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México D.F. Martes 17 de febrero de 2004

José Blanco

La suerte de don Tancredo

El congresista Tom Tancredo, miembro del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, exigió el pasado viernes una disculpa a Juan José Bremer, embajador de México ante ese país, por el comportamiento de una parte de los aficionados en un juego de futbol, en el que la selección estadunidense (no americana, señor Presidente) perdió frente a México. Una parte del respetable silbó en el momento en que se tocó el himno de ese país y gritó šOsama! šOsama! al celebrar el triunfo del equipo nacional.

Cierto nivel de provocación es entendible en las justas deportivas, "pero esta flagrante falta de respeto por nuestros atletas y nuestro país excede en mucho los límites de lo que es aceptable en el transcurso de una competencia amistosa. Es, en términos simples, inexcusable", dijo el legislador del país vecino.

Muchos taurófilos saben de la suerte de don Tancredo. La inventó a fines del siglo XIX un zapatero valenciano llamado Tancredo López. Según su tesis, las reses bravas no acometerían de no ser provocadas, es decir, hacía falta provocar o citar al toro para que éste embistiese. Vestido totalmente de blanco y subido sobre un breve pedestal en el centro del ruedo, el valenciano comprobó su teoría: la ejecución radicaba en aguantar sobre el pedestal, inmóvil, mientras el animal embestía a los estímulos que se sucedían en el ruedo, sin tocarlo.

Tancredo, el gringo, debiera conocer esa filosofía de su tocayo español: si se le provoca, la respuesta del oponente es siempre de dimensiones imprevisibles, si le es posible.

La noche anterior al juego, los alegres y fortachones boys del equipo estadunidense visitaron la cancha para conocer el espacio donde jugarían al día siguiente y decidieron, en equipo, mearse sobre el césped de la misma. La prensa dio cuenta del chistecito de quienes están habituados a mearse sobre el planeta y los fanáticos tomaron nota puntual del asunto. No es difícil la conjetura: lo que había sucedido esa noche era un símbolo perfecto de las relaciones históricas de Estados Unidos con México (como con tantas otras naciones): se estaban meando sobre el país.

El trato que los estadunidenses han dispensado por siempre a los mexicanos que viven y entregan su trabajo a la economía del país del norte es, en términos simples, inexcusable. Lo soportan por necesidad inescapable: porque México no les da espacio para vivir mínimamente digna a un número creciente de ellos (de acuerdo con el Consejo Nacional de Población, dos terceras partes de los mexicanos que viven hoy en Estados Unidos partieron hacia ese país a partir de 1985).

La afición expresó los sentimientos que ha forjado históricamente la relación México-Estados Unidos. Y no sólo, sino el trato que ese país da al mundo.

El futbolista mexicano Melvin Brown lo expresó con propiedad: "En México hay libertad de expresión y el público puede decir lo que quiera. Los insultos no matan a nadie, las guerras sí". Una expresión ubicada más allá de nuestra opresiva relación con Estados Unidos.

El 15 de febrero de 2003 el mundo expresó en las calles de muchas ciudades su repudio a la guerra que el inefable señor Bush emprendiera cobardemente contra Irak, apoyándose en un discurso que todos vieron como desvergonzadamente mentiroso. Hoy el mundo comprueba que, en efecto, era viles mentiras, que lo que estaba detrás era el interés de las empresas petroleras estadunidenses -en las que juegan los intereses personales "del señor de la guerra"-, el control geopolítico de oriente y la demostración al mundo de que Estados Unidos es el amo que puede mearse en cualquiera o hacerlo pedazos si se le ocurre resistir a sus decisiones imperiales.

Tancredo, el gringo, se equivocaría de medio a medio si cree que Osama Bin Laden es un héroe honrado por el pueblo mexicano. Pero es muy probable que le resulte gozoso que la potencia militar incontestable del planeta no pueda atraparlo. Tancredo, el gringo, quizá deba esperar muchas rechiflas en Atenas en la próxima Olimpiada cada vez que aparezcan los símbolos del poder estadunidense. Las medidas de seguridad que ahí se están montando, como si Atenas estuviera amenazada de un asalto brutal y avasallante, las provoca, exclusivamente, la presencia de los estadunidenses. Así se saben de queridos.

Sí, nada hay para celebrar en la rechifla que se llevaran símbolos estadunidenses en el estadio de Guadala-jara. Pero mucho habría para pensar y entender por sociólogos y políticos estadunidenses sobre la actitud de la fanaticada futbolera de Jalisco. Por supuesto, no lo harán; sólo fue un suceso de cuarta categoría que en realidad les importa un bledo, y por ello el reclamo lo dejaron a un político de ese mismo nivel. Tancredo, sin nada entender, quiere disculpas. Lo único que nos faltaría es ofrecérselas.

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