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México D.F. Domingo 14 de noviembre de 2004

Gustavo Iruegas

Lo que sea su voluntad

México es hoy un país que promueve el éxodo de sus nacionales, pero hubo una época en que el gobierno, aunque no la podía evitar, desalentaba la migración. Estaban vigentes los programas de braceros, firmados entre 1942 y 1964. Además de las decenas de miles de trabajadores incluidos en los acuerdos, pasaban la frontera cientos de miles más por su cuenta y riesgo. Eso los ponía en un escalón económico y social aún más bajo que el que ocupaban los braceros formalmente contratados. Ellos, los espaldas mojadas, eran sobre quienes se ensañaba la explotación, el abuso y la discriminación.

Repentinamente, en 1964, el gobierno mexicano recibió una comunicación en la que autoridades estadunidenses daban por terminados los acuerdos de trabajadores migratorios. Fue un golpe bajo. Ya México contaba con esos ingresos, y los braceros y espaldas mojadas esperaban la temporada con la impaciencia que se espera la lluvia en el campo. La desaparición de los convenios no inhibió el fenómeno migratorio: prácticamente todos los braceros se convirtieron en espaldas mojadas. Los trabajadores migratorios -los que van y vienen cada año- se fueron convirtiendo en francos emigrantes, al ir cambiando su área de empleo de la agricultura a los servicios. El gobierno de Estados Unidos enfrentaba a su opinión pública, alarmada por el constante flujo de mexicanos ilegales, aprobando nuevas leyes orientadas a evitar que los mexicanos pasaran sobre la ley, olvidándose de que, más que brincarse la ley, se saltaban la barda.

En México, en los medios académicos y oficiales se discutía la conveniencia de gestionar la firma de un nuevo acuerdo. La duda surgía porque se había hecho patente que, en la falta de convenio, los trabajadores mexicanos seguían siendo objeto de persecución y abusos, pero cuando menos la discriminación ya no era respecto de ellos.

Creciendo y modificando sus contingentes de trabajadores agrícolas temporales a emigrantes que buscan ocupación en los servicios, la migración fue encontrando más atención en los gobiernos hasta lograr inscribirse en la agenda bilateral de México y Estados Unidos. Así se llegó al "gobierno del cambio", el cual destacó la migración entre sus prioridades en la relación bilateral.

La buena relación entre los presidentes Vicente Fox Quesada y George W. Bush hizo posible que muy temprano, en sus respectivas gestiones, se reunieran y decidieran tratar el asunto con miras a su solución. De esa reunión, el embajador Jeffrey Davidow ha dicho en su libro de memorias El oso y el puercoespín que, en efecto, los mandatarios trataron el tema, pero ingenuamente, porque aún no conocían los límites de su poder.

Cuando las pláticas bajaron al nivel diplomático, México planteó cinco grandes temas que debían incluirse: un programa de trabajadores temporales en la agricultura, industria y servicios; la regularización de los mexicanos indocumentados; el aumento del número de visas concedidas anualmente a mexicanos y, también pero como piezas de cambio, los temas del impulso al desarrollo regional de México y el incremento de los esfuerzos para elevar la seguridad en la frontera.

A estos cinco temas se les llamó la enchilada completa, desafortunada expresión que dio oportunidad a Estados Unidos a desconocer, en el nivel de los negociadores, el compromiso que había adquirido su presidente. En realidad, la negativa obedece al hecho de que la enchilada completa apunta al libre tránsito de personas, que es uno de los últimos pasos en el camino de la integración, y esta es, en el futuro previsible, impracticable, pues la homogeneidad de las sociedades a integrar, factor eficiente en los procesos de integración, no existe entre México y Estados Unidos.

Más allá de atribuirle a la fatídica fecha del 11 de septiembre el cambio de actitud del gobierno estadunidense, asumir actitudes sumisas, como en el caso de los proyectiles con gas de chile, o regocijarse por el dinero de las remesas, que es mucho solamente porque los emigrantes son muchos, el gobierno de México ha hecho poco por avanzar en el tema migratorio.

La relección del presidente Bush y la cercanía de la prevista reunión binacional pareció hacer sentir al gobierno de México que se abría una nueva oportunidad para buscar "un acuerdo migratorio", pero se abstuvo de especificar qué clase de convenio espera negociar. No obstante, es evidente que no hay oportunidad más que de un acuerdo de trabajadores agrícolas temporales, mismo que, por la inexistencia de la estacionalidad propia de la agricultura, difícilmente se abriría a la industria y a los servicios, como se planteó en 2002.

Sin embargo, si en realidad se abriera la oportunidad de negociar un acuerdo de trabajadores temporales, aprendiendo de su pasado, México tendría que buscar un convenio que determinara solamente las condiciones en que podrían ir los mexicanos a trabajar a Estados Unidos y nunca las cantidades. Los límites en los números los deberá fijar la economía, no la policía. De otro modo se repetiría el esquema de los programas de braceros cancelados en 1964, en los que los contratados servirían de instrumento para profundizar la explotación y el abuso contra los indocumentados. Hay que buscar el acuerdo que necesitamos y no aceptar, mansamente, que nos den lo que sea su voluntad.

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