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México D.F. Domingo 20 de junio de 2004

Angeles González Gamio

Los mesones de hoy

Larga historia tiene la ciudad de México en lo que se refiere a sitios en donde los viajeros puedan descansar y alimentarse. Cuando los mexicas finalmente se establecieron en el islote que habría de convertirse en la grandiosa México-Tenochtitlan, ya tenían atrás siglos de peregrinar por distintas partes del territorio que centurias más tarde se bautizaría como República Mexicana. Tan pronto se asentaron, comenzaron a incursionar en las poblaciones cercanas para intercambiar mercancías primero y después para guerrear y dominar en la medida que se fueron haciendo más fuertes, lo que los llevó a trasladarse cada día más lejos.

Papel fundamental en esta expansión tuvieron los pochtecas, que eran los comerciantes que realizaban largos viajes y además de la labor de vender y comprar, realizaban funciones diplomáticas y de espionaje. Estos personajes fueron muy importantes dentro de la estructura social azteca. Eran muy ricos y poderosos, tenían sus propias deidades, a las que se encomendaban y les hacían grandes ceremonias, que incluían suculentos banquetes, antes y después de sus recorridos.

Por los códices y antiguas crónicas sabemos que en los caminos el gobierno mexica había construido albergues llamados coacallis, en donde podían descansar las caravanas que encabezaban los pochtecas. Siempre tenían un altar dedicado a Yacatecuhtli, uno de sus dioses principales, y crujías donde guardaban las mercancías, habitaciones y baños; la mayoría tenían temazcallis y baños de agua fría. En Tenochtitlan también había para los extranjeros que venían a comerciar. Todos ellos eran propiedad del imperio.

Los españoles, igualmente viajeros y dominadores, crearon mesones, tanto en los caminos como en las ciudades. En la capital de la Nueva España, fueron tantos que bautizaron la calle que hasta la fecha lleva el nombre de Mesones. En estos lugares se alojaba al viajante y a sus animales, por lo que tenían grandes patios con espacio para las bestias y habitaciones, frecuentemente colectivas. Muchos tenían comedor y muy pocos instalaciones para bañarse, hábito poco frecuente entre los hispanos de la época.

Remembranza de estos lugares son los hostales, que por un precio módico brindan una cama, un gabinete con candado, un baño común y servicios colectivos. Estos establecimientos son muy populares desde hace muchos años en Europa, particularmente entre los jóvenes, y recientemente han surgido en el Centro Histórico con bastante éxito.

En la calle de Guatemala 4, se encuentra el hostal que lleva el nombre de la vía, que antiguamente fue la calzada de Tlacopam, una de las cuatro que unían México-Tenochtitlan con la tierra firme. La antigua casona, con una vista maravillosa de la Catedral, está adaptada con todas las comodidades de la vida moderna: Internet, sala de televisión, billar, minibiblioteca, agua caliente, lavadoras, cocina, refrigerador, agua purificada, lockers, cámaras de seguridad y teléfono en cada piso, así es que el joven que suele llegar con su mochila colgando a la espalda, por 130 pesos tiene una cama limpia, su gabinete con llave, desayuno y acceso a todos los servicios comunes, que incluyen baños limpios con agua caliente.

En la planta baja, que da a la histórica calle, hay un agradable restaurante-bar abierto al público, con mesas y equipales, en donde puede disfrutar una cerveza fría, aunque no sea huésped. Los jóvenes administradores sostienen que viajar alojándose en hostales es una actitud de vida, no una cuestión de edad, y dicen que con frecuencia les llegan ruquitos con su mochila al hombro y entusiasmo inagotable.

Indudablemente el Hostal Guatemala se encuentra en una ubicación extraordinaria: auténticamente en el corazón del corazón del país, y desde luego rodeado de una inmensa oferta gastronómica que cotidianamente ofrece novedades, como el restaurante Abelenda, recién inaugurado en el lindo Pasaje Iturbide, que va de Gante -calle que ya están remozando y está quedando preciosa- a Bolívar.

Con moderna decoración minimalista, que incluye confortables sillones de piel, ofrece 20 distintas tortillas españolas, empanada gallega, baguettes gourmet y muy buen café, así es que es una buena opción si sólo quiere un apetitoso tentempié. Ya que esta ahí vale la pena darse una vuelta por la camisería Bolívar, situada en un extremo del pasaje, que tiene más de 100 años y sigue ofreciendo ligas para calcetines, bastones con elegantes mangos, mancuernillas, guayaberas finas, batas felpudas, ropa interior larga y todas esas delicadezas que usaban los abuelos.

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