México D.F. Viernes 6 de junio de 2003
Terror en Fallujah
Bush pontifica desde el Olimpo mientras crece la resistencia
iraquí
Robert FISK Enviado especial en Irak
Fallujah, 5 de junio. Desde las alturas del Olimpo,
el presidente George W. Bush lanzó la mirada sobre la antigua Mesopotamia
después de elogiar, en Qatar, a los estadunidenses que ''hicieron
posible'' la guerra contra Saddam Hussein. Pero muy por debajo de él,
en la esquina de una sucia calle de Fallujah, de la que Bush hubiera preferido
no enterarse, se desarrollaba una historia de sangre estadu- nidense, de
poder estadunidense y botas estadunidenses derribando las puertas de los
hogares iraquíes.
''Tiene un arma'', advirtió un marine cuando
descubrió a una mujer en su patio trasero con un rifle Kalashnikov.
"¡Suéltelo! ¡Suelte el rifle!'', le gritó.
Los militares tenían calor, y estaban cansados
y furiosos. Estaban levantados desde las tres de la mañana, cuando
alguien disparó una granada contra las tropas de la División
101 Aerotransportada, que venían a bordo de camiones. Puede verse
por qué Bush decidió evitar visitas triunfales en Irak.
Los sobrevivientes de la emboscada recordaban el incidente
de horas antes como sólo los soldados podrían hacerlo: "Lanzaron
la granada contra un camión de dos toneladas y media repleto con
la división 101 aerotransportada, y después lo tirotearon
con fuego de rifles AK, para a continuación simplemente desaparecer
en la noche", relató uno de los soldados sobrevivientes.
"Estaban en estado terrible. Uno de nuestros soldados
estaba muerto, con los sesos fuera de la cabeza, con el estómago
colgando, y había otros ocho en la parte de atrás del camión
gritando y sacándose trozos de metralla de las piernas".
Antes del amanecer, los estadunidenses regresaron para
lavar de la calle la sangre de sus compañeros. Después regresaron
una vez más para negociar con la gente que vive en este destartalado
rincón del viejo bastión del partido Baaz, la ciudad de Fallujah.
Si el presidente Bush pensó que sus soldados debían
estar orgullosos por lo que hicieron en Irak, porque eso fue lo que dijo
a los hombres y mujeres que desarrollan actividades de comandancia en Qatar,
en Fallujah todo era sudor, y terror y altavoces ordenándole a civiles
que no estuvieran en las calles.
¿En verdad los atacantes que "desaparecieron en
la noche" iban a refugiarse en una de las casas más cercanas al
camino principal, justo a un lado de donde ocurrió la emboscada?
No, a menos que estuvieran locos.
Pero alguien de la tercera división de infantería
decidió este jueves enviar a la 115 compañía estadunidense
de la policía militar a incautar algunas armas y detener a los sospechosos
usuales. No era una estampa feliz.
En
lo más profundo de la jungla de esta ocupación los
soldados se sienten confundidos con respecto al pueblo que acaban de "liberar".
Algunos son hombres buenos, como por ejemplo el sargento Seth Cole, quien
concluyó que si sólo a 10 por ciento de la gente de Fallujah
no le gustaran los estadunidenses, eso "sería muchísima gente".
Está también el sargento Phil Cummings,
ex policía en Rhode Island, hombre grandote y alegre, quien se refirió
a los iraquíes que lo miraban desde el pavimento: "Algunas de estas
personas no nos quieren, a pesar de que vinimos a salvarlos. Pero yo siempre
les sonrío. En las escuelas los niños nos arrojan piedras,
pero yo siempre les regalo dulces. Yo les doy dulces, ellos me dan piedras".
Pero no fue difícil descubrir por qué los
niños quieren arrojar piedras. A 40 metros había otro soldado,
muy ocupado echando a perder los corazones y las mentes.
"Diles que se larguen de aquí", le ordenó
a un soldado raso, señalando a un grupo de adolescentes. Luego se
volvió hacia un hombre de mediana edad que estaba sentado en una
silla en la calle: "Tú, levántante o te rompo el cuello",
le gritó.
"¡Gente en el tejado!", alertó otro militar,
y 30 rifles automáticos apuntaron a la azotea de una casa amarilla.
Un sargento se colocó los binoculares sobre los ojos. "Está
bien, es una mujer con su hijita". La niña de largos cabellos miraba
a los soldados. Fue entonces cuando dijeron que la mujer estaba armada
con un rifle AK: "¡Tiene un arma! ¡Hay una mujer con
un rifle!"
La advertencia recorrió las filas de las tropas.
Con sólo pasar unas cuantas horas con soldados que tienen tantas
posibilidades de ser víctimas o victimarios, uno entiende por qué
tienen que gritarse la información uno a otro como pregoneros. "¡Tiene
un rifle!, ¡tiene un rifle!, ¡tiene un rifle!", fue el grito
que subía y bajaba por la calle.
Tres soldados atravesaron con sus rifles la herrería
de la reja negra, todos gritando "¡suelte el arma!" Un militar alto
y sudoroso abrió la puerta de una patada. "¡Bajó el
arma!, ¡tenemos el arma!" Tres soldados corrieron por el patio y
regresaron con un rifle Kalashnikov. Luego, dos soldados mujeres
trajeron a la iraquí, maestra de la preparatoria local vestida de
negro, con velo.
"¿Por qué tenía un rifle?", le preguntó
una de las soldados. La mujer la miró a través de su velo,
se cruzó de brazos en un gesto desafiante y se negó a hablar.
"Por favor señor, se está usted llevando
a mi hijo y él no ha hecho nada malo". Los soldados habían
derribado la puerta de otra casa, y vi como se llevaban a la fuerza a un
joven que usaba una camisa café, quien fue montado en un vehículo
Humvee, bajo custodia de dos mayores. Un anciano le suplicaba a
un paramédico militar: "¿Por qué a mi hijo? ¿Por
qué a mi hijo?"
El panorama no era mejor a dos metros de distancia. Un
soldado alto de Massachusetts -qué extraño suena el nombre
de este estado en esta ciudad reventada de calor- escuchaba a un hombre
que hablaba muy buen inglés y pretendía ayudar. Cerca, en
el camino, tres soldados derribaban a golpes una cortina de metal. "Es
un hombre viejo y enfermo que vive aquí. Ahí tiene su tienda,
le vende dulces a los niños", le decía el iraquí al
soldado. El uniformado no le contestó.
Nos quedamos bajo el sol, que era como un horno, hasta
que se abrió la entrada de la tienda. Tres soldados apuntaron sus
armas a la puerta, que se abrió lentamente.
Detrás de ella vimos a un hombre muy anciano con
una espesa y larga barba blanca, y cabellos igualmente blancos que crecían
en todas direcciones. Era una criatura frágil, como antiguo, que
tuvo que apoyarse en un refrigerador de helados para levantarse, quien
vestía sólo una túnica blanca. Parecía un profeta,
y por unos momentos, los estadunidenses se quedaron callados.
"Lo siento, señor, pero tenemos que registrar su
tienda", le dijo uno de ellos. Los tres entraron mientras el hombre se
quedó en la calle, mirándonos y mirando su tienda, para después
regresar caminando con dificultad hacia la oscuridad de su establecimiento.
Se escuchaban disparos a unos cuantos cientos de metros
y los soldados corrieron a esconderse detrás de las bardas y en
los jardines. Una reja pintada de negro y dorado fue abierta a patadas,
y un hombre vestido con un dishdash gris salió y se sentó
junto a la reja, con las manos detrás de la cabeza. Su familia,
que estaba sentada en un porche decorado con bugambilias, se quedó
quieta mientras los soldados entraron a registrar la casa.
Se encontró otro rifle AK; casi todas las
familias iraquíes tienen dos o tres armas. La mayoría de
estas personas eran de clase media, con educación, y cuyos hogares
parecen casitas de campo en esta ciudad venida a menos, con sus fábricas
de municiones y el aparato del partido Baaz tan enraizado que es difícil
encontrar a un funcionario que no esté contaminado con la mancha
de Saddam.
Hoy los estadunidenses se ganaron otros cien enemigos.
Un joven me contó que hace unos días vinieron a las casas
de los vecinos hombres armados que invitaron a la gente a unirse a un nuevo
grupo de resistencia.
"Les dijimos que no. Pero ya no sé lo que respondería
si volvieran a venir". Es posible que alguien les haya hecho el mismo ofrecimiento
a los hombres que la tarde del jueves hirieron a dos soldados estadunidenses
afuera de un banco de Bagdad.
En Fallujah, uno de los mayores estadunidenses se dirigió
a mí luego que se suspendió la operación de cateo.
"Mañana va a llegar la tercera división de infantería
para atravesar todo este lugar", dijo. Después, en la carretera
del este hacia Bagdad vimos vehículos estadunidenses que circulaban
en am-bas direcciones: tanques Bradley, y Abrams, Humvees,
transportes y camiones.
Sobre el fuselaje y los cañones los soldados habían
pintado nombres. Respuesta Armada, era uno, que además tenía
el dibujo de una chica desnuda montada en una bala de tanque. ¿Quieren
Otra Ronda?, era el nombre de otro. También figuraban Conmemoración
Mortal, Sus Ultimas Palabras y, curiosamente, Padre Abusivo,
con una cruz cristiana junto al nombre. Será interesante saber a
qué se refieren con "atravesar todo este lugar". Pero recuerden
el nombre de Fallujah.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
|