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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 7 de julio de 2003

León Bendesky

Sólo uno por ciento

Los datos más recientes del comportamiento de la economía confirman que el ritmo de crecimiento de la producción está muy por debajo del nivel que podría llevar a la tasa de 3 por ciento que estimó el gobierno en el presupuesto federal. El producto de las manufacturas, según las cifras para abril, mostró una caída, y no se advierte una reactivación capaz de provocar un aumento decisivo. Una expresión de ello es la negociación entre la empresa Volkswagen y el sindicato para rebajar los salarios y las horas de labor a cambio de mantener las plazas. Igualmente, las ventas internas, tanto al mayoreo como al menudeo, muestran un desempeño débil que se expresa en la depresión que registra el sector comercial.

Es muy probable que la economía crezca este año debajo de 2 por ciento, tasa insuficiente para cubrir las necesidades de empleo y de ingreso de la mayor parte de la población, que además llevaría a un muy bajo aumento del producto en la primera mitad de este gobierno. Si alcanza esa tasa, el promedio de la expansión del producto entre 2001 y 2003 sería menor a uno por ciento. Este registro está en la tónica del sexenio de Miguel de la Madrid, cuando la economía creció en promedio sólo 0.3 por ciento.

Por supuesto que las condiciones de ese periodo (1982-1988) eran muy distintas a las que prevalecen hoy. Entonces se resentía el enorme peso de la crisis provocada por el excesivo endeudamiento externo; la inestabilidad financiera era sumamente grande, con muy altos registros de inflación; el desequilibrio externo provocaba fuerte devaluación del peso frente al dólar y existía un agujero fiscal por encima de 16 por ciento del producto. Hoy, en cambio, la estabilidad macroeconómica se manifiesta en la inflación baja y es una de las principales expresiones de la gestión monetaria y fiscal; el déficit público es muy reducido (sin considerar las cuentas que de modo ficticio se toman como contingentes), lo que hace que las tasas de interés se hayan reducido de modo sensible; el déficit externo se cubre con la entrada de divisas y el tipo de cambio flexible mantiene el valor del peso sin grandes sobresaltos, mientras que se acumulan niveles muy elevados de reservas internacionales.

La pregunta obligada es: Ƒpor qué no crece la economía mexicana? El fenómeno se muestra en el hecho que la tasa promedio de las dos últimas décadas es apenas 2.3 por ciento anual, lo que significa un aumento del producto por habitante de sólo 0.4 por ciento en el mismo lapso. Esta debe ser la preocupación central de la política gubernamental y del análisis profesional y académico. De esa pregunta básica se desprenden otras: Ƒpor qué a los episodios de expansión han seguido crisis financieras profundas y la expansión no se ha podido sostener? ƑCuál es la relación entre la estabilización y el crecimiento, sobre todo cuando prevalecen condiciones tan distintas a las que marcaron los tres anteriores gobiernos? ƑCuáles son las causas del largo estancamiento?

Hay diversas aproximaciones para responder estas interrogantes, según las concepciones teóricas y visiones ideológicas de quienes las proponen. Hoy es relevante cuestionar el sentido mismo y el contenido de la estabilidad macroeconómica. El punto es si ella es una condición necesaria, pero también suficiente para renovar las bases del crecimiento. Los defensores a ultranza del funcionamiento de los mecanismos del mercado como la forma más eficaz de ordenar el proceso económico parecen creerlo así. Entonces el debate debería ubicarse en cómo es que la estabilidad constituye la base de una nueva expansión y la secuencia por la cual la economía crecería. Pero como la estabilidad no detona de manera automática el crecimiento, los doctores del mercado exigen cada vez más, ya sea seguridad jurídica, flexibilidad laboral, más contención fiscal, etcétera.

Lo que está en disputa son los estímulos necesarios para que los recursos se destinen a acrecentar la capacidad productiva de esta economía, o sea, a la inversión. En la medida en que el Estado renuncia a ejercer más gasto de inversión, se aprecia que el sector privado no llena el vacío. Ese es el dilema en el que está la política económica de un gobierno que opera con fuertes contradicciones internas, y también las actitudes de un empresariado confundido y cada vez más inquieto que seguirá así en tanto no haya niveles adecuados de rentabilidad para que invierta.

Ese es el aspecto central del estancamiento de largo plazo de la economía, que ha estado marcado decisivamente por los bajos niveles de gasto en inversión (pública y privada) y por la sustitución de las ganancias derivadas de la producción por los abultados rendimientos especulativos que se han generado desde la crisis de 1982. Esta economía ha destruido, en lugar de regenerar, las condiciones estructurales para soportar el crecimiento.

Mientras se posponen las inversiones para el incremento de la producción y de la productividad, se aplaza la posibilidad de volver a crecer con una base interna sólida. Pero esa es la forma de aumentar el bienestar general y hacer que luzcan las ventajas que se pueden derivar de las reformas y los acuerdos comerciales, como el TLCAN, que hasta ahora se ha convertido en una costosa dependencia de la economía de Estados Unidos.

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