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México D.F. Viernes 19 de marzo de 2004

Jaime Martínez Veloz

Si Heberto viviera

Heberto Castillo era un ciudadano impecable, incorruptible, íntegro. La primera vez que lo vi fue a mediados de los años setenta, en la plaza de armas de Saltillo, Coahuila, junto a Demetrio Vallejo, arengando a la multitud en favor del Partido Mexicano de los Trabajadores. Veinte años después nos tocó ser compañeros en la primera Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), disfruté junto con mis demás compañeros de la comisión, de su amistad y compañía durante los casi tres últimos años de su vida. Aprendimos mucho de él.

Llamaba las cosas por su nombre y la corrupción la vomitaba. Cuando algo no le parecía lo decía sin importar la relevancia o el poder del personaje de que se tratara. A Ernesto Zedillo como presidente de la República en más de una ocasión lo puso como palo de gallinero. Recuerdo que en la clausura de un foro indígena celebrado en San Cristóbal, conminó públicamente al subcomandante Marcos a utilizar su lucidez e inteligencia, en lugar de las armas. En otra ocasión después de algunos desencuentros internos de la Cocopa, varios integrantes de la misma convencieron a Rodolfo Elizondo, en aquel tiempo diputado del Partido Acción Nacional (PAN), para hacerle saber de su inconformidad, y el Negro salió regañado y con la cola entre las patas; los demás que lo habían embarcado se quedaron mudos y dejaron solo al cándido portavoz. Así era Heberto, directo, sobrio, implacable, intolerante contra cualquier injusticia.

Ante cualquier asunto polémico utilizaba una frase que era famosa dentro de la Cocopa, "no hay que buscarle chichis a las lagartijas", decía socarronamente el buen maestro Heberto.

La figura de Heberto se agiganta en medio de la tormenta que sufre actualmente el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Seguro estoy que el político nacido en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, estaría demandando a sus compañeros de partido una acción enérgica contra las corruptelas denunciadas y las que todavía no se conocen. Estaría poniendo candados contra la ilegalidad interna y enfrentaría con la cara en alto la desvergüenza y el desdoro de aquellos que se corrompieron.

La corrupción priísta y panista en forma y contenido es más grave que la del PRD, pero eso ni nos exime ni puede servirnos de pretexto para buscar conjuras externas antes de limpiar nuestro regadero. Como es típico del homo panista, el repugnante Fernández de Cevallos toda su vida ha sido una rata de albañal, pero un Bejarano grotesco, las lágrimas de Rosario, las explicaciones absurdas de Imaz y la ausencia de autocrítica de Andrés Manuel, constituyen un escenario adverso para el PRD. No son ellos quienes pagarán el desprestigio de sus acciones, sino miles de luchadores sociales y de perredistas honrados que dieron sus convicciones, capital político y la vida.

Lo que hoy está en juego no es la popularidad de Andrés Manuel ni su candidatura, sino el destino de la República. Ese es el reto y así lo debemos asumir los perredistas. La izquierda tiene que recuperar su capital y autoridad moral para enfrentar la política neoliberal que ha venido desmantelando la nación y el Estado mexicano. El pensamiento de Heberto Castillo no es el único, pero es una de las más importantes reservas morales de la izquierda mexicana.

Modificar la forma y el método para procesar nuestras diferencias y construir nuestros acuerdos. Rencontrarnos con las causas de la gente e involucrarnos en sus preocupaciones es un camino más seguro para relanzar una ofensiva política desde la izquierda, que seguir por el camino de la disputa por los cargos o las migajas que en muchos estados los perredistas disputan, sin reglas, sin vigilancia partidaria, coludidos con el gobierno en turno, sea del partido que sea. La convicción, la magia y el sentido de pertenencia a un proyecto político que caracterizaba a la izquierda mexicana dieron paso a la vulgaridad y la ambición por un cargo público, "cueste lo que cueste" y "se chingue quien se chingue".

Junto a Heberto Castillo otro referente de la izquierda mexicana con una autoridad moral, por su consecuencia política, lo es sin duda el EZLN, cuyas palabras de marzo de 2003 adquieren hoy una importancia fundamental, cuando señalaron que "el PRD, es cierto, alguna vez fue un partido de izquierda. Ya no. Ha optado por sumarse (a la cola) a la lógica de la clase política y sólo aspira a ser el peso que modifique la balanza, olvidando que al dueño de la balanza eso lo tiene sin cuidado. Se ha ligado orgánicamente al aparato de Estado y depende económicamente, es decir políticamente, de él. A su interior se ha formado ya una nueva clase de políticos que viven del presupuesto y hacen todo lo posible por mantenerse en él. Ya no hay principios ni programa...y, ergo ni partido. A los zapatistas no se nos escapa el hecho de que hay mucha gente honesta y consecuente en el PRD (la saludamos). Pero no es ella la que decide el rumbo y el perfil de ese instituto político".

Sin regateos hay que admitir la validez de la razón zapatista. Los hechos no mienten y la realidad tampoco, porque insisto, como decía Heberto, "no hay que buscarle chichis a las lagartijas".

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