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México D.F. Martes 2 de marzo de 2004

José Blanco

Democracia y populismo

Impulsada por los resultados de injusticia y desigualdad sociales de la globalización neoliberal, una nueva ola de populismos en América Latina parece estar alzando el vuelo.

El populismo en América Latina ha sido un término esquivo siempre en debate, porque siempre se hallaron diferencias entre los estados a los que se ha aplicado ese término. Alan García, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Abdalá Bucaram o Hugo Chávez encabezaron (Chávez encabeza) regímenes con diferencias importantes entre sí, a la vez que se ven lejanos a gobiernos como los de Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón, Getúlio Vargas o José María Velasco Ibarra.

De acuerdo con Flavia Freidenberg, el populismo ha sido estudiado basándose en el análisis de las estructuras económico-sociales que le dieron origen, o a través de la percepción de los seguidores respecto a sus líderes y la articulación entre éstos y recursos de poder como el clientelismo o, en fin, analizando el discurso político y la relación entre líder y la masa a través del estudio de la ideología.

Desde otra perspectiva, el populismo ha incluido en América Latina la presencia de las "grandes mayorías" (como denominaba el PRI al cajón corporativo donde mantenía cautivos a obreros, campesinos y clases medias) en algún partido político o en organizaciones sociales, siempre bajo el mando de un líder carismático.

Déspota Ƒilustrado?, el líder carismático puede creerse absolutamente convencido del rumbo que debe seguir la "patria" o el "pueblo" (la "gente", dice el discurso cotidiano de López Obrador), y todo lo que se oponga a su idea particular de justicia social no es más que un truco en beneficio de los "de arriba", que sólo buscan su propio beneficio: el arribo al poder del hombre providencial, por eso implica la cancelación de todo avance del método democrático y, más allá, la instauración de un régimen político que en nombre de las "mayorías" ejerce un poder omnímodo que aplasta inclusive con la muerte a la disidencia.

El populismo es un iluminismo político autoritario en pro de una muy particular idea de justicia social. Lo que en América Latina veremos desde mediados del siglo XIX es un Estado oligárquico basado en la gran propiedad territorial, con un discurso liberal antagónico a la realidad de la sociedad oligárquica excluyente existente. Como dice Fernando Spiritto, investigador de la Universidad de los Trabajadores de América Latina: "el ropaje liberal será la pauta para la exclusión política de las grandes mayorías que será la norma en los países de América Latina hasta bien entrado el siglo XX".

Como resultado de esas realidades, a partir de 1910 se empieza a gestar el colapso de los estados oligárquicos. La Revolución Mexicana, con la Constitución de 1917, el Uruguay de Battle, la Argentina de Irigoyen y luego de Perón, el fallido intento de Gaitán en Colombia, el Brasil de Vargas, la Venezuela de Betancourt de 1945, la Guatemala de Arbenz, son expresión de esos cambios políticos.

Asistimos así a regímenes antidemocráticos que buscaron la justicia social de los centenariamente excluidos, que hicieron un manejo irresponsable e ignorante de la administración económica en la búsqueda de la distribución, que terminaron en ingobernabilidad política, crisis económica y regímenes dictatoriales, con frecuencia resultado de golpes militares.

La crisis del sistema internacional capitalista a partir de 1973, y los malos manejos de la economía de los regímenes en los países donde había estados autoritario-burocráticos (militares o no), hacen que el péndulo dictadura-democracia se incline al lado de la democracia.

Con muy distintos alcances, el esperanzador ciclo democratizador se inicia en Chile con Allende, sigue en México con las reformas de López Portillo a mediados de los setenta, continúa con Ecuador (1978) y luego con Perú (1980), Bolivia (1982), Argentina (1983), Uruguay (1984), Brasil (1985) y nuevamente Chile (1990). Este proceso democratizador produjo, a fin de cuentas, la configuración de un Estado neoliberal excluyente, en el nuevo marco de la globalización, como resultado de la reacción de las clases dominantes apoyadas por los gobiernos mundialmente dominantes y las instituciones de regulación internacional.

Los avances de la democracia están en jaque por este Estado neoliberal excluyente y a la vista tenemos la vuelta de la rueda de la fortuna hacia nuevos estadios de variados populismos que no le darán salida a largo plazo a la desigualdad social que sigue rigiendo los futuros de esta región del mundo atrapada en el círculo del populismo y el autoritarismo iluminista.

México, en algún momento del pasado reciente, pareció poder escapar del laberinto de hierro de esa forma de atraso entrampado. Brasil está en el turno de probar si puede escapar a la idiotez social y macroeconómica que sigue manteniéndonos en el subdesarrollo. ƑLa estólida miopía será nuestro norte permanente?

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