.. | México D.F. Lunes 7 de julio de 2003
EL TRIUNFO DE LA ABSTENCION
En
las elecciones federales realizadas ayer el gran triunfador fue el desencanto
ciudadano. Así lo indica claramente el índice histórico
del abstencionismo: cerca de 60 por ciento de los ciudadanos dieron la
espalda a las urnas, como respuesta al abandono, por parte de la clase
política en general, de las ideas, las propuestas, las plataformas
y los principios.
Como en ninguna otra anterior, en esta elección
se vació de contenidos la propaganda partidista, la cual se dejó
orientar por una mercadotecnia que privilegió colores, paisajes,
sonrisas, lemas y diseños sobre los programas y las iniciativas
concretas. Los institutos políticos y las dependencias oficiales
de todos niveles y adscripciones gastaron miles de millones de pesos en
convencer a la sociedad de las bondades y la necesidad de un acto ciudadano
-el sufragio- que había sido desprovisto de sentido real. La mayoría
absoluta de los votantes percibió que los partidos y sus candidatos
pretendían convertir los comicios en una subasta de cargos de elección
popular; que la media docena de pequeñas agrupaciones sin ideología
específica ni plataforma definida no representaban otras tantas
oportunidades de participación ciudadana, sino un negocio para sus
dirigentes; que los enormes recursos públicos invertidos en la elección
eran, preponderantemente, una inyección financiera para los medios
electrónicos, y que no tenía sentido salir de casa para ayudar
a los políticos a repartirse puestos y acomodarse en ellos.
Es cierto que la jornada cívica transcurrió
en casi completa calma y que imperaron la civilidad y la normalidad democrática,
pero ese saldo positivo no debe atribuirse únicamente al avance
del espíritu republicano, sino también a que los protagonistas
de la elección -aspirantes, partidos, autoridades- no supieron comunicar
a los votantes qué era lo que estaba en juego.
Esta desangelada elección constituye un grave revés
para la democracia, para las instituciones y para el futuro político
del país. Por ello, más que analizar los resultados arrojados
por la minoría que acudió a sufragar -el retroceso del PAN,
el avance del PRI y del PRD, la derrota del partido del Presidente en Nuevo
León, el triunfo arrollador del instituto político que gobierna
la capital de la República, el renovado empantanamiento en el Poder
Legislativo, el retorno a la nada de las pequeñas fórmulas
que se estrenaron en esta ocasión y que no lograron ni 2 por ciento
de los sufragios-, habría que plantearse la necesidad de emprender
una reforma política, legal, institucional y electoral que reconstruya
la vinculación de los ciudadanos al quehacer político y el
interés de la población por los asuntos públicos.
Es ineludible que los dirigentes partidistas hagan conciencia
sobre el hecho de que, contada la abstención, sus verdaderos porcentajes
de votación están muy por debajo de los números oficiales.
El PRI, que va en primer lugar con poco más de 34 por ciento de
los sufragios, no logró motivar ni siquiera a 14 por ciento del
electorado; Acción Nacional recibió el respaldo real de 12
de cada 100 votantes y el PRD no pudo convencer más que a 7 de cada
100 electores.
Con esas cifras, no hay motivos para el triunfalismo de
los liderazgos partidarios ni para felicitaciones por la madurez democrática.
La circunstancia ameritaría más bien una autocrítica
a fondo de la clase política y un replanteamiento honesto de leyes
y códigos, de presupuestos, de normas y de procedimientos electorales.
Una institucionalidad democrática que no logra concitar la credibilidad
y la participación ciudadanas carece de sentido y termina sucumbiendo
ante cualquier espejismo caudillista. A tres años de las elecciones
presidenciales de 2006, los políticos deben tomar conciencia del
riesgo y actuar en consecuencia.
|