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México D.F. Lunes 7 de julio de 2003

Iván Restrepo

Hacer nuestra tarea en el golfo de México

Uno de los integrantes del gabinete de gobierno que mejor conocen la manera en que funciona su contraparte en Estados Unidos es Víctor Lichtinger. Durante seis años, el ahora responsable de los temas ambientales fungió como secretario de la Comisión de Cooperación Ambiental para América del Norte, creada como fruto del Tratado de Libre Comercio. Desde ese cargo tuvo tratos con la Agencia de Protección Ambiental del vecino país, mejor conocida como EPA. Así que cuando Fox lo designó secretario de Medio Ambiente no llegó a oscuras en cuanto al terreno que iba a pisar respecto a las relaciones con nuestro socio y vecino.

El maestro Lichtinger estuvo recientemente en la décima reunión de la Comisión de Cooperación Ambiental del Tratado de Libre Comercio, que se celebró en Washington. Asistieron también sus homólogos de Estados Unidos y Canadá. Entre otras cosas, en esa reunión anual se hace un balance de los logros obtenidos, se anuncian nuevos programas y compromisos y se analizan problemas comunes. Pero esta visita será recordada porque nuestro secretario, en vez de señalar, como acostumbran otros miembros del gabinete de Fox, que las relaciones con Estados Unidos son positivas, declaró que están congeladas y se dijo preocupado por el abandono del papel de vanguardia que la gran potencia tenía en la preservación del medio ambiente, en especial después del 11 de septiembre de 2001.

Y para ilustrar lo que ocurre mencionó la grave contaminación del golfo de México, causada por ambos países y Cuba, tema que me es familiar luego de dos décadas de estar documentando lo que allí ocurre con varios grupos de investigación. Dicho cuerpo marino se encuentra alta y peligrosamente deteriorado por el aporte de los 33 ríos que desembocan en él y de los asentamientos humanos, la industria y la agricultura. El mayor culpable de lo que sucede es precisamente Estados Unidos, pues por el río Mississippi, el más contaminado de América, llegan al Golfo los desechos de 31 estados del país del norte. Entre ellos, unas 100 mil toneladas de residuos químicos, fertilizantes y plaguicidas, además de incontable y diversa basura. Hay una zona en ese río que llaman el pasillo del cáncer, debido a la peligrosidad de sus contaminantes: cadmio, cobalto, cromo, manganeso, fierro, zinc, níquel, plomo, mercurio e hidrocarburos aromáticos.

Paralelamente, una sexta parte de la población del país vecino vive en la costa del Golfo y también realiza por sus aguas casi la mitad de todo su tráfico pesquero y de sus exportaciones e importaciones. Todas esas actividades dejan contaminación y suciedad.

Por su parte, México tiene en el área que le corresponde de este ecosistema más de 300 campos de producción petrolera, seis complejos petroquímicos, dos refinerías, mientras los 16 grandes ríos nacionales que desembocan en el Golfo llevan basura, desechos químicos y residuos de plaguicidas y fertilizantes. Destacan por su carga nociva el Coatzacoalcos y el Pánuco, el Blanco y el Usumacinta. Además, ninguna de nuestras ciudades costeras del Golfo cuenta con plantas adecuadas de tratamiento de aguas negras, que por lo general van al mar.

Sólo la desidia y la irresponsabilidad han llevado a que el golfo de México sea hoy un peligroso basurero para la población y el ambiente y los recursos naturales. La pesca de anchoa, arenque, bagre y atún aleta amarilla está diezmada por la contaminación. Pese a todo, aún hay vida en buena parte del Golfo, a cuyas costas migran cada año casi 700 especies de aves y en las que existen ecosistemas en buen estado, aunque se siguen destruyendo cientos de hectáreas de manglares, tulares y humedales, muy ricos en términos de biodiversidad y producción y necesarios para disminuir la contaminación.

Varias veces se han anunciado planes para limpiar el golfo de México y devolverle su salud ambiental; existen recursos para elaborar los estudios iniciales. Mas nada pasa, como expresa el secretario Lichtinger, porque no hay voluntad política para que las cosas marchen. Sin embargo, nuestro país no debe atenerse, como en otros asuntos, a que el vecino atienda su agenda ambiental. Debe proceder a realizar su tarea. Se sabe qué ocurre y cómo resolver los problemas.

Lo peor que podría pasarnos sería quedarnos a esperar que Estados Unidos realice lo que, por lo visto, no le interesa.

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