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México D.F. Viernes 12 de diciembre de 2003

Jaime Martínez Veloz

Platicando con Colosio

Te conocí en Saltillo, en 1989, cuando eras presidente del PRI, y yo un necio activista social. Nos enfrascamos en un debate arduo; defendiste el partido que dirigías y aceptaste la crítica. Aceptaste el reto y me lanzaste otro: ingresar a tu partido para cambiarlo por uno que entendiera la realidad del país. Me invitaste a incorporarme al Movimiento para el Cambio Democrático, que mi amigo Julio Hernández dirigía en el tricolor. La decisión fue difícil, pero el entusiasmo de Julio y su invitación a la rebeldía contribuyeron a aceptar tu reto.

Yo trabajaba en un programa de vivienda en el gobierno de Coahuila. La primera queja que recibiste de mí vino de los caciques priístas laguneros, porque yo privilegiaba a "los cardenistas". Después de escuchar la explicación del programa, dijiste que ojalá esa experiencia pudiera aplicarse en otras regiones. Sobre la protesta caciquil, me dijiste con sinceridad: "mándalos a chingar a su madre" y afirmaste "en La Laguna se necesita ser muy pendejo o malagradecido para no reconocer la figura del General". Los mandé doblemente adonde me sugeriste.

Al año, Mario Luis Fuentes me comentó de tu intención, de la de Carlos Rojas y de Zedillo, para que me hiciera cargo del Programa de Solidaridad en la zona costa de Baja California. ƑQué voy a hacer a un lugar de donde no soy? "Por eso mismo: tú no eres de ahí, como tampoco la mayoría de los que allí viven". A regañadientes acepté venir a Tijuana, por seis meses. Llevo más de 12 años, y sólo me voy muerto.

Mi paso por la Sedesol, donde fuiste mi jefe, fue controvertido, pero ha sido la mejor experiencia en mi vida dentro de la función pública. Ruffo terminó odiándome. Lo comprendo: tenía carisma, ganó la gubernatura, era bueno para los negocios, pero de la política social no entendía nada. Me tiró con todo lo que pudo.

En 1993 Tijuana sufrió el embate de unas lluvias torrenciales; murieron decenas de personas, hubo miles de damnificados y cientos de casas destruidas. Ante el desabasto de medicamentos y alimentos en la ciudad, me pediste que fuera a México a traer provisiones. Me trepaste a un Hércules y a las cuatro de la mañana llegué a Tijuana, donde había cientos de brigadistas de Solidaridad, organizados para el desembarque de los alimentos y medicinas. Las entregamos al municipio y la amenaza de los cavernarios panistas fue que a los comunistas (sic) de Solidaridad, "ni medicinas ni alimentos".

En una de tus visitas, me revelaste tu desconfianza de la cúpula priísta bajacaliforniana: "No confíes en ellos". Recuerdo tu frase: "con inteligencia, pero con firmeza hay que recuperar Baja California para un proyecto democrático y renovador".

Después, como candidato, viniste a Lomas Taurinas a comprometer un proyecto popular de gobierno, para que después un mesiánico lumpen te disparara dos tiros mortales. Contigo se nos fue la esperanza de cambiar el país. Zedillo, tu sucesor, continuó en la campaña con tu discurso, pero ya sentado en la silla presidencial se convirtió en un desconocido.

En 1994 gané para Tijuana la diputación con tu proyecto político. En esa legislatura Zedillo me propuso como miembro de la Cocopa. Su gobierno firmó los acuerdos con el EZLN para luego traicionarlos. Luego me mandó decir que considerara "fracturada la amistad" que, según él, "nos unía", debido a que voté en contra de la privatización de satélites y ferrocarriles. Después pretendió convencerme para que mi hermano, magistrado del Tribunal Electoral del Distrito Federal, negara el registro a Andrés Manuel como candidato a la jefatura del Gobierno de la ciudad de México. Mi hermano lo mandó por un tubo.

El PRI, ya sin la Presidencia de la República, realizó un simulacro electoral en 2002. Con un pacto mafioso se consumó un fraude electoral que permitió a Madrazo y a Elba Esther apoderarse de la dirigencia. El día que tomaron posesión los mandé adonde me dijiste que mandara a los caciques laguneros y renuncié al PRI. No me arrepiento.

Si estuvieras con nosotros no estarías en el partido al que un día me invitaste. Tus ideales no cabrían en ese chiquero de traiciones, diatribas y descalificaciones. Hoy el PRI es una organización desquiciada.

Muchos de tus compañeros seguimos luchando por tus ideales en diferentes trincheras. Ahora milito en el PRD, donde también hay broncas, pero cuando menos en un sector tienen espacio los principios. Sé que tú estarías en cualquier lado, menos en el PRI.

Luis Donaldo, todavía faltan muchas plazas por tomar, muchos sueños por realizar, muchas cosas por cambiar, muchas ideas por germinar. Eres patrimonio de todos, que en su mayoría ya no militamos en el partido que abandonó tu proyecto político.

Con un saludo fraternal, donde quiera que estés.

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