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México D.F. Lunes 7 de julio de 2003

Hermann Bellinghausen

Pasaje de la edad

Un velo cobalto, y como tal pesado, sumerge la noche en el pasaje submarino de un sueño demasiado profundo. El estrecho dormitorio en la azotea, nave perdida en el espacio, vaga más allá del aire. Donde nada es sólido.

-Flaco.

La voz sale del holán de las costuras del velo cobalto, en un alejado confín del sueño. De momento, carece de actitud.

-Flaco, despierta.

Un meneo a la altura del hombro. El velo se contrae como caracol en retirada. Una brusca ráfaga de negro les abre paulatinamente contorno a las cosas y las dos siluetas junto a la cama.

-Despierta, mira -señala el que habla la minúscula ventana sin cortina. Ojo de buey, escotilla, mejor puerta de salida que la puerta.

El niño se revuelve bajo las sábanas, aprieta los músculos intercostales y luego los expande. Sus brazos en V recuperan el tamaño del cuerpo. Reconoce a Brigo en el que habla, y a Chochi atrás, siempre el más alto y callado de sus amigos imaginarios.

-ƑQué hacen aquí?

-La estrella, idiota- es la imperiosa no respuesta de Brigo, que la agita el hombro.

-ƑQué estrella idiota?- replica el niño en un eco.

-La del sótano -dice Chochi en tono grave. El sabe más cosas que nadie, y nunca es el primero en hablar.

El niño se arranca la costra de cobijas, el raído zarape del abuelito, y brinca como lagartija bocarriba para caer de pie. El suelo es consistente. Brigo le entrega una lámpara de las que el papá del niño llama flash light. Abandonan el dormitorio como ladrones y se dirigen a escalera casi a tientas. Chochi apuñala la oscuridad al encender su lámpara. Brigo y el niño no lo imitan, lo siguen abajo y a través del pasillo. Las recámaras, cerradas. La familia duerme. Dejan atrás el refrigerador que ronca, el único sonido además del viento en el jardín que desfila por los vidrios del corredor. Llegan al fondo, Chochi abre despacio la puerta del bañito, cede el paso a sus acompañantes y dice:

-Enciendan.

El tosco baño en desuso se inunda de rayos en tres direcciones que al fin convergen en la puertecilla que da del rincón al sótano. Su sempiterno candado oficialmente no tiene llave. ƑSí? Brigo mete la llave y el candado, herrumbroso y rejego, abre. La puertecilla rechina, sorprendida de tener bisagras después de tanto tiempo.

-Tú bajas -dice Brigo.

El niño vacila, traga saliva. "No me hubieran despertado", piensa.

-ƑY ustedes?

-Tus primas ya bajaron.

-ƑQué primas?

-Apúrate.

Brigo nunca responde lo que le preguntan. El niño apura los escalones de piedra hasta un recinto que la linterna revela amplio y circular. Oye atrás a sus amigos entornar la puertecilla. Una larga mesa. Tres sillas. Dos, ocupadas por unas niñas bonitas, nunca antes vistas. Las primas. Lejanas. El niño no se pregunta qué hacen aquí.

-Ven, siéntate -lo invita una, que debe tener la edad del niño, aunque parece mayor.

-Te tardaste -dice la otra.

Sobre la mesa se extienden fotos, postales y cartas de orillas gastadas y amarillas.

-Las cosas del baúl -explica la mayor, que al fin se le hace al niño un poco conocida.

Qué cosas. Qué baúl. Cómo ven en lo oscuro. El niño piensa las tres cosas pero no las pregunta. A donde fueres, haz lo que vieres, trepa la silla desocupada. Apaga la flash light. La mayor le toma la mano. Qué suave su piel.

-Fíjate bien -le dice.

El niño se fija en la mesa a oscuras.

-Sientes la estrella -afirma la prima.

Como en su cuarto la ventana, sí, la estrella/la azotea/el cielo nocturno. En las pupilas se le ilumina, ligero, el contorno de cada cosa. Ante el niño desfilan rostros desconocidos y antiguos. Una mujer en sepia coloreado lo mira a los ojos, distraídamente. Se parece a la prima menor, la más bonita de las dos. Pero la de la estampa es ya una mujer. De torso desnudo. Posa para el artista. Cruza sobre sí los brazos, y cada mano se coge un pecho como quien guarda una fruta. Entreabre los dedos en V sobre los pezones, que difuminan en las areolas su rosa hacia la blancura. El niño piensa en besar, no en leche.

-Es la inocencia -le revela al oído la prima menor en una risita. Siente una mano de la niña entre sus piernas de niño-en-otra-silla. Momento, Ƒla inocencia?

-Esa era -corrige en tono burlón la prima grande.

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