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P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 10 de julio de 2003

Sergio Zermeño

ƑQué sigue en el Distrito Federal?

Con los resultados que nos dejó esta elección tendremos que bregar. Los más contundentes son dos: el primero lo proporcionan las estadísticas: 60 por ciento de abstención; el segundo, los analistas de este fenómeno: los partidos y la esfera de la política están alejados de los problemas que le interesan a la sociedad al haber reducido a espots sus análisis y propuestas. Ahora nos toca convertir estas declaratorias generales en ejemplos concretos y buscar estrategias para superar la situación.

Veamos el panorama en el Distrito Federal, donde tenemos un gobierno fuerte, con gran popularidad y, a partir de ahora, apoyado por una Asamblea Legislativa con mayoría perredista absoluta, es decir, tenemos un panorama en el que el electorado decidió no poner un contrapeso al quehacer del Ejecutivo (como sí ha sido el caso en el plano federal).

Si de veras el problema del abstencionismo es la distancia entre sociedad y política hay que ponernos a trabajar. No cabe duda que en muchos frentes el Gobierno del Distrito Federal ha sido exitoso (adultos mayores, educación, Centro Histórico, vialidad...). En su articulación con la ciudadanía, sin embargo, el asunto ha sido muy diferente: después de un arranque que auguraba un idilio perdurable, en el que López Obrador prometió 500 mil pesos para que cada uno de los mil 360 comités vecinales decidiera en qué gastarlos (patrullas, policías, alumbrado, vialidad, etcétera), vinieron los jaloneos, los reproches y las rupturas.

No está en duda que los miembros de los comités tienen una bajísima cultura cívica ni que sus desplantes de individualismo y egoísmo, sobre todo en el Distrito Federal bonito, serían capaces de sacar de sus casillas hasta a la madre Teresa, pero los equipos de gobierno encargados de la participación, después de sus primeros fracasos no lograron recobrar la calma, y en lugar de proponerse el tema de la participación de la ciudadanía como reto, se lo propusieron como enemigo. Para ellos los comités vecinales debieron haber funcionado como un "cuarto piso de gobierno", según los denominó repetidamente AMLO (es decir, ligados a la estructura administrativa y en buena medida dependientes de ella).

Cierta influencia marxista y sindicalista, aunada a la herencia priísta con que se conformó ese equipo de gobierno, redujo la imagen de participación ciudadana a la de subordinación ciudadana en una estructura vertical y piramidal. Así, muy pronto, desde el inicio del "obrismo" y debido a la indisciplina y desorganización de unos comités que no llevaban en el ejercicio más que un año, en una urbe en que nunca los ciudadanos participaron, el gobierno los desconoció. En su lugar nombró, completamente fuera de lo estipulado en la Ley de Participación Ciudadana, unas asambleas vecinales, muy a la manera de las asambleas estudiantiles y universitarias, es decir, conglomeraciones a puerta abierta, en las que participaban por igual vecinos, miembros del gobierno delegacional y central, demás allegados y espontáneos para aprobar a mano alzada las sugerencias de los comités, vecinos y autoridades.

Lo más delicado y difícil de alcanzar en la participación ciudadana, que es la continuidad, la asistencia regular a las juntas, la autoeducación cívica, la jerarquización cuidadosa de las demandas, la articulación con los equipos de gobierno, se volvió aún más difícil de lograr bajo la nueva modalidad. Las asambleas se reunieron dos o tres veces a lo largo de un año hasta que prácticamente desaparecieron. Por si fuera poco, hacia mediados de 2002, cuando debieron realizarse elecciones para renovar a los comités vecinales, los perredistas de la Asamblea Legislativa argumentaron dificultades en los consensos para decretar, de manera absolutamente ilegítima, la suspensión de dichos comicios por lo menos hasta el año siguiente a las elecciones nacionales de 2003.

A partir de los resultados del 6 de julio, con una Asamblea Legislativa de mayoría absoluta perredista, no hay pretexto para mantener a los ciudadanos en la congeladora y en la indiferencia. Es indispensable llevar adelante elecciones vecinales en 2004, dejar de considerar a los ciudadanos como "cuarto piso de gobierno" y concederles su autonomía, así como revisar, enriquecer y aprobar una nueva Ley de Participación Ciudadana y dejar de encadenar la aprobación de esta ley a la reforma política nacional que dependerá de difíciles consensos en la Cámara de Diputados.

Si somos capaces de acercar de esta manera a la sociedad y a la política en 2006 podremos vencer el abstencionismo en el Distrito Federal y ese será el mejor ejemplo para toda la nación.

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