidente surgido del fraude, así como para reactivar el complejo militar industrial en recesión y lanzar una ofensiva contra la humanidad, pretendiendo imponer sus designios a sangre y fuego.

Se profundizó así una tendencia que venía desarrollándose a partir del derrumbe del sistema socialista que eliminó el factor principal del precario equilibrio mundial de la posguerra. Surge entonces un mundo unipolar en el que Estados Unidos se erige como la potencia hegemónica militar que apoya dictadores, jefes tribales, líderes nacionalistas, jerarcas étnicos y terroristas de todo tipo para lograr sus objetivos en el corto plazo, como Bin Laden, Saddam Hussein y Ariel Sharon.

El gobierno estadunidense ha estimulado los conflictos bélicos locales de carácter intraétnico, nacionales y religiosos después de la debacle del socialismo, obteniendo grandes ganancias mediante venta de armamento e incidiendo en la modificación del mapa geopolítico conforme a sus intereses. Estas guerras locales permitieron la consolidación de un mercado ilegal de armas ya totalmente desbordado por las provenientes de la extinta URSS.

Al desaparecer la política de contención soviética en Medio Oriente, se incrementa la agresividad de Israel en la región, apoyado por Estados Unidos, lo que ha desatado una espiral de violencia. Los gobiernos ultranacionalistas israelíes han perpetrado campañas militares de exterminio y han desconocido sistemáticamente las múltiples resoluciones de la ONU con respecto al problema palestino.

Estados Unidos está creando las condiciones para que todo el planeta sea su esfera de influencia. Con este fin, y en alianza con Inglaterra, busca vaciar de contenido al conjunto de organismos internacionales creados después de la Segunda Guerra Mundial. El grupo gobernante estadunidense pretende cambiar los ejes rectores de las relaciones internacionales, sustituyendo la conservación de la paz mundial, la solución pacífica de los conflictos entre estados y la autodeterminación de los pueblos por una sola misión: combatir el terrorismo internacional, reservándose el derecho exclusivo de determinar quiénes son los terroristas.

En realidad, la lucha contra el terrorismo es un embate continuo contra la democracia y los derechos humanos y ciudadanos, y esta situación se hace más evidente con el cercenamiento de las libertades civiles del propio pueblo estadunidense. Las nuevas medidas de control migratorio que comprenden un fichaje político-policial de quienes pretendan ingresar al territorio de ese país, y el estímulo a la cultura de la delación entre ciudadanos constituyen una nueva violación a los derechos consagrados en la Constitución y una redición en grande del macartismo. Las acciones migratorias del gobierno mexicano para cuidar la frontera sur y los acuerdos recientes del G-8 indican que está en proceso un Estado policial supranacional de claro corte autoritario.

La actual situación mundial está minando el concepto de soberanía nacional, principal sostén del Estado-nación, percibiéndose un deterioro del consenso entre gobernantes y gobernados y una notable pérdida de la capacidad del Estado para garantizar el desarrollo social, es decir, existe una crisis general de legitimidad. También el neoliberalismo provoca una profunda polarización social y genera la exclusión de la mayor parte de los pueblos, de tal forma que se crean sociedades enfermas y proclives a una violencia estructural: el narcotráfico, la muerte por hambre y enfermedades curables, la pauperización de las mayorías, la idea de que la "política" no sirve, el rencor social o basado en criterios étnicos o religiosos son aspectos que producen la sensación a escala global de que se está sobre un polvorín. En este contexto la cosmovisión individualista y competitiva que predomina al inicio del siglo xxi puede degenerar en una especie de darwinismo social, que de generalizarse llevaría a la humanidad a un camino sin retorno.

La invasión y ocupación de dos países independientes y soberanos, Afganistán e Irak, significaron una afrenta directa a los pueblos musulmanes. La masacre de civiles, la destrucción de infraestructura material y del patrimonio cultural no son consecuencia "natural" del choque de civilizaciones, sino fruto de un nuevo tipo de colonialismo, de matriz estadunidense, que pretende imponerse sobre la humanidad como el "poder supremo del mundo". Esta unción se da con argumentos teológicos, merced al autoconvencimiento de que ese país está designado por la Providencia para combatir "el mal". La estrategia de dominación de Washington tiene un efecto contrario: en vez de eliminar al terrorismo, lo fomenta.

Se desprende que el terrorismo de Estado que practica la Casa Blanca, que impone el temor por medios ilegítimos e ilegales a pueblos y países enteros, usando la violencia indiscriminada contra no combatientes, es el que reviste el mayor peligro, dado el poder inconmensurable con que cuenta ese Estado para llevar a cabo acciones terroristas encubiertas con la manipulación mediática.

Hoy la condición humana misma está amenazada. La resistencia organizada de los pueblos es la respuesta.

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