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México D.F. Lunes 7 de julio de 2003

Elena Poniatowska /II y última

Soldados de Salamina, de Javier Cercas

A final de cuentas tenemos la absoluta certeza de que el falangista Rafael Sánchez Mazas es un pobre diablo. Después de los días de euforia al haber escapado de la muerte, después de tantas lecciones recibidas -las del hambre y las de la solidaridad-, después de los "amigos del bosque", vuelve a los privilegios que Franco le otorga por desidia. Vuelve a sus antiguos oropeles sociales, a brillar en un mundo de fuegos fatuos al que no sabe ni quiere juzgar. Vuelve a su escritura mediocre y a sus aspiraciones aún más mediocres. Taconea dentro de sus negras botas militares. Heredero de una cuantiosa fortuna, un palacio y varias fincas en Coria, provincia de Cáceres, el aristocrático Sánchez Mazas vive la pinche vidita del dolce far niente. ''Antes eras un escritor y un político, Rafael -le dice Agustín de Foxá. Ahora sólo eres un millonario". "Quizá Sánchez Mazas no fue nunca más que un falso falangista, o si se quiere un falangista que sólo lo fue porque se sintió obligado a serlo, si es que todos los falangistas no fueron falsos y obligados falangistas, porque en el fondo nunca acabaron de creer del todo que su ideario fuera otra cosa que un expediente de urgencia en tiempos de confusión, un instrumento destinado a conseguir que algo cambie para que no cambie nada, quiero decir que, de no haber sido porque, como muchos de sus camaradas, sintió que una amenaza real se cernía sobre el sueño de beatitud burguesa de los suyos, Sánchez Mazas nunca se hubiera rebajado a meterse en política, ni se hubiera aplicado a forjar la llameante retórica de choque que debía enardecer hasta la victoria al pelotón de soldados encargados de salvar la civilización.''

"Buen escritor menor", así lo presenta Javier Cercas. En tanto personaje de novela, trata a Sánchez Mazas sin misericordia; en cambio, toda su simpatía es para Miralles, quien resulta ser el hombre que encañonó al falangista y decidió dejarle la vida. ƑVerdad? ƑMentira? Miralles es un personaje entrañable: todos quisiéramos en nuestra vida, al menos un solo día, un Miralles con quien compartir unas horas definitivas. Miralles es la alegría y es el coraje, es el instinto de la virtud, y por eso "no se equivocó nunca o no se equivocó en el único momento en que de veras importaba no equivocarse''.

Soldados de Salamina es una obra giratoria; regresa siempre al mismo punto, el no fusilamiento del falangista, los círculos van cerrándose, el disco es negro, la obsesión candente es el pivote que relampaguea en el centro. Las ondas se agrandan hasta abarcar toda la superficie, todas las páginas, todas las palabras, para luego cerrarse sobre un ritornelo, el del miliciano delgado, de ojos grises que, fusil en mano, lo encañona, pero en vez de matarlo, lo mira y lo deja ir.

Miralles otorga el perdón porque es el único que tiene la dimensión para hacerlo.

Es tan grande la maestría del escritor Javier Cercas que esta repetición de un mismo suceso se vuelve una cantata, un Gloria que resuena en nuestros oídos como una polifonía que exalta y conmueve. Una mirada decisiva de unos cuantos segundos como la del miliciano republicano, que en el último momento no dispara, se transforma en el pentagrama en el que Cercas escribe las notas de Soldados de Salamina. Javier Cercas pule su canto y éste nos deslumbra con sus diversos alcances. Llega lejos, se adentra en lo más secreto, en lo que más duele. šGuerra Civil de España, cómo nos dueles! La verdad, Soldados de Salamina es un libro esplendoroso, va creciendo, la orquesta entera toca al unísono, ahora entran los oboes y le hacen segunda a los chelos, el tema vuelve, obsesiona, resucita viejos sentimientos olvidados, incendia el bosque, estamos con Rafael Sánchez Mazas entre los árboles, nos protegemos de él y el no puede protegernos de nosotros mismos, nos adentramos entre las ramas, dormimos sobre lechos de hojas, sufrimos, se nos rompen los lentes, que en España llaman gafas, caemos en el agua lodosa, el hambre nos atosiga, cada paso se hace más intolerable, somos unos pobres diablos, somos dioses, la guerra de España ha terminado.

El único que sí puede salvarnos de nosotros mismos, el único que reivindica la condición humana, es Miralles.

A André Malraux le hubiera emocionado este personaje.

Esta es una obra magistral que recupera los meses finales de la Guerra Civil española. Recuerda las fotos de Robert Capa, las del éxodo, las de la derrota, recuerda a Langston Hugues, a Arthur Koestler y uno de los libros que más enseñan sobre la guerra a pesar de que es sólo un gran revuelo de palomas crueles: ''La plaza del diamante'' de doña Mercé Rodoreda, la catalana a quien le prendo de vez en cuando una veladora porque late afuera de mi ventana como la guerra latió afuera de la suya, mar de fondo de toda su vida.

La novela de Cercas me tocó hondamente por varias razones. Todos los buenos libros calan muy dentro. Remiten a la propia vida. Un buen libro siempre suscita historias personales. Un buen libro hace que otros se acerquen a decir: "mire, yo sé de un caso parecido, yo conocí a un Miralles". Un buen libro remite a la experiencia vivida o a la que nos inventamos porque quisiéramos haberla vivido. Mi padre fue capitán en el ejército francés, atravesó los Pirineos a pie para poder llegar a África y lo apresaron en España. Encarcelado un mes en Jaca, lo raparon y le hicieron lavar los cagaderos porque una madrugada gritó "Viva Salaud" en vez de "Viva Franco". Decía que la sopa que le servían en la cárcel adentro era espesa y buena. Todavía conservo su cuchara de palo. Mi padre estuvo en Monte Cassino, hizo lo que hoy se llama la campaña de Italia, llegó hasta Rusia, lo perdimos durante cinco años, no lo vi de los nueve hasta casi los quince años. A él lo aventaban en paracaídas en la línea enemiga. En todos los noticieros de la época creía reconocerlo corriendo entre los fogonazos. Regresó dañado y el pecho constelado de condecoraciones. Sobre la guerra, guardaba silencio. Una noche en que se había tomado una copa de más nos dijo: "De lo que si estoy seguro es de no haber matado nunca a nadie". Por eso pienso que Papá, al igual que Miralles no se equivocó en el único momento en que de veras importaba no equivocarse".

Soldados de Salamina me toca también por Tina Modotti, la fotógrafa italiana que ayudó a los heridos en el Hospital Obrero y fue miembro del Socorro Rojo Internacional, y nunca entendió el pacto germano-soviético, que la decepcionó hasta llevarla a la muerte. Su corazón rojo ya estaba enfermo. También me toca por Roberto Bolaño, a quien no conocí en México pero cuya novela Los detectives salvajes gira en torno a Alcira, una uruguaya que permaneció encerrada en un baño de Ciudad Universitaria en 1968. El terror al Ejército Mexicano la hizo esconderse en los escusados de mujeres (no sé como les llamen en España) y allí permaneció quién sabe cuántos días, aterrada, tomando solo agua, esperando el momento en que ya no escucharía las botas militares para salir de su escondite. A Alcira habría yo de verla dos o tres años más tarde en el entierro de una gran escritora mexicana, Rosario Castellanos. Bajo la lluvia, Alcira repartía, como sudarios, poemas de Rosario que ella misma había pasado a máquina la noche anterior. Era su homenaje a Rosario muerta prematuramente.

También confieso mi impresión al leer lo del viaje a Collioure de Antonio Machado con su anciana madre y su hermano José y muchos refugiados más, ya que Tina Modotti acompañó a Machado a la frontera y posteriormente fue a visitarlo antes de que muriera en ese mugre pueblito de pescadores. La muerte de Machado en el exilio y la de su madre unas semanas después es una de las grandes vergüenzas de la Guerra Civil de España.

Volviendo a una nota menos triste o sea al autor, si Vargas Llosa elogia a Cercas, George Steiner es aún más entusiasta, al decir: ''Soldados de Salamina debería convertirse en un clásico". Y Susan Sontag también habla de una novela maravillosa. Un éxito nacional e internacional sin precedentes hace que se vendan más de 400 mil ejemplares a lo largo de 30 ediciones, desde su publicación, en marzo del 200l. Traducido a dieciséis idiomas Soldados de Salamina merece diez premios, demostrando así que Vargas Llosa tiene razón al decir que la literatura seria que se atreve a encarar los grandes temas y rehuye la facilidad, es capaz de encandilar a sus lectores y de afectar su modo de pensar.

A pesar de que no cree en el éxito, ahora Javier Cercas lo conoce en grande a los 42 años. Del éxito, se puede aprender casi tanto como del fracaso. Profesor de Literatura Española en la Universidad de Gerona, colaborador habitual del periódico "El País". Consagrado, la editorial Tusquets retoma sus títulos anteriores y al final de este año podremos ver en México la película en cuyo guión trabajó al alimón con David Trueba, Diálogos de Salamina. Beatriz de Moura, su editora, vaticinó que su libro tendría lectores viejos. Para su sorpresa, a esta novela la leen jóvenes. Cercas ya no necesita soñar porque ya su sueño se cumplió, sus libros se leen mucho y tiene más lectores de los que jamás imaginó. Querido, elogiado, admirado, ojalá y Cercas no olvide jamás a Miralles y a su gran alegato final en contra de la guerra, a aquello que le hizo escribir: "Murieron todos, todos muertos. Muertos. Muertos. Todos. Ninguno probó las cosas buenas de la vida: ninguno tuvo una mujer para él solo, ninguno conoció la maravilla de tener un hijo y de que su hijo, con tres o cuatro años, se metiera en su cama entre su mujer y él, un domingo por la mañana, en una habitación con mucho sol".

Finalmente quisiera reiterar mi simpatía por Conchi, la que tan acertadamente le mete espuelazos al autor. Es un personaje fugaz pero definitivo, es fácil imaginarla yendo y viniendo sobre sus altos tacones, alegre, vital y totalmente solidaria empujando al autor cuando desfallece. Es el detonador de la escritura de su amante. Y es justo pensar que a lo mejor ella debió bailar el pasodoble con Miralles siguiendo la música de Suspiros de España, mientras que él, Miralles esperaba el momento en que podría tocarle el culo como quiso tocárselo a la hermana monja Françoise, la que endulza sus últimos días en el asilo para ancianos en la Résidence de Nympheas, en Fontaine Les-Dijon.

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