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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Miércoles 14 de julio de 2004

Arnoldo Kraus

Morir con dignidad. Unas notas

Ƒpor qué T. S. Elliot le da voz a un pájaro? ƑPor qué le pide que hable en vez de cantar? ƑPor qué no es un ser humano el que denuncia la ineptitud de su especie para confrontar la realidad? ƑQué tanto saben los pájaros de nosotros? Dice el poema de T. S. Elliot: "Bueno, bueno, bueno dice el pájaro: la especie humana no puede soportar demasiada realidad". ƑEn qué pensaba Elliot mientras su ave nos juzgaba? Seguramente en varias posibilidades. Entre ellas, en la insoportable idea de la muerte.

Motivado por el pájaro de Elliot y por la charla con una mujer octogenaria, víctima de cáncer, escribo estas notas mientras releo algunas reflexiones, nunca viejas, acerca de la muerte, del bien morir, del morir consciente de la propia muerte. A diferencia del interlocutor del poeta estadunidense, quien con razón afirma que los seres humanos somos incapaces de tolerar la realidad, la mujer enferma no sólo la soportaba, sino que la entendía, la sopesaba y le hablaba. Cuando escribo le hablaba quiero decir se hablaba. Y cuando escribo se hablaba quiero decir que se escuchaba.

Conozco bien al pájaro elliotiano -quienquiera se topa con él diariamente- y conozco desde hace poco más de un año a la mujer octogenaria. Al pensar en el problema de la muerte, el ave de Elliot tiene razón: en Occidente, los esfuerzos por esterilizar el tema, por alejarlo de la vida, por considerarlo como una noción siempre postergable y distante, es la norma. En cambio, mi paciente, al hablar de su propia muerte, nada tiene que ver con la "demasiada realidad" del proceso de morir.

Una vez que se enteró que padecía cáncer se atrevió a no hurgar más y no someterse a estudios u otros procedimientos para saber qué tan avanzado estaba el mal y qué tantas posibilidades tenía de responder a algún tratamiento. Motu proprio había decidido no ahondar en el diagnóstico ni buscar otras opiniones, pues las experiencias con sus seres cercanos, víctimas de enfermedades similares, habían sido devastadoras. "Los tratamientos prolongaron el sufrimiento, no la vida", "sus últimas semanas fueron desastrosas: el dolor y la falta de dignidad pesaban más que lo que los familiares podíamos ofrecerles", "la mayoría de los médicos sólo daban instrucciones, pero, no se comprometían", fueron algunos de sus comentarios acerca de las razones por las cuales rehuía someterse a cualquier tratamiento. Le pregunté si hacia el final de la vida sus seres queridos semejaban restos humanos y me dijo que sí. A renglón seguido agregó: ninguno de ellos merecía fallecer así.

Lo que deseaba la enferma no era curarse, sino buscar la compañía necesaria para librar de la mejor forma el último paso, el último trance y para que el último suspiro doliese menos. "Deseo encontrar quien me acompañe en mi proceso de muerte." Es probable que la mujer octogenaria haya leído a Cocteau, quien afirmaba que "todo lo que hacemos en la vida, incluso el amor, lo hacemos en un expreso que corre hacia la muerte".

Consciente de su enfermedad y consciente de lo que fue su vida, podía sentarse en paz y adueñarse tanto de su presente como de su muerte. Podía, además, cavilar durante el tiempo que le quedase de vida acerca de lo que fue su periplo por este mundo y qué es lo que debía hacer, decir y vivir junto con sus seres más cercanos antes de morir. Era indudable que la paciente, admirable mujer, se había subido al tren de su vida y había diseñado su ruta, impidiendo que otros tomasen las riendas y que otros decidiesen acerca de sus tiempos.

Mi interlocutora había entendido que ella, a pesar de su raigambre católica, debía ser la dueña de sus últimos momentos y no ser víctima de esa "esperanza desahuciada" que muchos persiguen hasta la muerte y que finalmente sólo acarrea más dolor. La enferma había vivido en la carne de sus hermanos "el problema de morir", "el problema de morir a destiempo", vivencias que, sucintamente, se pueden resumir en cuatro apartados. El temor fundamental de la mayoría de los pacientes terminales es perder el control sobre las funciones corporales, perder su autonomía, perder la capacidad para gozar la vida y sentir un "cansancio extremo" en espera que llegue la muerte. Sin duda, muchos enfermos preferirían adueñarse de su muerte antes que ser víctimas de las pérdidas enunciadas.

"Bueno, bueno, bueno dice el pájaro: la especie humana no puede soportar demasiada realidad." El pájaro tiene razón: si no nos atrevemos a pensar en el proceso de nuestra propia muerte, Ƒcómo adueñarnos de la realidad?, Ƒcómo decidir cuándo la vida debe llegar a su fin?

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