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México D.F. Lunes 1 de noviembre de 2004

Redición del libro preparado por Héctor L. Zarauz López

Estudio detalla cómo evolucionó el concepto de muerte en la sociedad

MERRY MAC MASTERS

La muerte sigue siendo un elemento central en la vida ritual del mexicano, pero ahora con significados diversos, asegura Héctor L. Zarauz López. Para el autor del libro La fiesta de la muerte, recientemente reditado por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, la muerte es todavía y con mucha fuerza la tradición ancestral que los mexicanos han mantenido viva.

Equivale a ''una inmersión en el tiempo, tal vez no para buscar al dios azteca de la muerte, Mictlantecuhtli, pero sí para encontrar ahí los colores de ésta: el amarillo ardiente como el sol del cempasúchil, las ofrendas de comida, los dulces y las bebidas que alimentan a los muertos y nuestra tradición''.

La celebración del Día de Muertos, entonces, no se quedó en el pasado; ha evolucionado adaptándose a tiempos modernos y adoptando nuevos elementos, asumiendo nuevos giros y formas de expresión. La muerte en México se ha vertido en el arte, el lenguaje, en formas de expresión política y en la espiritualidad.

En la actualidad, apunta Zarauz, la sociedad mexicana celebra la muerte de distintas maneras: de la forma tradicional con sus ritos ancestrales, como acontecimiento cultural y religioso, y en los últimos años como ocasión de protesta política y happening turístico.

Mientras en las poblaciones rurales e indígenas se mantienen las prácticas tradicionales, con la elaboración de altares, rezos, asistencia a cementerios e iglesias para estar en comunión con los muertos, en los ámbitos urbanos las formas de celebrar y las connotaciones de la muerte son más diversas.

En estos días muchos niños aprovechan la celebración para pedir su calaverita (dulces y dinero) en las calles de la ciudad de México. Es posible, dice el autor, que la costumbre provenga del siglo XIX, cuando las familias adineradas solían dar por estas fechas una recompensa económica a sus sirvientes para que la gastaran en el festejo popular.

Sin embargo, para otros sectores sociales la tradición de celebrar la muerte se ha ido diluyendo: "Los procesos de industrialización y urbanización tan intensos que ha sufrido nuestro país en las últimas décadas han alentado una modernidad en ocasiones mal entendida, en la que se han fomentado hábitos y pautas de comportamientos ajenos, como la celebración de Halloween, que actúan en detrimento de las costumbres e idiosincrasia más auténticamente mexicanas, que de esta forma se han visto desvaloradas".

Para Zarauz, la fiesta de la muerte, no obstante, se ha venido desgastando y desvirtuando, no sólo por el embate de tradiciones extranjeras. Sobre todo para algunos de los sectores urbanos de la sociedad, la celebración ha perdido su sentido espiritual y ha dejado de ser motivo de convivencia y remembranza de los muertos, para convertirse en un periodo vacacional más.

A pesar de esa paulatina pérdida de sentido, la fiesta de muertos no sólo ha sobrevivido, sino también se ha regenerado en el alma mexicana, afirma el autor. Entre la suma de nuevos elementos, propios de los tiempos que ahora se viven, a partir de la década de los 70 y con mayor fuerza desde los 80, en el Distrito Federal el Día de Muertos se ha convertido también en una ocasión de denuncia social.

La variedad de expresiones tradicionales y nuevas del mexicano ante la muerte ''prueba una capacidad regeneradora para alimentar esta tradición, al tiempo que muestra las distintas implicaciones que ejerce sobre ella la sociedad actual''.

Según Zarauz los mexicanos ejercen una memoria activa que ''nos hace reproducir, alimentar y enriquecer nuestras tradiciones''. Y ello garantiza la sobrevivencia de los Días de Muertos.

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