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México D.F. Jueves 12 de junio de 2003

Olga Harmony

La noche del tigre

Desde los primeros montajes del teatro para sordos Señas y verbo, dirigidos por Alberto Lomnitz, quien es además director general de esta compañía, se pudo percibir (más allá de que apoye grandemente el entendimiento, sobre todo por parte de los niños no sordos de ese mundo del que no oye, es decir, ese ''otro" que muchas veces es víctima de la crueldad infantil) desde el punto de vista puramente teatral una rica posibilidad, desde luego sólo para grupos de estas características, de integrar tres lenguajes. El hablado, porque siempre existe un actor vocal, el de las señas que se utiliza en México y el corporal, apoyados por música en vivo que el espectador oyente disfruta.

Hay que hacer hincapié en que Lomnitz es partidario del lenguaje de señas, en abierta contraposición con la tesis que priva en las escuelas de sordos de que se les debe enseñar a vocalizar, lo que no siempre rinde buenos frutos. Pero, sin entrar en esta polémica que no me corresponde, resulta evidente el desarrollo de los actores sordos, desde las primeras escenificaciones en que se advertía cierta torpeza, hasta montajes más recientes, como serían El misterio del circo en que nadie oyó nada, escrita y dirigida por el propio director general del grupo, y ahora La noche del tigre, dramatización de pasajes de El libro de las tierras vírgenes, de Rudyard Kipling, realizada y codirigida por Carlos Corona, junto con Adrián Blue.

Corona elige con muy buen tino el destino del pequeño Mowgli, rechazado por sus hermanos lobos, rechazado por los humanos: al identificar al espectador con este personaje y lamentar su soledad final, pienso que resulta odioso todo tipo de discriminación hacia el diferente -en este caso el que importa es el sordo- sordo- con mucha mayor eficacia que si cayera en falsos didactismos.

El diseño de producción es de Alberto Lomnitz, lo que probablemente ampara una muy sencilla y eficaz escenografía y las máscaras de los diferentes animales, así como el vestuario. En un gracioso módulo con diseño de elefantes se ubica el músico en vivo, me tocó ver a Mariano Cossa, autor también de la música, todo con la iluminación de Matías Gorlero. Los directores plantean el trazo escénico casi en forma dancística, para lo que resulta invaluable la coreografía de Ruby Tagle. Con todos estos elementos, cabe repetir lo dicho en mi artículo anterior: el respeto al público infantil -aunque asiste público adulto no siempre acompañando a niños- se advierte en todos y cada uno de los detalles de la escenificación. Pero lo que sobresale es el gran avance de los actores sordos que ya se desenvuelven como auténticos profesionales.

Tanto la actriz sorda Lupe Vergara, como el actor sordo que me tocó ver, ignoro si se trata de Eduardo Domínguez o de Jofrán Méndez, se igualan con el experimentado actor vocal Ricardo Ezquerra, que narra la acción, traduce el lenguaje de señas al idioma español y representa también a algún personaje. La historia nos lleva de un tiempo a otro, se permite narrar viejas leyendas para explicar qué es la noche del tigre en esta lograda escenificación en que también los elementos visuales están muy cuidados.

Para seguir hablando del teatro para niños y adolescentes, cabe decir algunas palabras hechas por los escolares, sobre todo del nivel de secundaria, en donde la falta de conocimientos teatrales de los maestros daba al traste con cualquier buena intención, aunque parece que en el último concurso hubo asesorías que mejoraron con mucho los resultados. Un gran apoyo para los maestros es el libro de la dramaturga Tere Valenzuela, Teatro escolar, que acaba de presentar Editores Unidos Mexicanos y el que es una primera aproximación para quien desee hacer este tipo de teatro.

La autora da muchos elementos, incluidos un vocabulario -a veces muy travieso- y bibliografía básica que incluye las librerías en donde se pueden adquirir los textos. Es un librito muy útil de la versátil Valenzuela, que desde luego no sustituye a los tratados de mayor envergadura a que deben acudir los estudiantes de teatro profesional, pero que a los bien dispuestos profesores de enseñanza básica -y no es otra la intención de Tere- los puede apoyar en su desempeño.

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