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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003

El Kremlin no evaluó bien consecuencias de tratado que anula doble nacionalidad

Cayó el presidente ruso en una trampa de su homólogo de Turkmenistán

Irritado, Vladimir Putin echa mano de todo tipo de presiones para enmendar su error

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 7 de junio. La decisión del presidente de Turkmenistán, Saparmurad Niyazov, de fijar por decreto el próximo 22 de junio como plazo para que todo portador de pasaporte ruso residente en aquel país centroasiático escoja una sola nacionalidad, la rusa o la turkmena, provocó la ira del Kremlin.

Putin, quien mal asesorado hizo suyas las reglas del centroasiático juego de ver quién es más hábil para engañar al interlocutor, llegó a creer que el protocolo que suprime la doble nacionalidad entre Rusia y Turkmenistán es papel mojado mientras no lo ratifiquen ambos parlamentos, supuesto impensable para el Legislativo ruso en los términos arbitrarios que se desprenden del documento.

Pero Niyazov, consciente de la trampa legalista que le tendía su colega ruso, procedió como corresponde al turkmenbashi, el padre de todos los turkmenos, es decir, de modo unilateral e inapelable: con una sola firma obliga a más de 120 mil personas a renunciar a una nacionalidad, lo que en la práctica pone a la población de origen ruso en la antesala de la deportación masiva y quita, a quien decida ser ciudadano turkmeno, la posibilidad de recurrir a la protección de Rusia, quedando en el desamparo total en uno de los regímenes más represores del mundo.

El problema es más complejo de lo que podría parecer. Al desaparecer la Unión Soviética, en diciembre de 1991, Niyazov, desde antes dirigente máximo, no puso objeción a que los rusos residentes en Turkmenistán y los turkmenos portadores de pasaporte ruso tuvieran doble nacionalidad, lo que se refrendó jurídicamente en el respectivo tratado de 1993.

La paranoia del turkmenbashi, que cada mes descubre un nuevo complot de sus enemigos para asesinarlo, convirtió en prioridad de su política cerrar por completo el país, eliminando el resquicio que -en su opinión- dejaba la posibilidad de entrar y salir sin visa con pasaporte ruso.

Las alternativas que deja el decreto de Niyazov son una peor que la otra. Quien opte por la nacionalidad rusa, como extranjero pierde la residencia legal, no puede tener propiedades en Turkmenistán y, tras verse forzado a malbaratar su vivienda (en este momento, por ejemplo, es imposible recibir más de 3 mil dólares por un departamento de 120 metros cuadrados en el centro de Ashgabat), debe abandonar el territorio de este país centroasiático. En Rusia, sobra decirlo, nadie los está esperando con los abrazos abiertos.

Volverse turkmeno, para un ruso, significa prácticamente no poder salir nunca de Turkmenistán por dos razones: ningún ciudadano turkmeno puede viajar al exterior sin autorización de su policía política, el Comité de Seguridad Nacional, y los pocos que lo consiguen, después del mes mínimo de espera, tienen que pagar algo así como 100 dólares, suma equivalente al salario anual de la mayoría de los turkmenos.

Demasiado tarde

Demasiado tarde se dieron cuenta los asesores de Putin y ahora pretenden enmendar la pifia con presiones de todo tipo, sin faltar las amenazas de probar episodios poco honorables de la trayectoria del turkmenbashi.

Por lo pronto, uno de los diputados que siempre dice lo que el Kremlin quiere, Dmitri Rogozin, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Duma, convocó para la semana próxima a una audiencia para que los miembros de la Cámara baja examinen lo que denominó el dossier turkmeno.

El expediente consta, dijo Rogozin, de "preocupantes reportes" (de inteligencia, es de suponer) que sacan a la luz que el "señor Niyazov mantuvo una relación muy estrecha con el régimen talibán, al grado que siguió suministrándole combustible hasta el momento justo en que empezó la operación de Estados Unidos en Afganistán".

Más grave todavía es esta advertencia: "Nos proponemos revisar la veracidad de los testimonios que indican que los dirigentes de Turkmenistán tienen mucho que ver con el narcotráfico (en la región) y están involucrados en actividades encubiertas de apoyo al terrorismo internacional".

Para Rogozin, si todo eso se comprueba, el régimen de Niyazov merece ser sometido al más severo "aislamiento internacional".

Menuda forma de involucionar, en plena luna de miel ruso-turkmena, del amor al odio. Cuando Putin y Niyazov brindaron en el Kremlin por las perspectivas del acuerdo energético y sus anexos, como el compromiso de asistencia mutua en materia de seguridad y el protocolo de supresión de la doble nacionalidad, ningún político ruso quiso acordarse de lo que ahora imputan -sin riesgo de exagerar- al turkmenbashi.

Ashgabat nunca ocultó su estrecha cooperación con el régimen talibán, pues pretendió sacar provecho de la vecindad monopolizando el comercio, los suministros de combustible y la venta de refacciones para las armas de origen soviético. A cambio los estudiantes de teología, que ganaron la lucha intestina afgana de mediados de los 90, se comprometieron a perseguir a los opositores de Niyazov, a diferencia de los combatientes de otras naciones de la región, como los militantes del movimiento islámico de Uzbekistán, que recibieron pleno respaldo para realizar incursiones armadas en sus países.

Caído el régimen talibán, Niyazov fue el primer vecino de Hamid Karzai, el dirigente impuesto por Estados Unidos para la transición afgana, en hablar de la conveniencia de desempolvar el proyecto de gasoducto transafgano, al tiempo que Turkmenistán tejía una red de complicidades con los caciques regionales, quienes gobiernan en sus respectivos feudos. Año y medio después, el Afganistán de Karzai vuelve a ser el principal productor mundial de heroína. En las rutas del narcotráfico, 35 por ciento de toda la droga afgana sale por territorio de Turkmenistán y luego pasa por Rusia.

Con aliados así, el Kremlin quiere -Ƒquería?- consolidar la presencia de Rusia en Asia central. Todo parece indicar que esa política irreflexiva está a punto de sufrir el primer serio revés.

El segundo retroceso en el entorno geopolítico ruso se perfila en el terreno militar y abarca también la región del Cáucaso.

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