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México D.F. Jueves 12 de junio de 2003

Exige el Congreso local a Pemex invertir en mantenimiento

Ya son 7 los muertos por la explosión en Veracruz

Solos, habitantes de Cecilio Terán enfrentan dolor y pobreza

MARIA RIVERA, GUADALUPE LOPEZ Y ANDRES MORALES ENVIADA Y CORRESPONSALES

La muerte y la desolación empiezan a llegar a la comunidad de Cecilio Terán, perteneciente al municipio de Nogales, Veracruz. Desde el jueves 5 junio, cuando el fuerte caudal del río Chiquito destrozó el gasoducto de Pemex que pasa al lado del poblado, causando además de la inundación una fuerte explosión, los habitantes del lugar han vivido en la inmediatez. Primero se trataba de ponerse a salvo, luego de buscar a los ausentes, y es hasta ahora que muchos se dan cuenta que lo han perdido todo.

Ayer, en Veracruz, el agente del Ministerio Público Jorge Chantiri Pérez informó sobre la muerte de la señora Irma Jerónimo y de Manuel Rodríguez, ambos de 38 años, quienes se encontraban internados en el Centro Médico Nacional Adolfo Ruiz Cortines del IMSS. Con estos decesos suma siete el número de personas fallecidas como resultado del estallido en el ducto de Pemex. Pero estos nombres, para algunos, no son más que cifras.

José Luis López, de 18 años, todavía no acaba de entender lo ocurrido. Su madre, Irma, acaba de morir, y a la mitad de un baldío situado en el centro de la comunidad de La Balastrera repite una y otra vez: "šestoy solo! ƑDónde está mi mamá?". El nunca más apenas empieza a abrirse paso en su cerebro.

El muchacho vive en Orizaba porque está juntando dinero para irse a trabajar a las maquilas del norte, pero cuando le informaron que había explotado el gas salió presuroso en busca de su familia. Las primeras noticias fueron alentadoras, le dijeron que los habían visto con bien, pero con las familiares_muertos1horas llegó la realidad: estaban hospitalizados en la Cruz Roja.

Al anochecer de aquel día -según relatan los sobrevivientes-, la señora y sus hijas, junto con otras dos familias que trabajaban en la fonda Amparito, a la orilla de la carretera, salieron huyendo cuando escucharon el estruendo de la tubería al romperse. Lograron atravesar la autopista rumbo a la comunidad, pero unos metros adelante los alcanzó la inmensa lengua de fuego.

Cuando encontró a su madre, cuenta José Luis, todavía estaba consciente.

-ƑEres Luis? -le preguntó.

-Sí jefa -respondió.

-Te encargo a las niñas. La casa se quemó, pero por ahí pide que te den posada.

Esas palabras y una oración que alguien metió en su mochila, y que atesora como una señal divina, es lo único que le queda a este joven, además de la responsabilidad de dos hermanas pequeñas. Su otra hermana, María, de 17 años, acaba de ser trasladada a un hospital de Galveston, Texas, pero su pronóstico no es alentador.

Doña Ascensión Dionisio es una mujer pequeñita, de 84 años. Era más que la madrina, una especie de madre para Pedro Ixtlahuaca, de 50 años, quien murió dos días antes. "Cuando se quedó huerfanito primero se fue a vivir con unos familiares, pero luego se vino con nosotros. Ayudaba a mi esposo en el campo. De muchacho se buscó su amor, pero la muchacha no se halló y se regresó para Nogales. El volvió conmigo.

"ƑMe consiente usted madrina?" -relata la anciana que le preguntó. šCómo no voy a consentirte, si al hijo que tenía lo agarró la enfermedad y se murió, y ahora estoy solita con los nietos!, dice que le contestó.

"Calis, que así le decíamos, vivía de acarrear agua. La lumbre lo agarró por las vías del tren. Todavía hace ochos días se sentó bajo aquel pinito y se quedó dormido. šQuién iba decir que lo perdería!"

En las calles de la cabecera municipal de Nogales se acumulan colchones, mesas, estufas, grabadoras, ropa, zapatos y juguetes, el patrimonio de una vida, a la espera de los camiones de la basura. No hay dolor manifiesto. No hay esperanza. Sólo la conciencia de que nada se puede cambiar y todo está acabado. Así que con ese sentido común que da la pobreza de siempre, toman agua y jabón y tratan de recomponer su mundo.

La precariedad de sus vidas comenzó hace mucho tiempo. Ni siquiera ellos saben cuándo tuvieron que aprender a sobrevivir en las orillas. Lejos de las oportunidades, pero cerca de los peligros. "En el 92 también hubo una barrancada (inundación) como ésta y nos llenó las casas de agua y lodo, pero nada que ver con lo que ahora pasó", explican.

Uno a uno relata que en el desbordamiento intervinieron otros factores: bajo el cauce del río Chiquito pasan los ductos de Pemex y los puentes no pueden ser desasolvados con la debida profundidad porque cabe el riesgo de dañarlos. Cuando llega un caudal tan fuerte como el de ahora los troncos y las piedras taponan el flujo y el agua tiene que tomar otros caminos.

En la pequeña casa de su hijo, la única del rumbo que permaneció en pie, doña Elizabeth Rodríguez Morales, de 55 años, cocina en un anafre la comida del día. A su alrededor se amontonan enseres domésticos y trastos enlodados. Una mesa donde ha acomodado la despensa que les han llevado, es lo único limpio en la habitación.

Las tres construcciones donde vivía su familia, de 15 miembros, relata doña Verónica, fueron arrasadas por el agua en unos cuantos minutos. Del restaurante bar El Zorrullo, que era la principal fuente de manutención para la familia, no quedan más que rastros: una rocola medio enterrada y unos discos de 33 revoluciones desparramados. Sobresale, como si de un presagio se tratara, Nada de ti, del Súper show de los Vázquez.

Los vecinos del rumbo se ríen de los funcionarios que los responsabilizan de construir sus casas en zonas de alto riesgo; responden que ellos llegaron a vivir ahí desde antes que construyeran la carretera, antes que instalaran el gasoducto, desde antes que dejaran de tomarlos en cuenta. Pero además, agregan, permanecen ahí porque no les queda más remedio. "Es la necesidad, Ƒusted cree que viviríamos aquí si tuviéramos dinero? šComo si pudiéramos hacer otra cosa!".

Así, de a poco empiezan a asimilar su cuota de dolor, pero también a reaccionar. Eufrasia Rodríguez, esposa de Manuel Rodríguez Andrade, muerto de la Balastrera, presentó el lunes pasado una denuncia penal contra Pemex, empresa a la que responsabiliza de la explosión y los daños causados a su familia. Otro alegato contra la paraestatal lo presentó Fanny Cabrera, cuyo marido, Alejandro Flores Ruiz, resultó lesionado con el estallido del pasado jueves.

En tanto, en Jalapa la clase política da señas de vida. La fracción legislativa del PRI en el Congreso local exigió a Petróleos Mexicanos que establezca un programa de atención a contingencias, pero sobre todo de revisión y mantenimiento de sus instalaciones, ductos y plantas para evitar que se repitan tragedias como la actual.

Los diputados Francisco Mora Domínguez, Adán Córdoba Morales y Ramiro Armando Arcos indicaron que Pemex "tiene el deber de invertir mayor presupuesto en el mantenimiento de sus instalaciones, de por sí peligrosas, dado el manejo de productos de fácil combustión". Mora Domínguez atribuyó a la empresa una alta responsabilidad porque el siniestro se provocó en sus instalaciones, por eso, afirmó, demandarán que lleve a cabo trabajos de revisión y que informe al Congreso sobre el seguimiento de estas labores.

Mencionó que hay otras zonas del estado donde existen asentamientos humanos sobre instalaciones de la paraestatal, como la congregación Allende, en Coatzacoalcos, a la que consideró "bomba de tiempo". El legislador agregó que donde exista la posibilidad de reubicar a las familias o de cambiar los ductos, Pemex deberá hacerlo.

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