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México D.F. Martes 17 de febrero de 2004

Pedro Miguel

El enemigo

En el Irak de hoy día hay muchos bandos: los ocupantes extranjeros -y los distintos grupos de accionistas que conforman la ocupación-, sus títeres locales, con sus ramificaciones, y los estamentos enemigos de Saddam Hussein que no colaboran con los invasores. Hay, además, un frente nebuloso e incierto que cada semana hace volar comisarías de colaboracionistas y convoyes de ocupantes, que ocupa poblados en acciones relámpago y que, cada vez que puede, derriba helicópteros enemigos.

Nadie sabe a ciencia cierta quiénes están detrás de esas acciones ni el nombre de las organizaciones -si es que tienen nombre- que los articulan, ni las ideologías de sus combatientes. Las agencias occidentales repiten como loros lo que les dictan los altos mandos militares de la ocupación: "grupos rebeldes aparentemente formados por milicianos leales a Saddam Hussein y por combatientes extranjeros", dice Ap en uno de sus despachos. A veces, el atribulado procónsul Paul Bremer introduce una variación en la partitura y atribuye a Al Qaeda los ataques contra objetivos estadunidenses y colaboracionistas. Refiriéndose al ataque del sábado en Fallujah, donde murieron decenas de policías iraquíes leales al gobierno títere, Bremer insistió en los "extranjeros", pero un oficial estadunidense hizo notar que "fue algo preparado por gente con conocimientos militares".

Tales explicaciones pueden tener cierta pertinencia literaria, pero en la realidad son tan insostenibles como los villanos de las películas de Batman. Saddam Hussein, quien hasta marzo pasado fue un dictador sanguinario y despiadado, hoy se encuentra reducido a la condición de despojo de guerra, incapaz de suscitar la lealtad de nadie, ni de sí mismo; la gran mayoría de los operadores de la tiranía ya han sido capturados, y los que quedan prófugos han de estar, al igual que Saddam cuando lo descubrieron, sembrados como zanahorias en discretos agujeros del campo iraquí. Al Qaeda no dispone, en Irak, de un tejido social tan vasto como el que se requiere para planear las acciones de guerra referidas, realizar labores de inteligencia, transportar armamentos, esconder, alimentar y vestir a los combatientes y alertar a los comerciantes para que cierren sus establecimientos antes de las explosiones, sin que la noticia llegue a oídos de la policía colaboracionista. Y en cuanto a los "extranjeros", es absurdo pensar que los miles de hombres necesarios para realizar los ataques puedan entrar y salir de Irak -en este Irak ocupado, vigilado, arrasado, espiado y reprimido- como si se tratara de las hordas sabatinas de gringos que visitan los burdeles de Tijuana.

Hay que decir lo evidente: el único actor capaz de mantener semejante resistencia armada contra la máxima potencia militar del planeta es el propio pueblo iraquí en sus distintas expresiones: kurdos, chiítas y sunitas, baazistas o no, liberales y tradicionalistas, laicos y religiosos, hombres y mujeres. Ese pueblo multitudinario y fraccionado sobrevivió a los horrores de Saddam, pero también a las masacres de 1991 y 2003, y hoy está comunicando la noticia de su persistencia. Si el resto del mundo no la quiere oír, peor para el resto del mundo: muchos más extranjeros -soldados, espías, misioneros, empresarios, diplomáticos y "expertos"- volverán de Irak a sus países de origen en bolsas de plástico y apestando a cloroformo. Sería más saludable para todos, y menos oneroso en vidas, que la coalición angloestadunidense reconociera desde ahora que ese enemigo ya le ganó la guerra y actuara en consecuencia.

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