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Ver día anteriorSábado 6 de junio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El voto de Alfonso Reyes
D

esde Petrópolis, en Brasil, Alfonso Reyes envió a Monterrey un interesante texto que tituló Voto por la Universidad del Norte. Eran las vísperas de la creación de la Universidad de Nuevo León (fue fundada en septiembre de 1933 y declarada autónoma en 1969).

En Reyes, como en casi todos los exiliados –la elegancia del cargo diplomático no extinguía la huella indeleble del exilio–, se galvanizaba el sentimiento patrio, que en él tenía una triple dimensión: la épica, supuesta en el legendario Anáhuac; la dramática, plasmada, sobre todo, en Ifigenia cruel, su obra literaria más fulgurante, y la íntima, de la cual Monterrey era su cuenco.

El pasado mes de mayo se conmemoró el 120 aniversario de su natalicio y el cincuentenario de su muerte. Su famoso Monterrey: Correo Literario de Alfonso Reyes daba cuenta de la cercanía del escritor con su patria chica y de cuanto sucedía en torno de la atractiva embajada en Río de Janeiro, donde los intelectuales brasileños de la época veían en él al hombre cordial, del que hablaron tanto el propio Reyes como el intelectual brasileño Ribeira Couto. Las páginas del Correo recogen su afán periodístico, expresión que no le fue ajena a su pluma fluvial, durante los años que representó a México en Brasil. Una pulida redición facsimilar de la colección del Correo, que debemos a la Universidad Autónoma de Nuevo León, el Fondo Editorial del gobierno de este estado, la UNAM y otras instituciones culturales, fue presentada hace poco más de un mes en la Secretaría de Relaciones Exteriores por varias personalidades de la academia y la vida pública.

Monterrey fue su tierra y la quiso de diversas maneras. Una de ellas fue, como lo hizo en el Voto, reflexionando sobre su significado y el que entonces tenía para él la creación de una universidad pública en la frontera norte del país: “Pues situado México como está, y aceptados los destinos geográficos y étnicos que le cumple realizar –decía–, nada debió ser más familiar al pensamiento de todos los mexicanos que el programa de crear… una sólida y coherente organización de la cultura nacional, para que ella responda ante la historia de los compromisos de salvaguardia y de frontera.”

Entonces no había otra ciudad en el norte de México que, como Monterrey, pudiera propiciar la existencia de una institución capaz de asumir, ante la historia, los compromisos de salvaguardia y frontera no sólo del país, sino de América Latina. Hoy mismo tiene validez esta afirmación, aunque no pocos vean a Nuevo León, sobre todo desde el área metropolitana de Monterrey, como una suerte de South Texas.

Acaso el Voto de Reyes no podría explicarse sin aquella idea –no propiamente una realización– de la universidad popular imaginada por los miembros del Ateneo de la Juventud, del que el escritor regiomontano era su miembro más joven. Y más bien parecería una paradoja en una ciudad donde se ha hecho de la figura de Alfonso Reyes –ya privatizada– un uso cultural elitista. En los argumentos que escoltan su Voto, Reyes lo dice todo:

“La impreparación política, junto con la impreparación sexual, será, en la historia, el mayor escollo con que haya tropezado la humanidad contemporánea. Yo sé bien que hay entre nosotros, hombres representativos de intereses comunes que, al menor desconcierto de la cosa pública (¡y a tantos estamos expuestos!), echarían a andar su motor y, en pocas horas, se trasladarían a Laredo-Texas con armas y bagaje. Y es fuerza que esto no acontezca; es fuerza que nuestra morada no amenace a nadie con inútiles sobresaltos, y que, en el peor de los casos, el morador esté preparado para afrontar tempestades, con los recursos que le proporcione su ética y su ciencia. Sólo la cultura política puede precavernos. Pero abogar, hoy en día, por una cultura política, tanto vale como proponer un voto por la izquierda. Querer abarcar a todos en la obligación y disfrute de la cosa pública –privilegio, hasta ayer, de grupos limitados– es tirar la manta hacia la izquierda. ¡Que ella pueda cubrirnos a todos y no desamparar a nadie! Los espíritus conservadores han de convencerse de que no les queda más salida que ir cediendo a las novedades de que el tiempo viene cargado. La cultura quiere alumbrar por igual a todos los hombres, –y este todos-los-hombres lleva en sí el postulado político. Oigan los que saben oír, hagan los que saben hacer: la cultura debe ser popular, y nadie tuerza mis palabras ni piense que he dicho populista. He aquí, al abrir sus puertas la Universidad de Nuevo León, el voto que ofrezco a mis paisanos, sin más título que el de ser el más modesto industrial nacido a los pies del Cerro de la Silla: aquel que sólo produce y elabora, en pequeña escala, unas cuantas palabras. Eso sí: palabras sinceras.”

Como suele ocurrir con los textos de algunas figuras señeras de la literatura, se prefiere omitirlos, ocultarlos, censurarlos (recuérdese, entre otros, por su visibilidad, el último capítulo de El laberinto de la soledad de Octavio Paz). Y este es el caso del Voto de Alfonso Reyes o de aquellos que en su Cartilla moral muestran su actitud antimperialista: para alcanzar la paz y la armonía entre todos los pueblos, decía, es necesario luchar contra los pueblos imperialistas y conquistadores hasta vencerlos para siempre.

Hoy, como nunca, es preciso rescatar las ideas de Alfonso Reyes sobre la política y la cultura. Doy una razón elemental para ello: ninguno de los candidatos al gobierno de Nuevo León involucrados en las contiendas políticas que se libran en su territorio hizo alusión alguna al tema de la cultura ante el Consejo Universitario de la universidad pública del estado cuya fundación mereció los juicios de Reyes desde una indudable visión democrática en su Voto por la Universidad del Norte.