Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de julio de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Trópico de la libertad
P

or amor a las palabras llamemos jofaina

a la jarra de barro que nos mata la sed y vuelve a la vida

esta tarde

llegados al refugio de una pausa.

Ah la travesía que no empieza ni termina

¿o perdimos ya el hilo y la cuenta

por efecto de aquel romper cadenas

hace tanto

que el pedazo de eslabones que nos acompaña la muñeca

(no falta quien lo lleve al cuello)

acusa herrumbre y otras indelebles huellas de las décadas?

¿Cansados?

Sí. A cada rato.

¿Arrepentidos?

¿De qué? ¿De liberarnos?

Qué te pasa.

El dulce sabor de la libertad.

Hemos trotado,

los de a pie y los de a caballo,

los prados con espigas entre dientes, suavemente,

las colinas voraces

dominio de la nauyaca y las hormigas,

la oscura jungla gritando sombras verdes que palpitan

calientes,

curiosas.

Han asomado con timidez los ciervos

y los zorros

y les hemos cedido el paso.

En la rabia roja del crepúsculo

sembramos la página del día

para aclarar la memoria

con otro trago de agua fresca.

¿Es circular el viaje de los libres?

¿Espiral? ¿Espejo de espanto?

Pasa la jofaina, no te quedes con ella.

En un paraje unas mujeres mojaban ropa

contra la mejilla lisa de un arroyo de serpientes.

En sus faldas cien cintas de colores

se sublevaban de los cuerpos queriendo escapar al viento.

Reían, un rubor prieto les incendiaba el semblante,

las manos sumergidas,

las miradas desafiando.

Ellas y nosotros poblamos la selva

entre la piel y los huesos,

a dentelladas nos entregamos a ella,

nos devora pero la mordemos,

quedamos a mano.

Tiene una lujuria este reposo

que no alcanzo a pronunciar.

Hemos vaciado la jofaina

pero la sed da para más conversación,

la desencadenada tiempo allá

cuando irrumpimos la libertad

con un sentimiento de huida que no ha sanado

y nos recuerda de dónde venimos,

quienes fuimos,

cuánto hemos sido capaces de andar.

Los tambores del maíz batiente

azotan el resguardo de tablas

y el sombrero de láminas.

Las cañas entregan su dulzor

en las sacrificiales garras del trapiche.

Seguimos huyendo.

La libertad no se perdona.

Si nos atrapan

la cadena será perpetua,

y entre menos dure esa perpetuidad

mejor.

Si nos capturan.

Las esbeltas primaveras

estallan un robusto amarillo

que la distancia agiganta.

Las lianas encajan las uñas

en la hojas podridas de la tierra negra.

Los tucanes se ponen a modo,

se prenden guayabas al pico,

colorido cascanueces que grazna,

y se condecoran el hambre.

Un nudo de gusanos hierve

en algo que debió ser caca o cadáver.

Un aroma dulzón invade los cinco sentidos,

los árboles sudan leche

y los jaguares merodean en santa paz.

El ángelus revienta

desde una capilla

que no logramos distinguir en la espesura.

La tarde

progresivamente rosa

tiembla hasta ponerse morada.

Asoma la primera estrella

sucesora del sol.

Todo en calma.

Qué bueno que hay otra jofaina.

Tráela acá. Dame.

La noche, esta noche es nuestra.