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México D.F. Miércoles 3 de marzo de 2004

Alejandro Nadal

Adiós a Pemex

Llegó el tiempo de despedirnos del viejo Pemex. Bajo el régimen actual, tal como ha venido operando, ese gigante ya no tiene perspectivas. Hasta el nombre habría que cambiarle, redefiniendo su vocación estratégica y su papel en el desarrollo económico.

Todo eso por tres razones. La primera es que el nivel de producción de crudo va a declinar dentro de pocos años. Es imposible que mantenga el volumen de producción actual cuando las reservas probadas han caído de manera dramática.

La segunda es que sus finanzas son insostenibles. Para mantener el nivel de entrega de recursos al gobierno, y para solventar su programa de inversiones, Pemex ha debido endeudarse al grado de comprometer la viabilidad financiera de la empresa.

Y la tercera razón es que la declinante capacidad tecnológica de la empresa no le permitirá hacer frente a la transición hacia un nuevo régimen para el sector energético. Ese nuevo régimen estará basado en la celda de hidrógeno y fuentes renovables (eólica, geotermia, solar), mientras los combustibles fósiles desaparecen.

Las grandes empresas petroleras se preparan para el fin de la era de los hidrocarburos. Y no es precisamente su conciencia ecológica lo que las mueve. La necesidad de adaptarse al nuevo entorno energético del siglo XXI las lleva a convertirse en protagonistas activas de la transición en lugar de sufrir pasivamente sus consecuencias. Están dándose cuenta que su negocio no son los combustibles fósiles, sino la energía.

Eso no sucede hoy en Pemex. La empresa, que fue columna vertebral del desarrollo industrial de México, no parece poder salir del mundo de los hidrocarburos. Y ese destino se lo impone ahora, con mayor fuerza, un modelo económico estúpido que usa la venta de un recurso finito, no renovable, para financiar gasto corriente y, sobre todo, para el pago de cargas financieras.

Para los gobiernos de Zedillo y de Fox lo importante ha sido extraer crudo para venderlo y pagar deudas. Por eso la explotación primaria aumentó en los últimos diez años hasta llegar a 3 millones 170 mil barriles diarios en 2003, nivel nunca antes alcanzado. Pero como los ingresos de Pemex son decomisados por el gobierno (alrededor de 60 por ciento de sus ingresos se van a impuestos), la empresa no puede mantener un ritmo adecuado de inversiones en exploración y tecnología.

Por eso durante la última década Pemex sólo repuso menos de la cuarta parte del petróleo extraído con nuevas reservas. Las reservas cumplieron ya 20 años de estar cayendo y apenas llegaron a los 14 mil 447 millones de barriles en 2003. Las reservas probadas sólo alcanzarán para 12 años.

Aunque subsiste un debate sobre el volumen de las reservas probadas, probables y posibles, lo cierto es que México enfrenta un panorama de reducción sistemática de reservas y el tratamiento a que se somete a Pemex no permite revertirlo. El mejor indicio de esto es que hoy en día, 60 por ciento de la explotación primaria proviene de un solo yacimiento, Cantarell, en la sonda de Campeche. Pero la declinación del único yacimiento súper gigante en operación ya comenzó el año pasado. Irremediablemente, en poco tiempo México enfrentará una caída significativa de la producción de crudo.

Para subsistir como el causante número uno de México (35 por ciento de los ingresos fiscales provienen de los hidrocarburos), tiene que endeudarse y hoy arrastra pasivos colosales. Más de 60 por ciento de sus inversiones se ha tenido que financiar a través de Pidiregas, la práctica nefasta inventada bajo Zedillo (aplaudida por Fox) para financiar obras de infraestructura. Y aquí se cierra el círculo: con los Pidiregas, Pemex necesariamente pierde la capacidad de diseñar y ejecutar grandes obras de exploración y explotación, tanto a nivel primario como en las áreas de refinación, y ya ni se diga en petroquímica. Su capacidad de decisión en materia de selección y adquisición de procesos, compra de bienes de capital, se pierde con ese esquema de financiamiento.

La empresa debería estar preparándose ya para la transición a un régimen energético en el que los hidrocarburos irán desapareciendo. En ese nuevo régimen, la base será la celda de hidrógeno, y la acompañarán las fuentes renovables de energía. Los hidrocarburos estarían reservados a la industria petroquímica (y en ese ramo Pemex está en bancarrota). Por eso enfrenta una transición complicada, sobre todo si se toma en cuenta que no hay suficientes reservas de gas natural que podrían servir como amortiguador en esta transformación. Eso inyecta un sentido de urgencia al problema de la transición energética.

En síntesis, hay que decirle adiós al Pemex del modelo neoliberal que sólo sirve para pagar la carga financiera derivada del endeudamiento irresponsable y de rescates ruinosos.

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