Un José Gaos abierto siempre a nuevos caminos filosóficos, con el cuestionamiento permanente de las certezas ajenas y propias, así como la claridad en la última etapa de su vida de la importancia de lo que hoy llaman multiculturalismo, interculturalidad o diálogo entre culturas, es el que perfilaron el historiador Miguel León-Portilla y el filósofo Luis Villoro.

Junto con Guillermo Hurtado, Liliana Weinberg y Eugenia Meyer, ambos participaron ayer en la mesa Vivir el exilio, como parte del segundo día del Congreso Internacional 70 Años del Exilio Español en México, que marca el comienzo de las celebraciones del 85 aniversario de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Durante su intervención en el congreso, que comenzó este lunes y concluirá el viernes 20 en el Aula Magna de esa facultad, León-Portilla aseguró que José Gaos (1900-1969) no ha muerto, aunque de manera paradójica, una parte de su intervención la dedicó a narrar la muerte física del filósofo hispano-mexicano.

Sucede que el historiador, con los elementos propios del suspenso, aderezó sus reflexiones con la narración de la muerte real, por infarto, de Gaos, sucedida prácticamente en sus brazos en El Colegio de México, mientras ponderaban un examen profesional.

Poco después, contó León-Portilla, llegaría su médico, el reconocido ex rector Ignacio Chávez, quien declararía el fallecimiento del pensador. “Su muerte –dijo León-Portilla– fue la que él pudo haber deseado: fue la muerte de un filósofo, de un maestro”.

Antes de morir, el filósofo y el historiador habían hablado sobre temas como el ser de la historia y la diversidad de las culturas en la filosofía.

Gaos había comentado en torno a las dificultades que implica la aplicación de conceptos generados en una realidad social y cultural específica, para describir otra muy diferente.

León-Portilla, quien a diferencia de Villoro no fue discípulo de Gaos ni considera haber tenido mucha influencia de él, destacó sin embargo que al pensador le interesó mucho la publicación de su libro La filosofía náhuatl.

Fue algo, recordó el historiador, que muchos filósofos consideraron obra de un loco, pues se planteaba la extraña tesis de que los indios pensaban. Pero Gaos escribió en la revista Diógenes que se trataba de un paso en firme aportado por León-Portilla, el mismo que ayer planteó:

Una de las maneras de permanencia más grandes de Gaos está en sus discípulos. Las personas que forman escuela, que tienen discípulos, en un cierto sentido no mueren.

Sucede, explicó, como con el padre biológico, que tiene a sus vástagos y una línea de descendencia. Y entonces, a decir del historiador, Gaos sería una especie de padre del pensamiento y del espíritu.

Labor magistral

Luis Villoro, discípulo de Gaos, quien a su vez fue discípulo de José Ortega y Gasset, señaló que el nombre de su maestro evoca, antes que su obra, un ejemplo de vida, vida dedicada a la entrega plena, sin compromiso ni resguardo, a una vocación intelectual.

Destacó la consagración de Gaos, como punto de partida de su obra, a su labor docente, lo que significó un paso decisivo en la enseñanza de la filosofía en México. Tanto que, ante esa obsesión, sus escritos fueron pensados primero para la cátedra, en la forma de la lección moral.

Y en ese sentido, Villoro advirtió que la carencia filosófica más importante en nuestro medio no ha sido la falta de inventiva sino de profesionalismo. Jamás alcanzaremos una producción filosófica en un nivel internacional decoroso, mientras no tengamos una información adecuada, no dominemos los métodos de trabajo más complejos de la filosofía contemporánea y no sepamos aplicarlos con seriedad científica a nuestro medio. Todo lo demás serán balbuceos.

No hay exageración en afirmar, agregó, que la labor magisterial de Gaos fue el primer paso hacia el tratamiento profesional de la filosofía en México.

Gaos da comienzo entre nosotros a la explicación de la filosofía basada en el análisis minucioso y directo de los grandes textos y en su interpretación histórica cuidadosa.