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México D.F. Jueves 15 de enero de 2004

Forma un triángulo estratégico con las de Chichimá y Las Margaritas

La base militar de Copalar, puerta a la Lacandona para operativos rápidos

En las afueras de Comitán se ha desarrollado otro enclave: de prostitución y miseria

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

San Juan Copalar, Chis., 14 de enero. Creada, como muchas otras, como respuesta al alzamiento zapatista, la base militar de Copalar desempeña funciones especiales. A pesar de ubicarse a escasos kilómetros de la ciudad comiteca, entre los ejidos Pamalá y San Antonio Copalar, no es la guarnición de Comitán. Su función consiste en mantener abierta la puerta a la selva Lacandona para grandes operativos "rápidos" y altamente especializados sobre las cañadas y montañas de Las Margaritas. Sede del 91 batallón de infantería de la 39 Zona Militar, y base aérea del Ejército federal, ocasionalmente funciona como aeropuerto civil (alterno al de San Cristóbal de las Casas, que su vez sirve al cuartel de Rancho Nuevo).

En Comitán se ubica también la Base de Operaciones (BO) del 15 regimiento de caballería motorizada, en el predio Chichimá, camino a Tzimol. Esta base cubre la franja fronteriza, incluidas las posiciones recientes en Chamic (Trinitaria) y El Jocote (Frontera Comalapa), así como El Vergelito, cerca de Altamirano.

Componentes clave en la estrategia de guerra establecida durante el gobierno de Ernesto Zedillo y heredada por Vicente Fox, se crearon los Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales (GAFE). De acuerdo con el Informe de labores 1996-1997 de la Secretaría de la Defensa Nacional, consultado por el investigador Jorge Luis Sierra, el primero de abril de 1997, procedente de la tercera Región Militar en Sinaloa, el primer GAFE pasó revista de entrada como Fuerza de Intervención Rápida, precisamente en Copalar.

Si bien pertenece a la 39 Zona Militar (ubicada en Toniná), Copalar pareciera una jurisdicción en sí misma dentro de la séptima Región Militar. Posee una gran unidad habitacional y la mayor base aérea en la zona de conflicto, conectada directamente con la de Terán, en Tuxtla Gutiérrez, y se compone, al menos en parte, de las fuerzas especializadas en ofensiva rápida. Tiene bajo su mando las BO de Rancho Momón, Vicente Guerrero, Edén, Francisco Villa y Rizo de Oro, con lo cual mantiene rodeado el caracol de La Realidad (comunidad donde ha hecho sus apariciones públicas la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en años recientes), y en general el municipio autónomo San Pedro de Michoacán.

Cuando los militares se retiraron de Guadalupe Tepeyac en 2001, y la comunidad tojolabal retornó del exilio, se hizo creer a la opinión pública que el Ejército había "salido" de la zona. No sólo no ocurrió así, sino que Guadalupe Tepeyac sigue bajo rigurosa vigilancia, a escasos kilómetros. Hacia el sureste del pueblo se localiza una BO en Francisco Villa, con tropas de infantería que pertenecen al dispositivo de contención ofensiva en las cañadas de Las Margaritas. Las BO referidas a Copalar cierran el cerco a San Pedro de Michoacán con el cuartel de San Quintín y hacen triángulo sumándose a las posiciones de montaña en Corozal y Santo Tomás, en las que a finales de 2003 se acantonaron fuerzas del cuerpo de elite de Intervención Rápida.

El "triángulo galáctico"

Otros triángulos involucran al Ejército en estos valles comitecos de cielos vastos y despejados, buenos para la aviación. La mítica Balún Canán. Un punto significativo del crecimiento urbano es la llamada Zona Galáctica, curiosa "colonia" constituida exclusivamente por bares y burdeles, a corta de distancia del Instituto Tecnológico de Comitán, donde estudian cientos de jóvenes, en las afueras de la ciudad. Está en el estratégico triángulo de las bases militares de Las Margaritas, Chichimá y Copalar.

Conformada al principio por un solo, largo callejón de establecimientos con nombres como Villa Cariño, además del pionero Bar Lewiston, la Galáctica ha crecido. Finalmente fue concluido El Castillo, un gran burdel kitch que tardó años en construirse y hoy funciona febrilmente a puerta cerrada, frente del Lewiston y de un vistoso anuncio que dice algo así como "lleva una vida digna, usa condón".

Sin ser un área de uso exclusivo del Ejército, casi lo es. También acuden traileros y otros necesitados de servicio sexual, pero la absoluta mayoría de clientes son soldados, con o sin uniforme. El éxito de la Galáctica obedece a la densidad demográfica de su clientela potencial. Chichimá, Las Margaritas y Copalar son grandes bases militares, que además reciben continuamente patrullas procedentes de la selva y la frontera.

Las "zonas galácticas" son una invención chiapaneca anterior al levantamiento de 1994. El ex gobernador Patrocinio González Garrido creó, con una liberal idea de higiene social, la Zona Galáctica de Tuxtla Gutiérrez, un gueto de burdeles alambrado, con servicio de microbús, baños y boleto de entrada. Al llegar decenas de miles de soldados a la región, la demanda aumentó exponencialmente. Hoy existen servicios de prostitución, galácticos o no, tanto en Ocosingo, San Cristóbal de las Casas, Altamirano y Comitán, como en locaciones remotas (San Quintín, Monte Líbano e Ibarra).

El trasiego de prostitutas a las comunidades militarizadas de la selva y la zona norte consiste, al parecer, principalmente en mujeres centroamericanas indocumentadas. Pero esto no quita que las presiones sexuales hayan alcanzado a las jóvenes tzeltales, choles y tzotziles de los pueblos ocupados. Proverbial fue el caso de San Quintín, comunidad priísta, "leal" al Ejército desde que se instaló ahí en 1995 la mayor base militar de la selva; se supo de familias indígenas que "vendieron" los servicios de sus hijas, quienes cotizaban más alto que las prostitutas.

Más frecuentes de lo que se piensa, las historias de "hijos de soldado", familias locales cortesanas por las buenas o las malas, y jóvenes reclutas rebosantes de adrenalina y testosterona, podrían arrancar sonrisas cínicas, pues "así es la cosa", pero significan verdaderas tragedias personales y culturales para las mujeres y, por extensión, para las familias indígenas. En términos culturales, se trata de una "perversión" comunitaria equivalente a la paramilitarización, y así de disolvente.

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