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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003

Angeles González Gamio

Primor arquitectónico

Entre las inumerables plazas que adornan el Centro Histórico, hay una poco visitada, a pesar de tener un primor arquitectónico: la capilla de la Concepción Cuepopan, situada en la calle Belisario Domínguez, enfrente del soberbio templo de la Concepción, que adjunto tenía el primer convento de monjas que hubo en la ciudad, famoso por su lujo y extensión.

Se ha dicho que fue el primer templo que se construyó en la capital y que allí se celebraron las primeras misas. También se decía que García Olguín, quien apresó al joven gobernante Cuauhtémoc, se lo entregó a Hernán Cortés precisamente en ese sitio, lo que significó la culminación de la dolorosa derrota del imperio mexica. Acuciosas investigaciones del ingeniero José R. Benítez, publicadas en los anales del Museo Nacional de Antropología en los años 40, probaron la falsedad de estas creencias, que sin embargo hasta la fecha algunos sostienen.

Lo cierto es que las primeras misas se celebraron en el que había sido el palacio de Axayácatl, padre del emperador Moctezuma, lugar que eligió el conquistador para levantar su inmensa residencia, que era como una pequeña aldea, con decenas de construcciones y múltiples patios, parte de ella ocupada hoy por el Monte de Piedad.

La primera iglesia fue la que levantaron los franciscanos, que se dice estuvo situada en lo que ahora es la calle Guatemala y Licenciado Verdad; allí mismo estuvo el primer convento que fue sustituido por el que habría de ser la inmensa edificación que ocupó el predio donde Moctezuma tuvo su célebre Casa de Animales, que impactó a los españoles por la cantidad de especies que guardaba, e incluía enanos, albinos y personas con malformaciones.

Volviendo a la capilla de La Conchita, como le llaman cariñosamente los habitantes del barrio, se presume que fue edificada por orden de las concepcionistas, quizás a petición de algún generoso benefactor, que para limpiar culpas les heredó propiedades a cambio de edificar una capilla donde se depositasen sus restos y se le rezaran misas diarias que lo libraran de las llamas infernales; esto era muy frecuente y permitió a las órdenes religiosas hacerse de grandes fortunas.

Aunque se desconoce el nombre del arquitecto que la diseñó y la fecha exacta de su construcción, se adivina que debe haber sido uno de los mejores de la época, probablemente de mediados del siglo XVIII. Su planta es hexagonal cubierta con una cúpula; destaca la portada, orientada hacia el sur. Un arco de medio punto sobre pilastras está flanqueado por otras acanaladas, con capiteles corintios. En la piedra clave del arco aparece un relieve que representa a San Francisco. El friso y las enjutas están decorados con motivos vegetales. En el centro sobresale un mascarón y en los extremos dos símbolos marianos. Sobre la pronunciada cornisa se desplanta el remate, cuya parte central forma un nicho que aloja la escultura del Nazareno. Enfrente se encuentra la hermosa fachada del templo de la Concepción, que conserva sus dos portadas gemelas, de una gran elegancia

Tras ser cerrada al culto por la leyes de exclaustración de los bienes religiosos, a mediados del siglo XIX, se dedicó a servir como depósito de cadáveres de indigentes, por lo que se le conoció como "capilla de los muertos", uso que tuvo hasta 1893, cuando fue clausurada. En dos ocasiones estuvo a punto de ser demolida; en 1897 la preservó el dictamen del ingeniero Mateos Plowes y en 1908 su salvador fue el maestro Justo Sierra.

En 1927 la Dirección de Obras Públicas le hizo reparaciones y un año más tarde la Secretaría de Educación Pública instaló ahí una pequeña biblioteca. Desde hace varios años se encuentra nuevamente en el abandono, con una severa inclinación hacia un lado, esperando que nuevamente se le restaure y se le dé un uso digno.

Se encuentra a unos pasos de la cantina La Opera, situada en la avenida 5 de Mayo 10. Originalmente una confitería, en los primeros años del siglo XX, se convirtió en el lujoso establecimiento que hasta la fecha podemos disfrutar. Sobresale su gran barra de madera oscura muy bien labrada, que armoniza con los gabinetes, recubiertos de terciopelo rojo, los estucos dorados, espejos con marcos imponentes y delicadas acuarelas en los lambrines de madera. La comida campechanea platillos españoles y mexicanos; lo mismo le ofrecen paella que machitos con salsa molcajeteada. Las sugerencias de la semana siguen la misma tónica; puede elegir entre albóndigas al chipotle y lenguado al vino blanco. Los postres son limitados pero sabrosos: ate con queso, crepas de cajeta o flan napolitano.

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