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México D.F. Domingo 31 de agosto de 2003

ƑY de qué vive un poeta?

Alberto Blanco

El pasado domingo el compositor Mario Lavista publicó en este diario un texto de reflexión, ''ƑDe qué vive un compositor?'', en el que plantea una serie de cuestiones que, me parece, son de gran importancia para muchos -Ƒpara todos?- los artistas en México. El texto me parece tan pertinente como inteligente.

Al pasar revista a las dificultades y vicisitudes que enfrentan los compositores en México, Lavista no deja de ofrecer ejemplos que atañen a artistas de otras disciplinas. Así, por ejemplo, se pregunta:

''ƑCómo vive, de qué vive hoy un compositor de música clásica? Bueno, salvo contadísimas excepciones, un compositor no vive, no puede vivir de la composición, ya que -repito- su producto no está sujeto a las reglas o las leyes del mercado. Sucede lo mismo con los poetas: no viven de escribir poesía. ƑCuántos ejemplares vende un poeta como Alberto Blanco o como María Baranda?''

Más allá de dar una respuesta en cuanto al número de ejemplares que se han vendido de mis libros de poesía (que, por cierto, varía mucho), me interesa compartir con Mario Lavista y, por extensión, con los lectores de La Jornada, algunas reflexiones que vienen al caso.

A lo largo de los más de 30 años que tengo de escribir y publicar en México, he podido comprobar que existe un modo de operar en el medio literario de nuestro país que me parece muy cuestionable. Y para describirlo me atendré a mi experiencia personal como poeta, por más que ésta no sea sino un eco y un reflejo de las experiencias de otros escritores y artistas.

Lo diré sin rodeos, porque el hecho es muy simple: de un modo u otro, sistemáticamente (porque aquí de un sistema se trata), se me pide que regale mi trabajo.

No hay semana (y muchas veces no hay día) en que no se me pida un texto, un poema, un ensayo, una traducción, una lectura, una presentación, una entrevista, una carta, una aparición en radio o televisión, una recomendación, una participación en un jurado, una clase, un curso, una conferencia, una reflexión o una opinión en una encuesta, gratis o, si acaso, mediante un pago que muchas veces (y casi me atrevería a afirmar que la mayoría de las veces) se hace amparado en el calificativo de ''simbólico''.

ƑPor qué? Ciertamente no por la naturaleza simbólica de la poesía.

Y yo me pregunto: Ƒpor qué si toda la demás gente que desempeña un trabajo recibe un pago por ello, a mí (es decir, a todos nosotros, los escritores. pero no sólo a nosotros, los escritores, sino a los compositores, y a los intérpretes, y a los teatreros y bailarines, y un largo etcétera) continuamente se nos está pidiendo -y a veces hasta exigiendo- que regalemos nuestro trabajo?

La respuesta va, casi siempre, en esta línea: "es que, maestro, desgraciadamente la poesía no se vende". No hay dinero para la poesía.

Sin embargo, sí hay sueldos para los que promueven la poesía, o para los que la editan, o para los que la estudian, o para los que la usan en los medios, o para los que la clasifican, la archivan, la exportan, la critican, la analizan, la antologan, la catalogan o la venden.

Ya quisiera yo ver que los que fabrican el papel o la tinta para los libros de poesía no los cobraran, o que no cobraran los negativos, o los negativeros; que no cobraran los que encuadernan, almacenan, venden o transportan los libros. O que no cobrara la burocracia cultural que apoya, publica, promueve y hasta disfruta la poesía.

De tal manera que sí hay dinero para la poesía. Bueno, más bien hay dinero para muchos de los que tienen que ver, de un modo u otro, con la poesía. Pero con frecuencia -qué cosa más curiosa- no para quien la hace, porque ''desgraciadamente la poesía no se vende''.

Yo aceptaría esta supuesta ''explicación'', a condición de que fuera cierta. Aceptando, inclusive, que nuestros productos sui generis también están sujetos a las reglas o leyes del mercado.

Porque creo que nadie en la comunidad está obligado a dar dinero por un producto o por un servicio que no necesita o no quiere. Si yo fuera zapatero (y a veces me gustaría serlo) aceptaría de buena gana que la gente no comprara mis zapatos si mis zapatos no fueran de su gusto. Ya quedaría a mi libre arbitrio cambiar los diseños o el precio de mis zapatos, o cambiar de oficio, o de país, o hasta el morirme de hambre si es que mi vocación por hacer zapatos fuera tan imperiosa como lo es todo auténtico llamado artístico. Lo que acabo de decir vale también para la poesía. Nadie me obliga a dedicarme a este ingrato y maravilloso oficio.

Sin embargo, Ƒcómo es posible que no haya dinero para la poesía, ya que se supone que a la comunidad no le interesa, y sí hay en cambio una solicitud continua de poemas y/o de trabajo relacionado con la poesía, siempre y cuando éste sea -salvo muy honrosas excepciones- regalado?

En otras palabras, Ƒhay o no hay interés por mi trabajo? Cualquiera de las dos respuestas -sí o no- me parece válida. La que me resulta inaceptable es aquella que dice: sí y no. Al mismo tiempo sí y no. Sí nos interesa su trabajo para publicarlo, usarlo, estudiarlo, venderlo, archivarlo, antologarlo, traducirlo, usarlo... pero no nos interesa dar nada a cambio por ello. O sólo estamos dispuestos a dar muy poco: algo simbólico.

Y es por esto que la existencia del Sistema Nacional de Creadores se vino a constituir no sólo en un ancla de salvación para muchos -ya sean poetas, escritores de otros géneros, o artistas de otras varias disciplinas-, sino también en un modo de balancear una situación que está muy desequilibrada. Sobre todo si consideramos que una de las razones principales para que este mecanismo opere radica, justamente, en los subsidios que sistemáticamente el mismo gobierno otorga a una serie de instituciones y proyectos culturales que a duras penas logran sacar adelante sus propuestas, pues los subsidios son pocos y casi nunca alcanzan para cubrir las necesidades mínimas.

Sería deseable, desde luego -tal y como lo dejé asentado en la carta abierta a las autoridades del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes'', que se publicó en La Jornada el 4 de mayo de 1997 con el título de ''El SNCA: una reflexión''- que sucediera otra cosa:

"ƑNo sería mucho más deseable vivir en un medio en el cual un artista pudiera desarrollar su trabajo honestamente y, a la vez, pudiera vivir honestamente del mismo?

"Claro está que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Lo que tendría que suceder para que semejante cosa fuera posible es poco menos que un milagro. En el caso de los escritores, por ejemplo, debería suceder que las colaboraciones a periódicos y revistas se pagaran bien, desterrando la práctica de los pagos "simbólicos" que todos hemos padecido; que hubiera regalías suficientes derivadas de nuestros libros, lo cual implicaría más y mejores lectores con el suficiente poder de compra; que se desterrara la nefasta costumbre de ver el trabajo de un escritor como un regalo que vale mucho, muchísimo, pero que no cuesta nada."

En resumen: creo que mientras las condiciones generales no cambien en el medio cultural -para lo cual, por supuesto, también tendrían que cambiar en todo el país- es necesario mantener funcionando el Sistema Nacional de Creadores, y tratar de homologarlo -con sus diferencias ineludibles- con el Sistema Nacional de Investigadores.

No veo la justificación de un SNCA que nos obliga a "descansar" dos años por tres de participación, toda vez que no se trata de una ''beca" (tal y como muchos de los propios miembros del SNCA creen), sino de pertenecer a un sistema nacional. La medida es, entonces, absurda.

Para colmo de males, este año en que a mí -y a muchos otros poetas y artistas de otras disciplinas que ingresamos al Sistema Nacional de Creadores en 1994- nos tocaría volver a recibir el apoyo -o la supuesta "beca"- la convocatoria se ha retrasado tanto (debió haber salido a principios de año) que es muy probable que se "brinque" todo un año, por razones burocráticas que, por válidas que les parezcan a las autoridades responsables, en nada remedian la difícil situación económica que muchos padecemos.

Tiene razón Mario, cuando dice en su texto:

"En nuestro país la situación económica de los compositores mejoró sustancialmente a partir de la fundación del Sistema Nacional de Creadores y de los diferentes programas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Después de casi 10 años, el resultado es muy positivo, por varias razones.

"Lamentablemente, esta situación ha estado cambiando lenta y sostenidamente desde la aparición del gobierno del cambio. Baste recordar las absurdas y complejísimas medidas fiscales de la Secretaría de Hacienda, la cual está haciendo todo lo posible para acabar con la industria editorial. Está también la virtual desaparición del área cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Hay, además, y a pesar de la buena voluntad de las autoridades culturales, una constante reducción presupuestal que cada año resiente el mundo de la cultura. De seguir con estos recortes presupuestales, a finales de este sexenio prácticamente habrá desaparecido la mayoría de los programas del Fonca y el Sistema Nacional de Creadores."

No hay duda de que la situación económica de los artistas mejoró a partir de la fundación del Sistema Nacional de Creadores y de los diferentes programas del Fonca. A mí, por ejemplo, me permitió regresar de Estados Unidos, donde había ido a dar clases para poder sostener a mi familia y volver a México para dedicarme de lleno a lo que es mi trabajo: escribir. La serie de libros que he publicado desde entonces dan fe de que la medida funciona.

Las absurdas y complejísimas medidas fiscales de las que habla el texto de Mario Lavista (y de las que no se salva ni su propia revista, Pauta, como hemos podido comprobar sus colaboradores), ha dado como resultado que nadie sepa ya a qué atenerse: cada revista, editorial o periódico paga y quita a su buen o mal entender, dependiendo de las interpretaciones de los contadores en turno. Y de los engorrosísimos trámites para publicar, mejor ni hablamos. Cada vez son más, y más difíciles, hasta el punto de empantanar muchas de las publicaciones.

Y si bien es verdad que resulta lamentable el desmantelamiento del área cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores, más grave aún me parece que, ''a pesar de la buena voluntad de las autoridades culturales'' (como bien dice el texto de Lavista), sigan flotando en el ambiente amenazas de desaparición de los programas del Fonca y del Sistema Nacional de Creadores.

El dinero que un artista recibe por el hecho de pertenecer al Sistema Nacional de Creadores no es una graciosa dádiva ni un cohecho. Es dinero que ya hemos devengado -y que seguimos devengando- con nuestro trabajo regalado o simbólicamente remunerado.

Con mi mejor voluntad.

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