Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de abril de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tailandia: crisis social y política
E

n semanas recientes, decenas de miles de manifestantes se han volcado a las calles de Tailandia para pedir la renuncia de Abhisit Vejjajiva, primer ministro de ese país, y para demandar la realización de elecciones anticipadas. Desde febrero pasado los llamados camisas rojas –seguidores del ex primer ministro tailandés Thaksin Shinawatra, depuesto por un golpe de Estado en 2006– rodearon las dependencias del gobierno de esa nación del sudeste asiático y reclamaron la disolución del régimen de Abhisit, así como la convocatoria a nuevos comicios y el restablecimiento de la Constitución de 1997, derogada por el ejército.

Este fin de semana, alrededor de 2 mil inconformes irrumpieron en el hotel de la ciudad de Pattaya, al sur de la capital Bangkok, donde ese mismo día se tenía planeado inaugurar la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés). En consecuencia, las autoridades tailandesas se vieron en la necesidad de cancelar la reunión de gobernantes –con lo que la imagen de Tailandia ante sus vecinos del sudeste asiático se vio severamente dañada–, declarar el estado de excepción en esa ciudad, para después hacer lo propio en Bangkok y en cinco provincias vecinas. Esto último, sin embargo, no impidió que los manifestantes asaltaran ayer el Ministerio del Interior y agredieran a uno de los automóviles del primer ministro. Finalmente, la madrugada de este lunes, un violento enfrentamiento entre efectivos del ejército y civiles manifestantes dejó como saldo al menos 77 heridos.

Cabe advertir que los hechos que se comentan no son nuevos en la historia política de Tailandia; antes bien, parecieran formar parte de la normalidad de esa nación, donde el ejército pareciera constituir el único factor de gobernabilidad: desde 1932 –año del fin de la monarquía absoluta en ese país– a la fecha han sido derrocados 18 regímenes, y tan sólo en los dos años recientes han desfilado cinco gobernantes. Por añadidura, los sucesos ocurridos en semanas recientes son expresiones de una crisis política de muy largo aliento, que se inició con el golpe de Estado de 2006 y el exilio de Thaskin Shinawatra y se recrudeció con el ascenso de Abhisit al poder, en diciembre pasado, a consecuencia de una reconstitución de las coaliciones parlamentarias, no de un proceso electoral, lo que finalmente terminó por detonar el descontento y la reciente ola de inestabilidad en el país.

No obstante estas consideraciones, el gobierno de Bangkok ha actuado con una monumental insensibilidad política y social: se ha negado a atender las demandas de democratización de la sociedad tailandesa y ha respondido con medidas represivas, lo que ha incrementado la furia de los opositores civiles. En consecuencia, los manifestantes comienzan a desafiar, cada vez con mayor determinación, los reflejos represores del gobierno de esa nación, lo que ha configurado una especie de círculo reproductor de la violencia que, es de suponer, podría colocar en la cuerda floja al régimen de Abhisit Vejjajiva.

Por lo demás, en la crisis política y social que enfrenta Tailandia convergen, además de factores particulares que la hacen especialmente explosiva, otros elementos que proliferan por todo el orbe y que merman las perspectivas de estabilización, como la pobreza y la injusticia social. De tal forma, las recientes expresiones de descontento pueden interpretarse como un rechazo de los sectores menos favorecidos de ese país hacia una clase política asociada con la monarquía, el ejército y los estamentos privilegiados de la sociedad, y si los tailandeses pobres expresan hoy su apoyo al ex primer ministro Thaksin Shinawatra no se debe tanto a que éste sea percibido como una esperanza de transformación social o de renovación moral de la elite gobernante, sino a que su administración, pese a estar involucrada en escándalos de corrupción y de tráfico de influencias, logró concretar políticas que paliaron en alguna medida el deterioro en sus condiciones de vida, como la concesión de créditos a los campesinos y la creación de servicios de salud pública.

Ante estos elementos de juicio, todo parece indicar que la inestabilidad social y política en Tailandia pudiera profundizarse en los próximos días, a consecuencia del descontento provocado por la falta de democracia y la injusticia social, así como la incapacidad de las autoridades de Bangkok para resolver esos problemas.