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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003

Juan Saldaña /II

El Centro Histórico

Ni hablar. Por momentos me sentí doblegado bajo el ominoso peso del diario transcurrir. Sentí que me envolvían los recorridos sempiternos del jefe de Gobierno por la obra ciclópea de San Antonio y, deprimido, tuve que aceptar el obsesivo cruce bajo los miles de toneladas de concreto armado de los fuertes y los contrafuertes, las columnas monstruosas y los tibios barandales de plomizo metal. Todo para la fuerza automóvil que devora la ciudad. Total, como en Los Angeles. Que lo inauguren cuando quieran.

Ni rastros de armamento nuclear en Irak. "Pues ya ni modo -pudiera mascullar algún marine desbalagado-, nosotros ya acabamos..." Y mientras tanto veremos a nuestro clero hacer "educación electoral" desde los púlpitos, mientras preparamos el "conteo rápido" de nuestras desgracias nacionales: un Presidente paseante; más violencia contra las mujeres; la soberbia rampante de la clericalla, que quiere sustituir a los órganos electorales, y también a la ciudadanía electoral; la terca y omnipresente injusticia social en Chiapas; pura pacotilla para las demandas agrarias; el Grupo Alfa que se le insubordina al Presidente; Elba Esther que quiere frente a un Madrazo escurridizo; todo eso, y mucho más. No, yo francamente me voy pal Centro Histórico.

Porque como recordará mi muy exiguo pero selecto e inteligente grupo de lectores, desde hace 15 días lo invité a esa maravillosa zambullida en nuestra historia, en la más bella historia que luce renovada y brillante en las canteras del Centro Histórico. Allá donde ya no hay vencedores ni vencidos; allá donde piedras, adobes y tezontles nos vuelven a narrar la historia de esta nuestra querida ciudad.

Si después de admirar frontispicios y canteras quieres seguir avizorando historias, querido lector, retrocede en el tiempo y llega al Templo Mayor. Imagínalo con vida. Ubícate en el centro del gran teocalli que se reproduce en la maqueta lacustre del museo en que se exhiben las grandes dimensiones de nuestra cultura constructiva prehispánica. Respira profundo e imagina que fue ahí donde los sacerdotes de alma trashumante pudieron distinguir una mañana al águila devorando a la serpiente sobre el primigenio nopal.

Tal es el gran templo azteca en el que Huitzilopochtli y Tláloc, la guerra y el agua elemental, se dan la mano para fincar por siglos aquella cultura que supo abrir la tierra y arrancarle sus productos y, también, como ninguna otra, supo hacer la guerra.

Asómbrate, lector paseante, ante nuestro Templo Mayor; siente su historia, que al fin es y será también la tuya. Entérate de que este recinto sagrado medía más de 500 metros de largo y albergaba en su interior 78 edificios diferentes. Contempla el curioso y casi surrealista tzompantli: el altar con más de 240 calaveras de piedra cubiertas de estuco que presiden la entrada al Mictlampa, que es el Lugar de los Muertos.

Hallarás de todo en el Templo Mayor. Batallan en su interior las fuerzas de la tierra y del agua. Está en todo su esplendor la cosmovisión de nuestros padres aztecas. La rubrican cabezas de serpientes; guerreros de piedra con enormes cascos defensivos que son cabezas de águilas de gesto feroz. Fugaces altares de dioses menores. Piedra viva. Arte e historia. Caracoles y dioses. Siglos de vida y de historia. Es el Templo Mayor de nuestra patria original. Los otros templos, los bellos templos de afuera que tú ya conoces, vinieron después.

Y ahora yo quiero insistir. No hemos detallado en las dos entregas el testimonio descriptivo de templos y edificios de nuestro Centro Histórico, porque este es material de especialistas. No soy arquitecto, ni soy historiador. Bastante menos, arqueólogo o nahuatlaco investigador. Mucho satisfará mi afán de movedor de lápiz si logro demostrar no que "todo tiempo pasado fue mejor" sino que, con ese pasado que es muy nuestro, debemos admitir que en el presente, nuestra cultura y nuestro pueblo merecen un futuro mejor al que avizoran desplantes oficiales; oposiciones tibias, casi cómplices; debilidades obsecuentes ante el más fuerte; desviaciones y amnesias de la historia. Lo merece en serio nuestro pueblo, que viene de lejos y que espera. Que aún espera.

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